Rapsodia ucraniana
No hay quien pueda quedar insensible ante las imágenes del opositor ucraniano Dimitro Bulatov que había sido casi crucificado por unos desconocidos en un local subterráneo de Kíev. Suena a la Argentina de la época de la dictadura y del Garage Olimpo. Pero detrás de este triste acontecimiento se esconde una realidad mucho más dramática: el país se está muriendo. A cuentagotas, pero está muriendo.
Me refiero en primer lugar al he- cho de que el país se ha vuelto casi ingobernable por las fuertes divisiones internas que existen desde la desintegración de la antigua Unión Soviética. Pero más allá de esta circunstancia, el verdadero drama es que no hay mejora creíble a la vista, ni solución ni salida convincente.
El país está casi en bancarrota y mientras tanto los que podrían cambiar la situación, al no aguantar más, están abandonando el barco. Se estima que alrededor de medio millón de jóvenes cualificados se han marchado en los últimos años y, en un país de 45 millones de habitantes donde la tasa de natalidad (1,3) está entre las más bajas de Europa y dónde hay 200.000 muertos más que nacimientos cada año, la pérdida de estas semillas del futuro difícilmente se puede soportar.
No es de sorprender que el país sufra una grave crisis económica, que apenas crezca desde el final de la crisis financiera, y que necesite urgentemente ayuda económica desde el exterior antes de que se agoten sus reservas de divisas.
Lo que es más preocupante es que incluso con esa ayuda difícilmente se vea como el país pueda salir adelante por sus propios medios. En la Unión Europea se ha hablado mucho últimamente del procedimiento para resolver un banco fallido, ¿pero qué haremos cuando ese fenómeno de insostenibilidad llegue a afectar a todo un país? Este es el reto que nos presenta la lenta implosión demográfica que están empezando a sufrir ciertos países, y este es el verdadero acribillamiento que está viviendo Ucrania.