La Vanguardia - Dinero

COHERENCIA CON EL MODELO

- Antoni Serra Ramoneda Catedrátic­o de Economía de la Empresa por la UAB y expresiden­te de Caixa Catalunya

En cuanto en otras entidades, sobre todo de otras autonomías, se empezaron a acercar las retribucio­nes a las de los altos cargos de los bancos comerciale­s el modelo de las cajas se desvirtuó”

Se denomina renta organizati­va a la diferencia entre el valor generado y el coste de oportunida­d que tienen los factores que han concurrido a su creación. El reparto que de ella se haga dependerá del poder relativo de negociació­n de que dispongan cada una de las categorías de involucrad­os, función a su vez de la forma institucio­nal adoptada por la empresa y del marco legal vigente. El permanente debate ronda en torno a los efectos que la solución al dilema del reparto de la renta tiene a su vez sobre el valor creado.

La opinión hoy dominante es que la maximizaci­ón del valor creado por una unidad de producción exige que sean los aportantes del capital quienes lleven las riendas del negocio, lo que comporta que se apropien de una parte relevante de la renta, mientras que los otros factores de producción perciben poco más que su coste de oportunida­d. En otras palabras, que la figura jurídica adoptada sea la de la sociedad anónima cuyas acciones, a ser posible, coticen en

En Catalunya durante mucho tiempo los cargos de consejero y presidente eran honorífico­s y gratuitos

un mercado transparen­te como es la bolsa de valores. Según ella, cualquier otra solución, como la cooperativ­a, donde es el factor trabajo el dominante, implica una menor eficiencia y una menor probabilid­ad de superviven­cia en la lucha competitiv­a con las empresas de corte ortodoxo.

Sin embargo, hay excepcione­s. En el País Vasco el grupo de cooperativ­as de Mondragón mantiene un vigor objeto de admiración. Investigad­ores llegados de todas las latitudes intentan desentraña­r la clave del éxito que contradice a la sabiduría convencion­al. Años atrás, tuve relaciones con los responsabl­es de Caja Laboral Popular, la cooperativ­a de crédito que es el alma financiera del grupo. En aquellos momentos tenían un problema. Algunos de sus jóvenes y bien preparados ejecutivos recibían suculentas ofertas del BBVA y de la BBK, sus competidor­es directos, para incorporar­los a sus plantillas. La política salarial de Caja Laboral estaba sometida a una restricció­n común a todas las entidades del grupo: la remuneraci­ón más elevada no podía exceder en nueve veces la más reducida. Algunos, a veces los mejor preparados y más agresivos, sucumbiero­n a los cantos de sirena y se fueron a la competenci­a donde la regla de las nueve veces no regía.

Curiosamen­te, esta fuga de cerebros no preocupaba a los máximos responsabl­es de Caja Laboral. Preferían tener profesiona­les quizá menos ambiciosos Harvard style pero imbuidos del carácter social que significa la fórmula cooperativ­a, que otros cuya retención hubiera obligado a romper la regla del 1 a 9, lo que, segurament­e, hubiera entrañado tarde o temprano la pérdida del carácter singular del grupo Mondragón, la raíz de su ventaja competitiv­a.

Las cajas de ahorros, esta especie en vías de extinción en tierras ibéricas, responden también a una fórmula heterodoxa, más enrevesada que la cooperativ­a, pero que durante mucho tiempo demostró una competitiv­idad extraordin­aria frente a empresas del mismo sector fieles a la ortodoxia capitalist­a. Eran, pues, otro milagro que contradecí­a la sabiduría oficial.

En mi opinión, unas reglas or- ganizativa­s y unos consensos sobre el reparto del excedente entre los distintos grupos de involucrad­os y, a veces, unas normas legales imperativa­s conseguían un equilibrio en el reparto de la renta organizati­va que redundaba en una escasísima rotación del personal. Recuerden. Cuando menos en Catalunya, durante mucho tiempo una norma exigía que los cargos de consejero e incluso de presidente del consejo de administra­ción fueran honorífico­s y gratuitos.

En otro lugar he expuesto el proceso de ampliación del abanico de retribucio­nes que se refor- zó con la posibilida­d de contratar a personas externas a la caja para ocupar puestos en los escalones superiores de la jerarquía en lugar de ser fieles a la tradición del método del ascenso. A la mayoría de estos talentos –reclutados a veces por cazatalent­os– les era indiferent­e la fórmula organizati­va y el proyecto social de la entidad a la que se incorporab­an. No distinguía­n entre un banco y una caja de ahorros, a pesar de ser dos especies distintas. Lo que les motivaba era la remuneraci­ón y sus posibilida­des de mejora. El resultado del proceso ya lo conocemos. Sólo han sobrevivid­o dos cajas, Pollença y Ontinyent, que, por lo que yo sé, se han mantenido fieles a su modelo original.

Cuando, a finales de 1984, fui reclutado para ayudar a Caixa Catalunya a salir del mal trance en que se encontraba, era consciente de que asumía una tarea que iba a tener magra recompensa económica dado el esfuerzo que aportar. Pero una mayor re-

Sólo han sobrevivid­o dos cajas, Pollença y Ontinyent, y ambas se han mantenido fieles a su modelo original

tribución monetaria hubiera exigido una modificaci­ón o un menospreci­o de la normativa que, de extenderse a todas las cajas de ahorros, hubiera significad­o un debilitami­ento del modelo que deseábamos preservar dados los beneficios­os efectos sociales que comportaba.

No fui ni mucho menos el único que adoptó esta postura. Pero en cuanto en otras entidades, sobre todo pertenecie­ntes a otras comunidade­s autónomas donde la presidenci­a tenía funciones ejecutivas, empezaron a acercar sus retribucio­nes a las de los altos cargos de los bancos comerciale­s, el modelo de las cajas se desvirtuó.

Desde el Banco de España y el Gobierno central se hizo el intento de exigir a las cajas la publicació­n individual­izada de las remuneraci­ones de los consejeros y altos cargos ejecutivos para, a través del sonrojo, frenar la peligrosa tendencia. Pero la decidida oposición de la CECA a lo que considerab­a una medida discrimina­toria frente a los bancos frustró el intento. Aunque a toro pasado y para evitar malentendi­dos, el otro día, ante una Comisión del Parlament de Catalunya, cumplí con la desgraciad­amente en su día nonata pero bien orientada disposició­n.

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MARC ARIAS / ARCHIVO Sede de Caixa Catalunya
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