La Vanguardia - Dinero

Catania, bajo el volcán

En caso de ser reelegida, ¿mirará Merkel con más benevolenc­ia a los sufridos países del Sur?

- John William Wilkinson

Si todo va según el plan trazado, a partir del 22 de este mes será Angela Merkel dueña y señora no sólo de Alemania sino de toda la Unión Europea. Queda por saber qué hará con tanto poder en su tercer mandato consecutiv­o.

Será la culminació­n del anhelo que nació parejo con la creación en 1871 del imperio alemán. En el casi siglo y medio que ha transcurri­do desde entones, sus intentos por dominar Europa –y, por tanto, el mundo– han provocado dos guerras mundiales que lograron no sólo que Europa cediera su hegemonía económica, militar y cultural a Estados Unidos, sino que la propia Alemania quedara partida en dos.

Sin embargo, conviene recordar que si existe la Unión Europea es gracias a la actitud conciliado­ra tras la Segunda Guerra Mundial de Alemania y de los países aliados. Por otro lado, tampoco hay que olvidar que ha sido gracias a la Unión Europea que Alemania ha podido reunificar­se y volver a intentar lograr la siempre ansiada supremacía.

Una vez consolidad­o y aumentado su poderío, ¿mirará con mayor benevolenc­ia la señora Merkel hacia los sufridos países del Sur? ¿Les perdonará la vida a los perezosos mediterrán­eos? Segurament­e haría bien la canciller en volcarse en la recuperaci­ón de las maltrechas economías que se extienden desde Lisboa hasta Atenas. Porque, empezando por Alemania, todos saldríamos ganando.

A la espera de saber cuál será la voluntad de la reelegida –sería una sorpresa mayúscula que no lo fuera– canciller, la vida sigue. Tanto en Berlín como en Catania, esa bulliciosa cuidad siciliana que tanto podría enseñarle al ama de Europa sobre el arte de vivir, o, en cada vez más casos, el de sobrevivir.

Fundada en el siglo VIII a.C., Catania ha sido destruida al menos siete veces. Ley de vida. O del Etna, el volcán activo más grande de Europa –como segurament­e sabrá la señora Merkel–. Por no hablar de terremotos. Como el de 1693, de cuyos escombros surgió un maravillos­o conjunto urbano barroco del que la Unesco ha tenido a bien nombrar no pocos edificios patrimonio de la humanidad.

A primera vista, todo en la Catania histórica es viejo. Parece una obviedad, pero no lo es tanto si se compara con, por ejemplo, Barcelona, donde el gótico se codea con el diseño. Predominan, asimismo, los catanesi entrados en años. Aun así, Catania, si es algo, es un estallido de vida.

El mercato del pesce es un espectácul­o digno de verse. A cuatro pasos del duomo, llega cada día tal abundancia y variedad de pescado fresco al laberíntic­o mercado, que se podría sospechar que la verdadera riqueza de la urbe yace amontonada sobre los lechos de hielo picado. Los pescadores anuncian a pleno pulmón la frescura de la captura al enjambre humano en constante movimiento.

La mayoría de los compradore­s son hombres de mediana edad que vuelven a casa acarreando bolsas de plástico repletas de frutos de mar y sabrosísim­as hortalizas. Los turistas, lejos de ser los protagonis­tas, circulan como pueden entre los abarrotado­s puestos y callejuela­s. Los precios son sorprenden­temente módicos. Un kilo de boquerones a tres euros es una ganga. Los embutidos y quesos también están bastante más asequibles que en España. Y es así también en todo el mercado y el mercadillo al aire libre que ocupa gran parte del entramado de calles entre la plaza de la Repubblica y la plaza Carlo Arberto, aunque, a decir verdad, los tentáculos de este gigantesco e insaciable pulpo compuesto de

Por el bien de toda la eurozona, Merkel haría bien en volcarse en la recuperaci­ón de la periferia europea

variopinto­s mercaderes se extienden mucho más allá.

Los carniceros blanden imponentes cuchillos en plena calle y cortan los filetes sobre mesas de mármol al gusto de cada cliente. Junto a los solomillos reluce con igual dignidad la casquería, que con toda seguridad acaba en gui- sos dignos de una emperatriz. Los comercios chinos no desentonan con los de los sicilianos; es más, los chinos también compran en el mercado y el mercadillo como los que más.

El discurrir de la vida en Catania no precisa reglas impuestas desde fuera. Digan los que digan en Bruselas, ver a un hombre circular en moto por la calzada sin casco mientras fuma y habla por el móvil es la cosa más normal del mundo. Los antiguos semáforos al menos quedan bonitos. El parque de coches ha envejecido con la población; asombra el grado de abandono de algunas de las abolladas carracas que no pasarían ni la ITV más indulgente.

Para muchas familias, el maletero del coche es una especie de trastero o almacén, foco de un activo trasiego de misterioso­s bultos y bolsas. Y es que la casi total ausencia en la Catania barroca de casas de comida, restaurant­es o bares, como los que hay por doquier en España, denota una vida algo más hogareña. La crisis obliga. Lo que sí hay son panaderías, heladerías y cafés. Deben de proliferar los golosos. En las plazas suele haber dos quioscos: uno de prensa –siendo La Sicilia con el suplemento Catania casi el único diario– y otro donde los clientes toman de pie jarabes de frutas.

La cantidad de iglesias es tal, que segurament­e asustaría a la austera canciller Merkel. Y no sólo son adornos barrocos para los turistas. Será porque cuando vives bajo un volcán, o bien te abandonas, como el personaje de Malcom Lowry, o te agarras a la fe. Tanto si se es creyente como si no, la verdad es que la crisis ha golpeado con fuerza a Catania. Pero, gente sabia, saben que siempre hay que rendir cuentas a una fuerza superior, sea de este mundo o del otro.

Los italianos hacen bien en creer en los milagros. No existe problema que no tenga su correspond­iente solución. Es cuestión de ir tirando, no sea que el Etna vuelva a hacer de las suyas.

Entretanto, las hojas de La Sicilia, con el interminab­le culebrón de Berlusconi o los caprichos de la canciller Merkel, sirven para envolver pescado fresco a muy buen precio. Y la vida sigue. Eso es todo.

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SABINE LUBENOW / GETTY El ‘mercato del pesce’ es un espectácul­o digno de verse. A cuatro pasos del ‘duomo’, llega cada día tal abundancia y variedad de pescado fresco al laberíntic­o mercado, que se podría sospechar que la verdadera riqueza de la urbe yace amontonada sobre...
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