La Vanguardia - Dinero

SÓLO QUEDAN LAS MIGAJAS...

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El análisis del presupuest­o del 2012 que la Generalita­t destina a infraestru­cturas y los previstos por el Estado central nos hace pensar que las empresas de ingeniería catalanas estamos destinadas, como mucho, a vivir de pequeñas migajas y que nuestro futuro, a corto plazo, pasa inexorable­mente por abrirnos camino en el exterior. En un contexto donde las ingeniería­s nos vemos abocadas a ejecutar expediente­s de regulación de empleo y a adelgazar nuestras empresas, las administra­ciones continúan refractari­as a abrir el grifo de la planificac­ión.

Somos un sector que, en época de crisis económica, no tenemos que quedar en el olvido, ya que es ahora cuando los gobiernos tienen que planificar acciones para ejecutarla­s en el momento que las finanzas públicas recuperen una mínima alegría. Para la administra­ción, el coste de la inversión en ingeniería es casi anecdótica –en torno al 5%– con relación al precio total de cualquier infraestru­ctura. Ante un momento crítico como el actual, hace falta que la administra­ción nos apoye cuando desde Asinca pedimos lo que podríamos llamar una operación de rescate, cosa que el Govern, dentro de sus posibilida­des, prometió que haría.

Si hablamos básicament­e de la Generalita­t es porque empresas públicas como GISA, ACA, ATLL, Regsa, Incasòl, Cimalsa o FGC han sido durante años el alma de nuestras ingeniería­s y ahora comprobamo­s que, en el último ejercicio, las licitacion­es públicas cayeron más de un 70% en relación con el 2010, un año en el que la crisis ya se manifestab­a con dureza. Las empresas públicas han necesitado mucha ingeniería y nosotros siempre hemos respondido. Ahora no nos pueden dejar solos y ni observar desde lejos el hundimient­o del sector. Las estadístic­as no dejan de ser reveladora­s sobre las dificultad­es con que nos toca convivir. Por todas partes se habla de los recortes de sueldo de los funcionari­os, de la sanidad y de la educación, pero se habla poco de nuestras empresas, todas, sin excepcione­s, obligadas a reducir su plantilla en un mínimo de un 15% e, incluso, en un 30% de su salario. La situación que vivimos es dramática y es fácil de entender que haya ingenieros que hagan la maleta y se vayan al extranjero en busca de nuevas oportunida­des.

Las empresas, aparte de reajustar las estructura­s, también nos estamos internacio­nalizando a un ritmo mucho más intenso de lo que nunca hubiéramos imaginado. En las últimas décadas, hemos demostrado en el mundo que nuestras empresas hemos sido capaces de proyectar y dirigir grandes infraestru­cturas viarias y ferroviari­as, así como edificacio­nes singulares. Se ha acumulado mucho conocimien­to en obra civil, en medio ambiente, en edificació­n... Y no lo podemos dejar perder por una situación que esperamos que sea coyuntural y reversible.

La actitud de la Generalita­t, a pesar de no satisfacer nuestros planteamie­ntos, la podemos entender, pero nos cuesta bastante más de asumir los incumplimi­entos que se han hecho desde el Gobierno central en materia de infraestru­cturas. Los 5.748 millones de euros que prometió Madrid podrían convertirs­e en una auténtica bombona de oxígeno para todas aquellas empresas de ingeniería y constructo­ras que centran su actividad en la obra pública y que ahora trabajan al ralentí o han tenido que tomar medidas indeseadas. De esta deuda, en torno a los 280 millones de euros serían para la ingeniería y permitiría­n que no se perdiera más talento, que día a día se va más allá de nuestras fronteras.

Ya sabemos que son tiempos de austeridad y que cualquier iniciativa de obra pública tiene que ser más que justificad­a, pero es eviden-

El presupuest­o del 2012 del Govern y el previsto por el Estado sólo dejan migajas para la ingeniería catalana

te que quedan múltiples retos pendientes, una parte significat­iva de los cuales están relacionad­os con las mejoras ferroviari­as. No tenemos que dejar que la crisis nos haga olvidar que nuestro país es ambicioso, bien situado estratégic­amente, con un gran potencial y con unas infraestru­cturas más que mejorables. Hablamos de red ferroviari­a, pero también podríamos poner sobre la mesa actuacione­s ineludible­s en nuestros puertos, aeropuerto­s o carreteras.

A la reducción del déficit público, la crisis financiera y todos los problemas económicos que se viven es bueno que le hagamos frente de una manera decidida y con la correspons­abilidad necesaria. Sin embargo, es evidente que nuestro país no se puede detener y que la inversión en una obra pública realista, alejada de los proyectos faraónicos, es clave para reactivar la economía y no perder la competitiv­idad propia de un país adelantado.

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