LA EXPORTACIÓN SUBORDINADA
Para que una empresa multinacional decida convertir su filial española en plataforma de exportación deben producirse las circunstancias que lo hagan posible y rentable”
En los últimos meses se ha extendido, con razón, el convencimiento de que ante la atonía del mercado interior el gran revulsivo para que la economía española vuelva a crecer debe venir de la mano de la exportación de bienes y servicios y del turismo. En este sentido, las estadísticas nos indican que la balanza comercial ha mejorado tanto por el impulso exportador cuanto por la atonía de las importaciones.
Dicho esto, en más de una ocasión he puesto de relieve en estas mismas páginas que es importante para las empresas españolas formar parte de las cadenas de valor mundiales y ello pasa, en muchas ocasiones, por integrarse en grupos multinacionales (véase mi artículo en el suplemento Dinero del día 02/VI/2013, titulado “Exportación y cadenas de valor”).
La cuestión que se presenta en este caso es que la decisión de las multinacionales de atribuir a sus factorías españolas la producción para la exportación de una serie de bienes y servicios depende de que la filial de aquí sea capaz de trabajar a costes más bajos que los que la multinacional puede obtener adjudicando la producción que debe destinarse a los mercados mundiales a otra de sus filiales en un país con costes laborales o de suministros inferiores a los que la filial en nuestros pagos pueda ofertar.
EL CASO DE ALSTOM
Procesos de análisis de este tipo los hemos visto en casos de adjudicación de nuevos modelos de vehículos a Nissan o a Seat en sus factorías de Barcelona o de Martorell. Y ahora lo vemos en las dudas respecto a que sea la factoría española de material ferroviario de la multinacional francesa Alstom la que pueda proporcionar el material que debería servir para que el consorcio que ha ganado la adjudicación de las nuevas líneas del metro de Riad no sólo cuente con la tecnología y el buen hacer de Fomento de Construcciones y Contratas (FCC) respecto a la obra civil y a la ingeniería sino que cuente, también, con el material rodante y de señalización que pueda suministrársele desde una plataforma manufacturera de aquí.
Las primeras discusiones respecto a la competitividad de la filial española de Alstom para unirse al proyecto de las nuevas líneas de metro de Riad pone de nuevo sobre la mesa el tema de las bases de competitividad de nuestra industria exportadora.
Si las bases de competitivi- dad exportadora española deben asentarse sobre productos low cost o sobre productos que se vuelven competitivos por una devaluación interna en temas sobre todo –aunque no exclusivamente– salariales, no hay margen para un excesivo triunfalismo, pues la devaluación interna a que deberíamos someternos al no poder devaluar la moneda por el hecho de estar en la zona euro debe observar el límite marcado por los logros sociales que se han conseguido en los últimos años y a los que los sindicatos difícilmente pueden renunciar.
Es cierto que las empresas exportadoras están haciendo importantes esfuerzos de reducción de costes y aumento de productividad para seguir vendiendo al exterior compensando, con ello, la atonía del mercado interno, pero no es menos cierto que la exportación deseable es la de elevado valor añadido y la que sirve para dinamizar el cuerpo exportador.
Para un Estado integrado en la Unión Europea y con un elevado grado de sociedad del bienestar, tener una industria exportadora es esencial pero el problema es la subordinación que padecemos respecto a una parte de la exportación industrial derivada de decisiones de las multinacionales.
Atraer multinacionales es importante, pues aportan capitales, tecnología y know how, puestos de trabajo y relaciones exteriores. En este sentido, resulta encomiable el trabajo que se está realizando a nivel del Estado, de las comunidades autónomas, de las cámaras de comercio y de otras entidades que están consiguiendo que el flujo de inversiones hacia aquí no se pare. Y ello a pesar de un conjunto de circunstancias adversas y venciendo, incluso, la
La exportación deseable es la de elevado valor añadido y la que dinamiza el cuerpo exportador
mala imagen que nuestro sistema de gobernanza y nuestro grado de corrupción generan en la prensa internacional y en los círculos potencialmente inversores.
Dicho esto, hay que tener muy presente que las decisiones de exportación de las multinacionales no se toman de forma irreflexiva. Para que una empresa multinacional decida convertir a su filial española en plataforma de exportación deben producirse las cir- cunstancias que lo hagan posible y rentable tanto por la productividad de la propia empresa y de sus sistemas productivos y logísticos, cuanto por unos buenos niveles de costes en los inputs industriales, acceso a infraestructuras físicas e inmateriales, buenos servicios auxiliares, etcétera.
MÁS ALLÁ DE LA COMPETITIVIDAD
Los avances exportadores en productos que controlan las empresas genuinamente españolas dependen, lógicamente, de la competitividad de la empresa local, de su acceso a la financiación y de su propia capacidad para encontrar clientes exteriores solventes. Pero los avances exportadores en áreas en donde las decisiones se toman en el exterior están, además, subordinados a que la empresa madre decida que la opción de asignar a su filial española el pedido de exportación le resulta mejor que asignárselo a alguna otra de las filiales de las que disponga en otros países de la Unión Europea o, incluso, en países latinoamericanos o asiáticos.
El ejemplo de Alstom derivado del contrato multimillonario del metro para Riad que estos días ha saltado a las páginas económicas de la prensa es un buen ejemplo de todo esto.
Confiemos en que a pesar de que por el momento no parece que la ubicación española vaya a ser la elegida para suministrar los 1.200 millones de material ferroviario que se precisan –por el hecho de que otras factorías del grupo francés parecen estar en una mejor situación competitiva– pueda, finalmente, intervenir una negociación en que una parte de esta exportación subordinada pueda adjudicarse a plantas en España y crear empleo y dar divisas a nuestra muy necesitada economía.
La marca España –controversias aparte respecto a la valoración de los catalanes hecha por su segundo, ahora ya cesado por el Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, y por más que su Comisionado Carlos Espinosa de los Monteros lo quiera– no es lo que va a decantar las decisiones de las multinacionales interesadas –como buenas empresas capitalistas– en maximizar sus beneficios a escala global con independencia de sentimentalismos y de favoritismos nacionalistas.
Este es –queramos o no queramos– uno de los costes de la subordinación a centros de decisión en el extranjero de nuestras factorías nacionales.