PRODUCTIVIDAD Y SEGUNDAS RESIDENCIAS
Hace ahora justo veinte años, en 1993-1994, fui uno de los responsables de la Comisión Europea para las negociaciones de adhesión de Austria, Finlandia y Suecia en su entrada a la Unión Europea. Viniendo, como venía yo, de un país turístico como el nuestro, no entendía la reticencia con que los delegados austriacos querían imponer restricciones a la libre entrada de capitales desde el primer momento de la adhesión, alegando que ello iba a provocar una compra masiva de residencias secundarias y casas de vacaciones en sus zonas turísticas, solamente utilizadas unas pocas semanas al año, y que obligan a inversiones en infraestructuras públicas que sólo se van a utilizar en momentos de máxima ocupación atrayendo capitales a sectores con menor rentabilidad social que si se emplearan en inversiones más productivas.
Leyendo, estos días pasados, el libro de una serie de profesores de la Universitat de València, encabezados por Matilde Mas, Francisco Pérez y Ezequiel Uriel, editado por la Fun- dación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), titulado Inversión y stock de capital en España 1964-2011. Evolución y Perspectivas del patrón de acumulación, me he acordado de aquellas discusiones que tuve en aquellas negociaciones de adhesión de la Unión Europea.
De acuerdo con el estudio del IVIE ,España experimentó entre
Las inversiones en vivienda y otras construcciones han llegado a suponer el 70% del total
1964 y 1975 un fuerte crecimiento en su proceso de inversión que se interrumpió en el periodo de crisis del petróleo 1975-1985 con un retorno, luego, al fuerte crecimiento tras el ingreso de España en la entonces Comunidad Europea en 1986 interrumpido, solamente y de forma breve en 1993, y, luego, a partir del 2007 cuando entramos en la crisis que aún hoy estamos padeciendo.
En el 2007, nuestro capital so- cial era ocho veces el que teníamos en 1964 gracias a una inversión muy importante –por encima del 24% del producto interior bruto (PIB) en la mayoría de los años– consecuencia de una inversión privada principalmente en vivienda y otras construcciones (oficinas, comercios, almacenes…) y a una inversión pública impulsada por un fuerte aumento de la presión fiscal.
Las inversiones en vivienda y otras construcciones han llegado a suponer el 70% del total (44% en viviendas) y la inversión industrial ha caído desde el 45% en 1964 hasta menos del 20% en el 2011. Mientras, las inversiones en agricultura han caído y solamente las inversiones en tecnologías de información y comunicación (TIC) han avanzado substancialmente al compás de las revoluciones tecnológicas que se han producido.
Las cifras cantan: la economía española se ha capitalizado rápidamente pasando a exhibir un stock de capital que en el 2011 se estimaba en 3,4 billones de euros (contra un PIB de 1 billón) mostrando, pues, un coeficiente de 3,5 unidades de capital para generar una unidad de valor añadido mientras que esta relación era, en 1964, de 2,4. La inversión ha sustituido a la mano de obra. lo cual explica –en parte– el alto nivel de desempleo que hoy padecemos.
Pero mientras en otros países de la OCDE la inversión se ha hecho para aumentar la productividad, una buena parte de la inversión española se ha realizado pensando en la revalorización de acti-
La construcción en residencias secundarias en zonas turísticas tiene un retorno económico muy bajo
vos como consecuencia, en gran parte, de la burbuja inmobiliaria y de la inversión en residencias secundarias a lo ancho y largo de nuestras costas y zonas turísticas del interior.
Al haber desaparecido, hoy, las expectativas de revalorización de estos activos y sin perspectivas de alzas de precios, el esfuerzo inversor se ha desplomado. Ello se ha visto, además, agravado por la falta de crédito, la poca ocupación de una parte del capital invertido y los excesos de inversión sobre el ahorro interno que se produjeron en el pasado y que derivaron en la situación de endeudamiento externo privado que hoy padecemos.
Con todo ello, España muestra una menor productividad del capital acumulado, lo cual se ve agravado por el hecho de que las amortizaciones precisas para atender la pérdida de valor de los activos determina que la inversión neta sea cada vez menor en relación con la inversión bruta.
Dada la crisis actual y el deterioro de las expectativas para empresas y para los consumidores, la demanda ha caído y hay un exceso de capacidad instalada –salvo en sectores exportadores– y se necesitarán años para absorber este exceso de capital hoy en juego (piénsese en la cantidad de viviendas vacías). Con ello, con la falta de crédito y el desapalancamiento al que se ven abocadas empresas, familias y entidades financieras el dinamismo referido a la inversión y la evolución del stock de capital ha caído desde incrementos de más del 6% anual a decrementos que han llegado a ser del 5% anual.
UN MODELO DE MAYOR PRODUCTIVIDAD
Cara al futuro y para que haya recuperación, no debe pensarse tanto en aumentar la intensidad del esfuerzo inversor teniendo en cuenta que ya el nivel de inversiones realizadas es muy alto –quizás excesivo–, sino en que la composición de las inversiones debe cambiar, pues si se volviera a intensificar excesivamente la inversión en construcción e inmobiliario, recuperaríamos un modelo de escasa productividad y, además, muy costoso teniendo en cuenta el alto precio al que los mercados internacionales están dispuestos a aportar capital a España.
Ahora que está acabando la temporada turística alta y las residencias secundarias van quedando vacías hasta una nueva temporada turística, el análisis sobre la productividad global de la economía española y las residencias secundarias recobra todo su sentido.
La reactivación del sector de la construcción es esencial para la recuperación de la economía general, pero el problema es que la construcción en residencias secundarias en zonas turísticas supone un importante stock de capitales que generan muy poco a lo largo del año.
Los procesos futuros de inversión deben reorientarse hacia la industria, hacia las tecnologías de la información y comunicación (TIC) y hacia sectores de alta productividad o infraestructuras que solucionen cuellos de botella indiscutibles.
No se pueden reproducir en el futuro los errores inversores del pasado.