El aire también cuenta
La trayectoria artística de Iñigo Arregi (Mondragón, 1954) está marcada desde sus inicios cuando, internado en el Seminario de Arantzazu en su adolescencia, conoció a Jorge Oteiza, uno de los escultores más versátiles del siglo XX. En esta muestra, titulada Una dirección, el artista ofrece el maridaje entre arte e industria en 12 esculturas y 14 relieves que también dan una versión del movimiento cinético aunque alejado de la singular belleza de algunos creadores como Sempere.
Para Arregi, igual que para Chillida y para Oteiza, el problema que tratan sus piezas tridimensionales es la ocupación del espacio como dualidad, lugar concreto y cubículo en el que se dilucidan significaciones, tomando como génesis las teorías de los constructivistas rusos, experimentando con las formas en las que parece apreciarse en la actualidad una incipiente querencia a la curvatura. También como sus dos egregios antecesores consigue que los elementos espaciales sustituyan el protagonismo de los materiales y para el hueco, como decía Chillida tras la ilustración de unos poemas de Jorge Guillén en 1971, lo importante es el aire, la conquista del vacío por lo inaprensible, por esa materia lírica que existe pero que no es mensurable más que metafísicamente.
Decía Julio González –y el autor del Peine del viento o de Elo
gio del horizonte lo asumía– que sus esculturas eran dibujos en el espacio, la búsqueda de un espacio interno en la obra, la descrip- ción de los sueños que pueden proyectar el papel de la luz y su transparencia. Mientras que Arregi trata de definir con el acero corten la versatilidad expresiva de un material que ha sido utilizado por muchos escultores desde hace medio siglo y que singularmente lo han acogido como propio los más sobresalientes artistas vascos. Las piezas de Iñigo están realizadas a base de planchas que se van insertando, sin soldaduras, como si tratara de plasmar un rompecabezas de elementos autóctonos.