¿Qué hacemos con el euro?
Pisani-ferry razona la crisis y cree necesaria una fuerte política industrial en el sur de Europa
Son los europeos capaces, ante el riesgo de disgregación, de volver a ser ambiciosos?”. Ese, y no cualquiera de los otros problemas que se plantean –lo derrochador que ha sido el sur de Europa o lo estricta que se muestra Alemania–, es el meollo de la cuestión ante la actual crisis del euro, asegura Jean PisaniFerry, director del think tank europeo Brueghel. O, dicho de otra manera, el euro nace con un pecado original, carente de unión política –asesinada durante las negociaciones por François Mitterrand– ni de gobierno económico –objeto de tenaz desconfianza por Alemania, que veía en él un intento de control del Bundesbank. Así las cosas, a falta de comunidad y a falta de Estado, dice Pisani-ferry en El despertar de los demonios. La crisis del euro y cómo salir de ella, cada país debía asumir supuestamente a solas los riesgos que implicaba la participación en la moneda común, resucitando el concepto de moneda externa del siglo XIX.
Ciertamente, eso no habría sido grave si cada país se hubiera puesto en condiciones de sacar partido de la integración monetaria y prever las dificultades: una moneda única no implica un mo- delo social único o un alineamiento de las políticas de competitividad. Pero “impone a cada país una obligación de coherencia”: no es posible iniciar una determinada política y rechazar sus costes futuros. No se puede dejar ya que precios y costes se deslicen continuamente al alza: no se atraerán inversiones. Ni dejar que el sistema de salarios no responda a los desequilibrios: ya no hay devaluación posible de la moneda. Y sin embargo, durante los años de vigencia del euro, nadie hizo nada para repensar su política económica, creían que bastaba con haber entrado.
Y era el inicio del desastre. Durante los diez primeros años del euro hubo una inflación media del 3,2% en España y sólo del 1,7% en Alemania. La ideología es peligrosa y se creyó que la economía privada era espontáneamente estable y que en el seno de una zona monetaria los déficits exteriores no tenían mucha importancia. Pero la tienen, y más si sabemos que en 1999, primer año del euro, Francia tuvo el excedente exterior más alto de su historia, 43.000 millones de euros, y Alemania un déficit de 25.000. Lo opuesto a lo que siempre sucedía. Tras una década, en el 2010 Francia tiene de nuevo déficit, 33.000 millones, y Alemania tiene un superávit anonadante: 141.000 millones de euros.
Y es que Alemania se reinventó mientras la economía francesa permanecía petrificada, Alemania se reavivó por medio de la deslocalización, perdiendo los empleos más intensivos en mano de obra, pero aumentando mucho sus empresas exportadoras. Hubo una purga severa para los asalariados a cambio del mantenimiento del empleo industrial.
La contrapartida, dados los bajos tipos de interés del BCE por la débil situación alemana. fueron déficits inmensos en la Europa del sur. Hay que ser dos para bailar un tango, como dice Christine Lagarde. El mecanismo infernal estaba en marcha y la crisis del 2008 lo hizo explotar. Y aún quizá si hubiera sido la ejemplar Irlanda la primera en estallar en vez de la chapucera Grecia, las cosas habrían sido diferentes, pero no lo fue, y Europa ha sido dramáticamente lenta en la gestión de la crisis.
¿Qué hacer? A los países del sur sólo les queda la terrible devaluación competitiva, que será larga y para lo que no basta sólo con reformar los mercados de trabajo y bienes. El autor apunta a bajar las cargas sobre el trabajo y subir el IVA, a fondos europeos y a recuperar la política industrial: “No habrá reindustrialización en Europa del sur sin políticas públicas de gran magnitud”. Y sin inversiones ni creación de empleo en el sur, la unión monetaria no sobrevivirá en su forma actual. Para toda la zona euro, la cuestión clave es si pueden ponerse de acuerdo en una integración económica más avanzada, en un federalismo bancario y financiero, en una unión presupuestaria basada en la responsabilidad y la solidaridad y en una unión política que evite que todo lo hagan tecnócratas. La cuestión es si Alemania, y sobre todo Francia, aún quieren el euro.