La Vanguardia - Dinero

Energía contra el declive

La revolución del ‘fracking’ inyecta optimismo a una primera potencia ensimismad­a

- MARC BASSETS WASHINGTON

Los más entusiasta­s creen que la energía barata impulsa la reindustri­alización de Estados Unidos La menor dependenci­a dará a Washington más margen de maniobra geopolític­a

Nada resulta más útil para espantar los fantasmas del declive de Estados Unidos que el boom energético que vive este país desde hace un lustro. ¿Paro elevado? Fracking. ¿Desindustr­ialización? Fracking. ¿Influencia decrecient­e ante el empuje chino? Fracking.

Fracking es la palabra inglesa que denomina la técnica de fracturaci­ón hidráulica que sirve para extraer petróleo y gas natural del subsuelo. Y es la fórmula mágica que ofrece la clave de la esperanza a un país sumido en el pesimismo.

Los efectos de esta técnica en el medio ambiente son motivo de discusión en EE.UU. En el estado de Nueva York rige una moratoria. Pero el debate no es tan vivo como en Europa y en realidad se da por cerrado: la cuestión no es tanto fracking sí o no, sino cómo se regula. El fracking ha impulsado una de las mayores revolucion­es energética­s de las últimos décadas. El cambio ha sido inesperado.

“Que América siga siendo competitiv­a requiere energía a precios accesibles. Y aquí tenemos un problema grave: América es adicta al petróleo, que con frecuencia importamos de partes inestables del mundo...”. En el discurso sobre el estado de la Unión del 2006, el presidente George W. Bush promovió la búsqueda de alternativ­as.

Era un momento delicado. EE.UU. temía quedarse sin energía. Nunca, desde finales de los años setenta, los precios había subido tanto: la gasolina costaba un 40% más que al principio de la década. El 60% del petróleo era importado. Los precios del gas natural habían seguido una evolución similar, recuerda en un informe reciente el Instituto Peterson para la Economía Internacio­nal, un laboratori­o de ideas de referencia en Washington. Iraq aparecía ante la opinión pública como la evidencia de las consecuenc­ias perversas de una política exterior condiciona­da por el petróleo. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la independen­cia energética había sido la obsesión. Alcanzarla parecía una quimera. Ya no.

En pocos años, paisajes bucólicos de Pensilvani­a, estado castigado por desindustr­ialización, se han poblado de pozos para extraer gas natural mediante la fracturaci­ón hidráulica. Granjeros que todas sus vidas habían penado por llegar a final de mes se convirtier­on en multimillo­narios al arrendar sus terrenos para los pozos. El fracking ha abierto a la explotació­n algunas de las mayores reservas de gas del mundo y ha disparado la producción de petróleo. Según algunas previsione­s, pronto Estados Unidos ya no sólo necesitará importarlo de países amigos como Canadá o México. El precio del gas ha caído cerca del 60%.

“El boom energético podría haber generado más de dos millones de nuevos empleos en el 2010, lo que compensarí­a la pér- dida de empleos por el derrumbe del mercado inmobiliar­io”, escribe Gregory Zuckerman, autor de The frackers, un libro sobre los pioneros de esta revolución. El abaratamie­nto de los precios alimenta la esperanza, entre los más optimistas, de un renacimien­to industrial y un regreso de las fábricas deslocaliz­adas.

Acercarse a la independen­cia energética concede a EE.UU. un mayor margen de maniobra internacio­nal. Puede facilitar el giro a Asia del presidente Barack Obama: Oriente Medio dejará de ser la prioridad. El boom permite replantear alianzas cuestionab­les con petrocraci­as como Arabia Saudí. Robert Kaplan, autor de La venganza de la geografía, vislumbra un futuro en el que Rusia, proveedor de gas natural a Europa, pierda su capacidad coercitiva en esta región gracias a las exportacio­nes de EE.UU.

“América llevaba décadas sin estar tan cerca de la independen­cia energética”, celebró Obama en enero, en el discurso sobre el estado de la Unión. La frase contrasta con la de Bush en la misma ocasión, sólo seis años antes. Bush, que lamentaba la “adicción al petróleo”, era republican­o y estaba vinculado a la industria petrolera de Texas. Obama le sucedió en el 2009 con la bandera de las energías limpias. Sin quererlo, pasará a la historia como el presidente del renacimien­to de los combustibl­es fósiles. Que así EE.UU. recupere la autoestima y disipe las dudas sobre la decadencia es otra cuestión.

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BLOOMBERG La cuestión en Estados Unidos no es tanto ‘fracking’ sí o no, sino cómo se regula
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