EL GRADO DE SOLIDARIDAD
La divulgación de dos recientes documentos del Col·legi d’Economistes de Catalunya provocó en varios ámbitos del propio colegio un debate sobre el grado de solidaridad entre los diversos segmentos de la población y entre el conjunto de la sociedad actual y las futuras generaciones. La cuestión podría formularse a partir de la siguiente pregunta: ¿el diseño del actual sistema económico contempla mecanismos de solidaridad lo bastante consistentes como para poder afirmar que este diseño está encaminado a este objetivo y que lo cubre satisfactoriamente?
De entrada, no es difícil identificar mecanismos que responderían a este interrogante, el más importante de los cuales, por su papel central en la política económica, son los presupuestos públicos. El debate incorporó también el endeudamiento público y el grado de evasión fiscal y de economía sumergida.
Es por lo común admitido que los presupuestos públicos tienen esencialmente una función redistributiva y de facilitar un crecimiento económico sostenido. Sería, por lo tanto, el mecanismo por excelencia de la solidaridad. Su composición está integrada por los ingresos y los gastos, de forma que la eficiencia de los presupuestos en relación con los objetivos definidos vendrá determinada tanto por las políticas relativas a cada uno de sus componentes como por la relación existente entre ellos.
En la búsqueda de este equilibrio es fácil que afloren, a corto plazo y en un entorno de crisis, contradicciones que reducen su capacidad para cumplir los objetivos de solidaridad. Así, y por el lado de los ingresos, incrementar la presión fiscal a los contribuyentes que cumplen sus obligaciones, es decir, su plus de solidaridad, puede ser contraindicado por políticas ligadas al crecimiento. La disparidad entre la imposición de las rentas del capital y las rentas del trabajo puede parecer difícil de justificar, pero también es cierto que a veces hay que estimular el ahorro para que aporte recursos a la inversión.
Por el lado de los gastos, es decir, en la materialización en forma de prestaciones de la solidaridad, es obvio que su función es la de cubrir las necesidades que han sido definidas en el concepto del Estado de bienestar. Quizás es bueno recordar que el Estado de bienestar se concibió para cubrir necesida- des básicas de la población (sanidad, educación y servicios sociales) y para dar cobertura a aquellos de sus integrantes que no tienen capacidad personal para alcanzar el nivel básico de servicios que toda sociedad moderna exige. El problema es establecer los límites factibles teniendo en cuenta la capacidad de generar renta de la sociedad y, por lo tanto, de los ingresos públicos. Toda utilización abusiva de los servicios públicos es un debilitamiento de la solidaridad que persiguen los presupuestos públicos.
En este contexto, ¿cuál es el otro enemigo fundamental de la solidaridad? La existencia de una importante bolsa de fraude y de economía sumergida, que en nuestro entorno puede superar el 20% del PIB y que provoca que la presión fiscal (ingresos tributarios en relación con el PIB) se sitúe cerca de diez puntos por debajo de la media europea.
En relación con los presupuestos y su función solidaria no podemos dejar de lado el déficit público y el nivel de endeudamiento
El uso abusivo de los servicios públicos es un debilitamiento de la solidaridad que buscan los presupuestos Con el endeudamiento público, la sociedad actual es poco solidaria con la sociedad del futuro
que comporta. La existencia de déficit implica que la sociedad recibe en forma de gasto público un nivel de servicios que su capacidad de generación de renta no puede financiar. Este déficit puede ser coyuntural y anticíclico y, por lo tanto, justificado o bien convertirse en permanente con efectos perversos, ya que la diferencia se cubre con endeudamiento que acaba reduciendo las posibilidades de la economía.
En estos momentos, el nivel de endeudamiento público español se sitúa cerca del 100% del PIB. La consecuencia principal es que este endeudamiento repercutirá en las generaciones futuras, que asumirán su carga. De forma que la sociedad actual sería poco solidaria con la sociedad del futuro, que se verá afectada por la decisión de mantener nuestro nivel de bienestar aunque sea revirtiendo su coste en el futuro.