Así engañaba ‘el lobo de Wall Street’
Expertos en el mercado bursátil diseccionan las malas artes que enriquecieron a Jordan Belfort
En un momento de El lobo de Wall Street, Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) se dirige a la cámara y lanza una serie de reflexiones: “Lo que hicimos a partir de entonces fue colocar productos más complejos. CFD, compuestos... Pero bueno, no voy a aburrirles. En realidad, lo que a ustedes les interesa es saber que nos forramos, ¿no?”.
Es cierto: la película (basada en un caso real) ofrece pocos datos técnicos. Se sabe que los strattonitas, fieles empleados de Belfort en la financiera Stratton Oakmont, bebían, se drogaban, montaban orgías colectivas, debatían en aquelarres acerca del lanzamiento de enanos contra una diana y luego los lanzaban.
Y mientras, se enriquecían. Aunque esto último, lo de enriquecerse, ¿cómo lo hacían?
De entrada, hay que entender que aquel momento bursátil era muy distinto al actual. Hablamos de los años ochenta y de principios de los noventa: entonces, las exigencias regulatorias eran muy menores, particularmente en el escenario en el que se movían los strattonitas: “Stratton Oakmont no operaba en el NYSE o en el Nasdaq –dice Antonio Hormigos, director de inversiones de Mirabaud–, sino que lo hacía en el mercado OTC (Over The Counter, con empresas de tercera fila), mucho más marginal y vulnerable a la manipulación de precios. En aquel mercado, el corredor vendía los títulos que tenía en sus propias cuentas, y al precio que él mismo fijaba”.
La maniobra se entiende pronto. Para Belfort, el paraíso era aquella desastrada oficina de Staten Island a la que acudía en busca de su primer empleo, seis meses después del black monday bursátil de 1987: el hombre se frota las manos cuando advierte que aquellos agentes colocaban a un centavo de dólar acciones de empresas arruinadas (cuando Belfort habla de una tecnológica innovadora, en pantalla asoma un cobertizo) entre compradores incautos, poco preparados y desinformados. Y todo ello, cobrándose comisiones ¡del 50%!
“Son comisiones impensables –dice Jaume Puig, director general de GVC Gaesco Gestión–. Hoy se cobra comisiones de entre el 0,1% y el 0,2%. Y las tarifas están reguladas. Pero entonces, la SEC (equivalente estadounidense a la Comisión Nacional del Mercado Valores) no imponía limitaciones a determinadas tarifas...”.
Tras la experiencia iniciática, Belfort edificó Stratton Oakmont, su “chiringuito financiero”, según Jaume Puig. “En realidad, un satélite de Wall Street –interpreta Ceferí Soler, profesor de Esade–: Un mercado secundario con sus trampas. Allí, corredores como los de Stratton Oakmont operaban como si estuvieran en una jungla”. Tomaban posiciones en una compañía y luego colocaban las acciones en el mercado: el arte de la persuasión jugaba un papel decisivo.
“El cliente no valía nada –dice Soler–. Y sólo valía algo si mostraba interés en comprar. Por supuesto, ningún agente de Belfort pensaba en el bien del cliente”. Se trataba de engatusar al inversor, de convencerle para que comprase acciones de esa misma compañía (al precio que el corredor había fijado, algo impensable en un mercado regulado), de manera que su valor se disparase. La técnica se conoce como pump and dump (inflar y tirar). Cuando el valor de la compañía se ha multiplicado, los corredores venden sus títulos (y a veces tienen el 50% de la firma): las acciones se desploman,
Stratton Oakmont, su firma, operaba en un mercado marginal, más manipulable en los años ochenta Belfort inflaba y tiraba: compraba acciones, elevaba su valor de forma artificial y las vendía
el inversor se arruina, el strattonita se forra.
“El único ejemplo que la película disecciona es el de Steve Madden, el empresario que producía zapatos”, recuerda Soler. El ejercicio es una OPV (oferta pública de venta): antes de que la zapatera salga a bolsa, Belfort compra la mitad de sus acciones. Cuando Steve Madden salta al parquet, lo hace a 4 dólares por título. En un solo día, y a golpe de teléfono, los strattonitas elevan su valor a 22 dólares...
Según Belfort, “los valores del mercado eran la estabilidad, la integridad y el orgullo”. Le cayeron 22 meses de prisión, condenado por manipular precios, aprovecharse de información privilegiada, blanquear, defraudar al fisco, no actuar en beneficio del cliente, enriquecerse de forma ilícita...