ES HORA DE DEJAR GOBERNAR
La relación entre política y economía es muy importante. Por mucho que los economistas opinen y asesoren, los responsables últimos de la gestión de la política económica son los políticos. Por esto, en este periodo de aguda crisis, todos estamos pendientes, más que nunca, de las decisiones de nuestros gobernantes. Pero no sólo es relevante lo que estos nos proponen, sino también el proceso por el cual se gestan y finalmente se aprueban las medidas de política económica que se aplican.
Es muy importante, por tanto, cómo se desarrolla el proceso político de toma de decisiones económicas. Si los acuerdos y consensos entre las diversas fuerzas políticas son razonablemente fáciles de lograr y el diálogo entre ellos, dentro y fuera de las Cámaras, es constructivo y fluido, podemos obviamente esperar mejores resultados que si no lo son. Quizás este aspecto, siempre importante, lo es menos cuando las cosas van bien, pero en la coyuntura actual, difícil y muy incierta, lo que se puede y debe pedir a los políticos es que antepongan los intereses del país a los suyos propios y a los del partido que representan.
La manera de hacer política es muy importante no sólo en aras de la eficacia, sino también como ejemplo y estímulo para los ciudadanos. La ansiedad y zozobra por la que atraviesa la población no necesitan enfrentamientos políticos, que inevitablemente infunden confusión y pesimismo. Es normal y lógico que en un sistema democrático los gobernantes deban discutir los temas. Hay puntos de vista enfrentados y concepciones distintas de lo que conviene y no conviene. Los ciudadanos sin duda entienden esto, pero lo que resulta difícil de comprender son actitudes claramente encaminadas a entorpecer la labor del adversario, a derrotarle de forma inmisericorde si ello es posible.
Sorprende mucho a los analistas extranjeros el encono y las malas maneras con los que se enfrentan nuestros partidos políticos. Y resulta verdaderamente lamentable contemplar cómo la oposición, sea cual sea el partido que la ejerza, se ha acostumbrado a rechazar por sistema todo lo que procede del Gobierno. No hay razonamientos o son muy esquemáticos. A lo máximo que se llega es al “usted dijo... y ahora dice...”. Y en algunas ocasiones, sobre todo en las Cortes, los diputados de uno y otro bando jalean y aplau- den como si se tratara de una pelea callejera. Raramente nos encontramos con un análisis digno de este nombre.
Esta manera de hacer política siempre es poco ejemplar, pero en los momentos en que todo va bien puede resultar relativamente inocua. Me lo decían unos amigos italianos hace algunos años: la política de este país (Italia) es desastrosa, pero la economía ha aprendido a vivir por sus propios medios al margen de los políticos. Era el momento álgido de los excesos de Berlusconi, al que muchos empresarios italianos consideraban un bufón irresponsable. La experiencia posterior ha demostrado que mis amigos italianos se equivocaban. En efecto, la economía italiana se desarrolló sin contar con Berlusconi, pero al final se ha estrellado con- tra la inoperancia política y económica que él fomentó. Creo que este episodio ilustra que no hay buena política económica sin buenos gobernantes y sin una buena oposición.
En los últimos tiempos hemos
Es lamentable que la oposición, sea cual sea el partido, rechace por sistema todo lo que procede del Gobierno
vivido, tanto a nivel español como catalán, algunos episodios que confirman que, a pesar de la crisis y de la gravedad de la situación, se sigue practicando la política de acoso y derribo por parte de la oposición. En Catalunya, el episodio más llamativo y deplorable lo constituyen las descalificaciones de la oposición en el Parlament por los recortes que el Govern se ve obligado a realizar precisamente por los desmanes y la mala gestión de los que, ahora, protestan contra lo inevitable. Esto no es oposición, esto bordea el cinismo político.
A nivel español, ocurre tres cuartos de lo mismo. Pero el episodio reciente que, además de nocivo resulta incomprensible, es la vehemencia y belicosidad con las que la oposición socialista ha rechazado la reforma laboral planteada por el Gobierno de Rajoy. Hace unos pocos meses, los mismos que hoy se levantan en armas contra las nuevas leyes laborales pugnaban por hacer lo mismo porque, entre otras razones que consideraban determi- nantes, lo pedía Europa. ¿A qué viene ahora la excomunión de los que no hacen otra cosa que intentar interpretar mejor esas demandas europeas para modernizar seriamente nuestro sistema de relaciones laborales?
Esta manera de hacer oposición es nociva y perversa para el funcionamiento del país. Pero es que, además, crea una situación paradójica en nuestra capacidad de valorar las políticas que se nos ofrecen para superar la crisis. Entre la actitud del señor Rubalcaba, que quiere llevar la reforma laboral al Tribunal Constitucional y literalmente ha puesto en pie de guerra a sus diputados contra la nueva legislación laboral, y la opinión internacional, que considera que es una clara mejora respecto a la situación anterior, ¿con qué opinión ha de quedarse el ciudadano español? ¿Por qué hemos de seguir practicando una oposición política al Gobierno y al Govern que nos aleja, una vez más, del consenso internacional solvente?
Es muy difícil superar esta situación mientras nuestros políticos consideren que la política es un juego de suma cero, es decir que lo que unos ganan los otros lo han de perder. Y mientras no consideren que es necesario entender la política como un ejercicio de cooperación en beneficio de todos, incluidos los propios partidos políticos. Si nuestros políticos no abandonan la idea de que el poder, como lo llaman ellos, es un melón que se reparte a tajadas, mayores o menores según la voluntad de los ciudadanos, será difícil salir de esta concepción cainita de la política española.
Creo que todas estas consideraciones son muy pertinentes en el momento actual por el que estamos atravesando. Los ciudadanos, que según la Constitución española son los depositarios de la soberanía popular, han escogido por amplia mayoría, tanto en Madrid como en Catalunya, gobiernos para que actúen con mayor decisión y acierto que sus antecesores. Hay muchas esperanzas depositadas en este tránsito político, tanto a nivel español como catalán. ¿Por qué la oposición arremete tan duramente contra lo que, en definitiva, es un camino marcado por la voluntad popular? ¿Por qué tanto encono mientras la casa arde?
Lo peor que se puede hacer en estos momentos es crear un clima de confrontación, tanto dentro como fuera del Parlamento. Por este camino, no se hace otra cosa que poner más leña al fuego.
No es el momento de poner palos a las ruedas del carro del Gobierno o del Govern para intentar que se despeñen. Es el momento de dejar que el Gobierno y el Govern gobiernen, que es lo que los ciudadanos quieren. Ya llegará el momento de pasar cuentas en las urnas.