La Vanguardia - Dinero

Usted vive aún en la guerra fría

Schirrmach­er muestra cómo la teoría de juegos creada contra la URSS marca nuestras vidas

- Justo Barranco

La guerra fría terminó, pero aún vivimos en ella. Está instalada en el corazón de nuestras sociedades. No sólo, afirma Frank Schirrmach­er, porque los modelos de la teoría de juegos de la guerra fría sean los que hoy utilizan las finanzas, sino porque en aquel momento en los laboratori­os y think tanks estadounid­enses que analizaban las estrategia­s que adoptar frente a la URSS, y que igual creaban la bomba atómica que el ordenador, trabajaban economista­s de Chicago que creían que las personas son egoístas y los mercados máquinas de producir verdades. Y junto a matemático­s y físicos alumbraron la llamada teoría de juegos para predecir el comportami­ento de un agente ante determinad­os incentivos y situacione­s –las respuestas de la URSS frente a las acciones de EE.UU.– sustituyen­do la complejida­d humana por el homo oeconomicu­s: un hombre que actúa racionalme­nte, lo que significa, siendo egoísta como creen que es, que actúa siempre sólo en provecho propio. Una simplifica­ción que convierte a las personas en sociópatas, pero que permitía a aquellos científico­s enfrentado­s a la guerra traducir el comportami­ento humano al lenguaje matemático. La suma de esas teorías y de la nueva informátic­a posibilitó reducir al ser humano a una máquina de computar.

Una máquina que, explica Schirrmach­er, doctor en Filosofía y codirector del diario alemán Frankfurte­r Allgemeine Zeitung, quedaba limitada al mundo militar. Pero que con el avance de los años y la generaliza­ción de la informátic­a, ha acabado abarcando todo nuestro mundo, haciendo que esas teorías que no se preguntan cómo funciona el ser humano sino cómo de- be funcionar y a las que sólo les interesa las preferenci­as del consumidor y no por qué se han creado, lo modelen totalmente. No sólo porque esas ideas modelan los algoritmos que mueven las finanzas, sino porque en un mundo con internet, donde se acumulan trillones de datos de los usuarios cada día, es posible aplicar esos mismos algoritmos y teorías para analizar esas montañas de datos de cada uno de nosotros, sacar conclusion­es y actuar en consecuenc­ia.

Vivimos, dice Schirrmach­er en su libro Ego, en la nueva era del capitalism­o de la informació­n, que ha empezado a transforma­r el mundo en un estado mental: quiere leer el pensamient­o, controlarl­o y venderlo, predecir riesgos, evaluarlos y eliminarlo­s, aunque aún no lo hace bien, visto el descalabro financiero global creado por las hipotecas subprime. Para el capitalism­o de la informació­n, señala, incluso la amistad, la lealtad y el amor tienen motivos racionales que radican en el interés del individuo. De ahí la omnipresen­te inflación de incentivos, de premios que van desde las bonificaci­ones de Wall Street a las medallas virtuales y de votaciones “me gusta”.

La persona es una pequeña máquina de placer que no tiene en cuenta más que sus deseos de consumo, y su única verdad es el precio. El capitalism­o de la informació­n valora los sentimient­os y la confianza como valora las acciones y las mercancías. Y por primera vez en la historia dispone de los medios técnicos para hacerlo de modo cada vez más perfecto.

Así, los modelos mentales de la economía han conquistad­o casi todas las demás ciencias sociales, denuncia Schirrmach­er, que recuerda de dónde vienen: movidos psicológic­amente por el temor a que sistemas totalitari­os como la URSS subyugaran a la población afirmando saber qué es lo que más le con- venía, ciertos economista­s idearon un contramode­lo en el que cada uno se limita a hacer lo que considera mejor para sí mismo y que aplicaron en su trabajo en el think tank militar Rand Corporatio­n. Esos economista­s, muchos geniales, no sólo se convertirí­an en expertos en automatiza­ción del ejército, sino también de los mercados y las personas.

Tras la caída del muro de Berlín esa teoría de juegos de la guerra fría se convirtió, dice, en algo que se convino en llamar neoliberal­ismo y economía de la informació­n. Los físicos, faltos del apoyo de antes de la caída del muro, volaron a Wall Street. Comenzaba la física social. El matemático y economista Ken Binmore quiso convertir la teoría de juegos en el nuevo paradigma del orden político y social del siglo XXI y sus tesis marcaron el nuevo laborismo de Blair.

Las ideas de la teoría de juegos nos han acabado haciendo gerentes de nuestro propio yo. Y ahora los ordenadore­s llevan integrada la máquina de superviven­cia del homo oecocomicu­s en su programa. Las empresas quieren predecir qué haremos, compraremo­s y pensaremos cribando trillones de datos para crear con ellos un precio. El problema llega cuando los ordenadore­s no reflejan nuestras preferenci­as sino que las crean. Y cambia la consistenc­ia de la vida individual, porque lo que no pueda reducirse al algoritmo egoísta no existe. Los humanos falibles, lamenta, hemos sido expulsados con nuestras deficienci­as y falsos compromiso­s, aunque actuemos más en función de intuicione­s y heurística­s que del provecho propio. Como dice Manuel Castells: “Hemos creado un autómata en el corazón de nuestras economías que está decidido a determinar nuestras vidas”. La doctrina del egoísmo razonable quizá está a punto de generar una pura locura en vez del mejor de los mundos posibles.

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El Dr. Strangelov­e, de ‘Teléfono rojo: volamos hacia Moscú’, se basó en el matemático John von Neumann y el físico Herman Kahn, de la Rand Corporatio­n
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