Una propuesta y un aviso
Antes que declarar en quiebra un país, el Bundesbank propone gravar con un impuesto, por una sola vez, la riqueza de sus ciudadanos”
Estamos de acuerdo en que, si bien el panorama económico está hoy más despejado que ayer, el futuro inmediato no está exento de riesgos. Uno de ellos es el del endeudamiento externo de algunos Estados: en España la deuda privada desciende muy lentamente mientras la pública, alimentada por unos déficits que se resisten a disminuir, no hace más que aumentar. El resultado es un endeudamiento creciente que deja nuestras economías a la merced del sentimiento de los inversores, que cualquier día, con un brusco aumento de nuestros costes de financiación, pueden hacernos retroceder varias casillas en el camino de la recuperación. Como el problema no sólo se niega a desaparecer, sino que se agrava con el tiempo, se suceden los intentos de dar con un marco que permita sortear los muchos y nada desdeñables obstáculos que una reestructuración de la deuda presenta. Hasta hoy no se ha logrado el objetivo.
Algunos, sin embargo, se atreven a coger el toro por los cuernos sin muchas contemplaciones: así, por ejemplo, uno de los periódicos de mayor prestigio de Alemania ha publicado recientemente un artículo en el que se hace eco del último informe del Bundesbank, quien, preocupado por el elevado endeu- damiento de algunos estados, considera que, antes de declararse en quiebra, sería mejor que un estado gravase con un impuesto, por una sola vez, la riqueza de sus ciudadanos. Para centrar las ideas, el artículo va ilustrado con una fotografía de Portofino, en la que los yates más aparatosos allí fondeados figuran en primer plano. No es difícil imaginar las dificultades de la puesta en práctica de semejante medida. Citemos sólo tres: una, que la instrumentación del gravamen debería llevarse a cabo en el más absoluto secreto y su aplicación debería hacerse por sorpresa, para evitar que no quedara un solo buque de recreo en los puertos de la Península. (En una ocasión pude observar cómo de una de nuestras calas desaparecían todas las embarcaciones, de la noche a la mañana, ante el anuncio de la visita de un alto cargo de la administración fiscal). Otra, que si de las grandes fortunas pasamos a las clases medias, resulta que, como su riqueza la constituye su vivienda, el gravamen sólo podría hacerse efectivo poniendo a disposición de algún banquero del Norte el sofá-cama del salón de todos los contribuyentes. La última dificultad, segu- ramente la más importante, es que nadie, y menos aún en nuestro país, iba a creer que el impuesto fuera sólo por una vez, y ese escepticismo tendría consecuencias tan inmediatas como duraderas sobre el destino de los flujos de ahorros de nuestra economía. No es aventurado afirmar, en resumen, que una medida de este estilo crearía más problemas de los que pudiera resolver.
Sin embargo, la propuesta misma inspira, viniendo de quien viene, dos comentarios que pueden ser de interés. En primer lugar, es un paso más en el intento de proteger a toda costa al acreedor privado de las consecuencias de la burbuja inmobiliaria. Al estallar esta no se acude a una reestructuración de la deuda privada, a sabiendas que esta era seguramente inevitable, sino que, para aliviar las necesidades de liquidez de la banca española, se instrumentan préstamos que aumentan la deuda pública a la vez que permiten a los acreedores extranjeros ir disminuyendo sus posiciones: usando la expresión familiar, se socializan las pérdidas.
Luego se proponen medidas fiscales extraordinarias para aliviar la carga financiera que pesa sobre el Estado. Todo menos sugerir que los acreedores privados compartan las pérdidas de unos préstamos con riesgo. Por desgracia, la propuesta del Bundesbank parece olvidar que sólo el crecimiento permitirá reducir el endeudamiento, y que las palancas de crecimiento de la economía española no son hoy lo bastante fuertes para reducirlo en un tiempo razonable. El presidente del Bundesbank remacha el clavo al afirmar, en referencia a Grecia: “Perdonar la deuda hoy sería
enviar una señal equivocada”.
Un segundo comentario: no menospreciemos el poder de la imagen. La fotografía, aún más que el texto, del artículo de referencia nos enfrenta a una realidad: los costes de la crisis han sido muy mal repartidos. Existe la percepción generalizada de que el sufrimiento de muchos coexiste con el enriquecimiento de unos pocos, y los datos disponibles confirman esa percepción. Algún diputado socialdemócrata del Bundestag ya se ha hecho eco de la propuesta del Bundesbank y ha subrayado la conveniencia de “una mayor participación de los patrimonios privados en la consolidación de las cuentas públicas”.
Esto es un aviso: no hay que tomar la paz social de que disfrutamos como un dato inamovible. Los menos perjudicados deben procurar hacer más a favor de los que más están sufriendo las consecuencias de la crisis, porque de lo contrario el camino quedará abierto a propuestas más o menos demagógicas. A mi entender, sin embargo, insistir en la redistribución de la renta como único camino es un error. La desigualdad se siente con más intensidad cuando se extiende la pobreza. Como, para la mayor parte, la principal fuente de renta es el trabajo, el verdadero riesgo de una fractura social reside en la destrucción de empleo. Lo que ocurra con la deuda no depende enteramente de nosotros, y dudo de la viabilidad de propuestas como la que hoy comento. La creación de empleo, por el contrario, sí es cosa nuestra, y en ella queda mucho por hacer.
Los menos perjudicados deben procurar hacer más en favor de los que más están sufriendo las consecuencias de esta crisis”