Vivir cabeza abajo
Vivir cabeza abajo, sin poder tocar el cielo ni la tierra, con la quietud propia de un colgado. Y en esa situación tan poco olímpica, mirar con un solo ojo, abierto del todo. Un ojo color cielo con centro negro.
O bien sentarse, esperar y deshacerse, muy lentamente, en el tiempo general y en la propia duración. No como el hielo, sino como un haz de fibras, una hilatura deshecha. O caminar muy doblado, completamente curvado, hasta el punto de vivir cabeza abajo, al revés de todo el mundo, al revés del mundo, y muy posiblemente ensimismado, atraído hacia el propio interior, en espiral hacia dentro, como un caracol. Hasta aquí mi evocación de la actitud o la posición de los personajes de Víctor Mira, que pueblan sus pinturas, dibujos, grabados y esculturas. Sus modos aislados y extraños. Son posturas existenciales, paradójicamente apasionadas y vitales, aunque el sentido de esas escenas no sea un camino luminoso hacia el éxito, la fiesta o la reunión, sino hacia una cierta verdad.
En Barcelona hemos tenido la suerte de que tres galerías se hayan puesto de acuerdo para rendir un merecido homenaje a Víctor Mira, con motivo del décimo aniversario de su muerte: Ignacio de Lassaletta (muestra finalizada), Eude y N2 (hasta el 15 de marzo). De este artista se suele decir que nació en Zaragoza, en 1943, lo cual, según el galerista Miguel Marcos, es un falseamiento de currículum perpetrado por un artista en realidad nacido en el norte de África, lejos de Goya y de Buñuel.