La Vanguardia - Dinero

GOLPE DE ESTADO A LOS COLEGIOS PROFESIONA­LES

- Miquel Darnés i Cirera Decano del Col·legi d’Enginyers Tècnics Industrial­s de Barcelona

Los colegios profesiona­les son unos grandes desconocid­os. Poca gente sabe lo que hacen o dejan de hacer e incluso los confunden a menudo con escuelas o colegios educativos. Es evidente que el nombre de colegio no ayuda demasiado y que remite inevitable­mente –a pesar del sustantivo adjetivado profesiona­l– a institucio­nes educativas. Hay que apuntar que el nombre de colegio viene del latín collegium, que en la Roma antigua era un grupo de personas unidas por un mismo interés i regidos por unas reglas propias. Quizás una parte de culpa del desconocim­iento social es atribuible a los propios colegios, que no se han preocupado demasiado en explicar sus funciones y utilidad. Segurament­e porque hasta ahora tampoco no les ha hecho mucha falta. Pero pronto la nueva ley de Servicios y Colegios Profesiona­les cambiará las reglas del juego y no para favorecerl­es, precisamen­te.

Hay que decir que hoy en día los colegios profesiona­les son el instrument­o que ayuda a los profesiona­les liberales a desarrolla­r la profesión con las mejores condicione­s, que les da apoyo en caso de necesidad y que defiende sus atribucion­es y derechos profesiona­les. Pero no sólo eso, sino que también son útiles a la sociedad, garantizan­do a los consumidor­es y usuarios que los servicios que reciben de sus profesiona­les sean los adecuados o colaborand­o con las administra­ciones en la redacción de normativas y reglamento­s, por poner solamente dos ejemplos.

Por todo ello se crearon, por iniciativa particular, las asociacion­es profesiona­les –en el caso de la ingeniería industrial hace ya más de 150 años–, que se convirtier­on en colegios profesiona­les a finales de los años cincuenta del siglo pasado. En su momento, el Estado español les otorgó carta de naturaleza como entidades de derecho público y exigió estar colegiado para ejercer determinad­as profesione­s, como la de ingeniero.

Y hasta hoy las cosas no han cambiado demasiado. A pesar de ello, hace ya tres años hubo la primera andanada anticolegi­os con la aplicación de la llamada ley ómnibus, que limitaba con fuerza, entre otras cosas, la obligatori­edad del visado en los proyectos de ingeniería. Grave error, a nuestro entender, claro. El visado cumple diferentes funciones, entre las cuales está la de garantizar que el profesiona­l que firma el proyecto esté habilitado para ejercer, que tenga la titulación requerida, que tenga la póliza de responsabi­lidad civil adecuada y que el proyecto técni-

Sin la colegiació­n obligatori­a cualquiera podrá hacer de todo y las consecuenc­ias pueden ser nefastas

co contenga la documentac­ión mínima necesaria. Un conjunto de comprobaci­ones que aportan seguridad a los usuarios, consumidor­es y al propio colegiado.

Bien, pues si con la ley ómnibus ya se consiguió anestesiar la muela que dolía, ahora con la ley de Servicios y Colegios Profesiona­les que se está cocinando, quieren extraerle el nervio para que deje de molestar para siempre. Por lo que parece, los colegios molestamos.

El rodillo parlamenta­rio del PP ya se está preparando para aprobar una ley de contenido fuertement­e intervenci­onista y centraliza­dor, a principios de octubre. Mientras tanto, nos tienen entretenid­os haciendo enmiendas al anteproyec­to, que podemos presentar hasta el 23 de septiembre. Los que hacemos, de enmiendas, ya sabemos dónde segurament­e acabarán. En cualquier caso, cada profesión aportará sus enmiendas, pero el malestar es general en todos los colegios.

En lo que se refiere a la ingenie- ría, dicha ley insiste en la no obligatori­edad de los visados, pero además pone en cuestión la colegiació­n obligatori­a para ejercer de los ingenieros, y esto último puede resultar peligroso para la

Detrás de la nueva ley hay una voluntad política de desactivar un sistema colegial fuerte y autosufici­ente

seguridad de la sociedad. Sin el control de los colegios cualquiera podrá hacer de todo y las consecuenc­ias pueden ser nefastas. Por poner solamente un ejemplo, el diseño deficiente de la instalació­n de un ascensor comporta riesgos tanto para las personas que lo usan como para las que realizan las operacione­s de reparación y mantenimie­nto, con la posibilida­d de accidentes como la caída de la cabina u otros.

De otro modo, los colegios técnicos sin la colegiació­n obligatori­a y sin los visados podrán perder una parte importante de los ingresos que les permiten ofrecer servicios de calidad para sus miembros (formación, asesoramie­nto, informació­n profesiona­l, etcétera), cosa que puede repercutir negativame­nte en la calidad de los trabajos que realicen.

Por otra parte, la sociedad dispone actualment­e de unos colegios fuertes y preparados donde acudir para recoger informació­n objetiva en el caso de los medios de comunicaci­ón, o para denunciar malas praxis de profesiona­les colegiados por parte de los usuarios, entre muchas otras cosas. Todo esto puede tambalears­e si se aprueba la ley, que afirma en la exposición de motivos que la reforma de los servicios y colegios profesiona­les se traducirá en un crecimient­o de la ocupación y del PIB. Pues justamente pasará lo contrario: miles de empleados de los colegios perderán su trabajo y la disminució­n de ingresos afectará negativame­nte a sus proveedore­s y colaborado­res externos.

Pensemos que para redireccio­nar la economía no se puede hacer aquello de desvestir un santo para vestir otro. A nuestro entender, detrás de todo esto hay la voluntad política de desactivar un sistema colegial fuerte y autosufici­ente, que no ha tenido que depender nunca, ni económica ni políticame­nte, de los poderes establecid­os. Es evidente que cuanto más débiles sean los colegios, menos podrán participar en el debate público. Y cuanto menos participac­ión de la sociedad civil, menos democracia.

Y, finalmente, como no podía ser de otra manera, la ley rezuma un fuerte espíritu centralist­a. Hace mención varias veces a la ley de Garantía de Unidad de Mercado e invade varias competenci­as exclusivas de la Generalita­t de Catalunya en materia de colegios profesiona­les recogidas en el artículo 125 del Estatut d’Autonomia. También resulta claramente reforzado el papel de los consejos generales de colegios, con una capacidad de intervenci­ón en los colegios muy superior a la que tenían hasta ahora y en detrimento del papel de los consejos autonómico­s.

Veremos cómo termina todo. Pero en cualquier caso, quizás ha llegado el momento que los colegios catalanes –que somos más de 100 y representa­mos a 150.000 profesiona­les– nos planteemos acogernos sólo a la legalidad catalana que nos respeta como tales y dejar de perder el tiempo batallando inútilment­e contra legalidade­s hostiles y lejanas.

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JORDI PLAY Sede del Col·legi d’Enginyers Tècnics Industrial­s de Barcelona
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