La inmigración como termostato
El flujo de mano de obra foránea refleja el ciclo económico y amortigua los impactos demográficos
Los flujos migratorios forman la variable más compleja y difícil de prever a la hora de analizar la mutua influencia entre demografía y economía. Porque esos movimientos dependen por completo del crecimiento de cada país. Esto lo acabamos de aprender en España, donde la inmigración actúa como termostato que mide y ayuda a regular la evolución económica, la fecundidad y, en menor medida, el envejecimiento.
Entre finales de los años 90 y el 2007, es decir, antes de la gran crisis, España recibió unos seis millones de inmigrantes (la porción de ingresos no registrados impide dar una cifra exacta). Nadie había contado con una tromba de semejantes dimensiones. Cuando el panorama se torció, las entradas empezaron a bajar a la par que se iniciaba un progresivo flujo a la inversa, tristemente caracterizado por la fuga de talentos.
El año pasado, el saldo migratorio fue negativo por primera vez en España desde tiempos inmemoriales. Llegaron 457.650 foráneos y se fueron 507.740 personas. Total: 50.090 salidas netas. Entre los que marcharon, 62.611 eran españoles, aunque conviene precisar que 18.038 de ellos no habían nacido en el país; eran, por tanto, hijos de inmigrantes o descendientes de emigrados españoles nacidos fuera y con pasaporte español.
Aquel inesperado boom de los primeros años del siglo y la más reciente inversión del saldo, todo ello en un tiempo relativamente corto, demostraron algo que ahora puede parecernos obvio: a diferencia de las naciones más desarrolladas, el nuestro es un país todavía inestable como receptor de mano de obra extranjera. Como afirma el profesor de la Pompeu Fabra Sergi Jiménez, “si no crecemos, ellos no vienen” en masa.
A la imposibilidad de calcular con cierta precisión la cantidad de inmigrantes a largo plazo –dada la directa relación del fenómeno con los ciclos económicos– se suma la incertidumbre sobre los países de origen en el futuro. Si la mayor parte de América Latina sigue progresando como ahora, ¿se mantendrán los flujos procedentes de esa región? El demógrafo y economista Joaquín Leguina, expresidente de la Comunidad de
Las madres extranjeras moderan la caída de la natalidad al aportar el 19% del total de nacimientos en España
Madrid, cree que “la próxima oleada vendrá sobre todo del África subsahariana”, cuyos ciudadanos “no tienen la ventaja del idioma pero son muy pacíficos”.
Las parejas inmigrantes y mixtas vienen amortiguando la caída de la natalidad en España: en los últimos 15 años tuvieron aquí cerca de un millón de hijos. Hoy, la población extranjera (de 5,2 millones) representa el 11,2% del total (46,8 millones), pero el porcentaje de nacimientos de madre foránea sobre el conjunto alcanza el 18,7%, según datos del Instituto Nacional de Estadística correspondientes al primer semestre de este año. Sin embargo, dicha cuota de natalidad tiende a bajar con el paso del tiempo: el año pasado era del 19,1% y el anterior, del 20,4%.
Esa caída en las tasas de fecundidad de las mamás venidas de fuera –casi constante a lo largo del último decenio– no deja de ser más que un reflejo de cómo ellas y sus cónyuges van adoptando las formas y estilos de vida de la sociedad que los acogió.
Como resume Alejandro Macarrón en su libro El suicidio demográfico de España, la “aportación de la inmigración ha sido hasta ahora beneficiosa” para el país; lo ha rejuvenecido hasta cierto
“¿Quiénes nos ayuda a cuidar a nuestros padres e hijos? ¿Quién nos pone las copas?”, pregunta Leguina
punto y ha contribuido a su desarrollo económico. Todo ello al coste de unas tensiones sociales menos graves que en otros países europeos, dice Leguina. Y eso que, como indica el catedrático de Sociología José Félix Tezanos, a los choques culturales y los brotes de racismo se añade el hecho de que los inmigrantes constituyen “un ejército laboral de reserva que –por sus menores exigencias y por los abusos patronales en la contratación dentro de ciertos sectores– presiona los salarios a la baja”.
La controversia sobre el acceso de los simpapeles a la sanidad pública es la más reciente manifestación de esas tensiones. Pero no se puede olvidar hasta qué punto los inmigrantes que se benefician de este y otros servicios sociales –tengan o no los documentos en regla– han asumido los marrones laborales que hasta antes de la crisis pocos españoles estaban dispuestos a aceptar. “¿Quién cuida a nuestros hijos y nietos, aparte de los padres y abuelos? ¿Quién pasea y atiende a nuestros ancianos? ¿Quién pone las copas y ocupa los oficios más ingratos y frágiles?”, pregunta Leguina. Hasta hace poco, los llegados de fuera sobre todo. Pero también eso está cambiando.