La reforma fiscal posible y la necesaria
Cómo se puede hacer la reforma fiscal que el país necesita sin morir en el intento? Esta es la gran pregunta que desde hace semanas, por no decir meses, se viene haciendo el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Por una parte es fundamental bajar los impuestos para intentar ganar las próximas elecciones, pero por otra es vital incrementar los ingresos para controlar el déficit público y hacer frente a nuestra abultada deuda. Soplar y absorber, esta es la cuestión, que diría Shakespeare.
Para resolver tan complicada ecuación, al ministro se le ha ocurrido una idea ingeniosa inspirada en la reforma realizada por el primer ministro inglés, David Cameron. Consiste en hacer una especie de plan a cuatro años y, de acuerdo con el mismo, se irían bajando impuestos en la medida en que se vayan cumpliendo determinados objetivos de política económica. Dado que este año el déficit público bajará del 6,5% del PIB al 5,8%, se rebajarán los tipos del IRPF para las rentas inferiores de 30.000 euros; si en el 2015 se rebaja al 4,2%, entonces se reducirían los tipos a las rentas más altas; si en el 2016 se lograse dejar el déficit en el 2,8%, entonces se podría bajar las cotizaciones a la Seguridad Social y así sucesivamente hasta lograr “una reforma integral, que estimule el crecimiento y el empleo”, como ha dicho Mariano Rajoy.
La estrategia es anunciarlo todo de golpe para lograr el efecto anuncio. Esto dará confianza y estimulará el consumo, lo que teóricamente incrementará la recaudación fiscal. Aunque lo más importante es hacer creer al electorado del PP que el Gobierno cumple sus promesas. Es cierto que en el 2015 una parte muy importante de los contribuyentes pagará unos 5.000 millones de euros menos por IRPF, aunque esta menor recaudación se compensará eliminando deducciones o subiendo otras figuras impositivas. Difícilmente la presión fiscal va a bajar en un ejercicio en que habrá que recortar 16.000 millones en gastos, que es lo que supone disminuir el déficit público en el 1,6% de PIB marcado por Bruselas.
Para los dirigentes socialistas lo que pretende hacer Montoro es una reforma fiscal electoralista y tramposa, ya que se trata de una estratagema para poder decir a las clases medias: “Si nos votan les bajaremos los impuestos; si no lo hacen vendrá la izquierda (PSOE y IU) y los subirán”.
En realidad, el Gobierno no se puede comprometer a bajar impuestos en la próxima legislatura porque no está garantizado que vayan a continuar. Los últimos sondeos de opinión recogen una drástica caída del PP en las próximas elecciones europeas.
Por esta razón, el Gobierno de Rajoy se ha inclinado por hacer la reforma fiscal posible en la actual coyuntura, que es la que necesita el PP pero no la que necesita el país. Por eso va a resultar un ejercicio muy ilustrativo comparar la propuesta de reforma que hará pública en los próximos días la comisión de expertos encabezada por Manuel Lagares con la que finalmente se presente en el Parlamento. El Gobierno tiene previsto aprobarla a mediados de marzo, con el fin de hacerla coincidir con la campaña electoral de los comicios europeos y evitar en lo posible el descalabro que se vaticina.
Si realmente se pretendiera hacer una reforma global y duradera que rompiese con el pasado, como la que hizo en 1977 Francisco Fernández Ordóñez, habría que buscar un consenso mínimo con la oposición. Existe una amplia coincidencia entre los expertos en que es necesario incrementar la recaudación para poder pagar el billón de euros que debemos. También existe unanimidad en la necesidad de hacer un IRPF más simple, lo que exigiría bajar tipos, reducir tramos y eliminar deducciones. Sin olvidar la necesidad de acercar el tipo efectivo al tipo real en el impuesto de sociedades. Así como el incremento de los impuestos especiales del alcohol, tabaco y gasolinas y la limitación del IVA superreducido a los productos de primera necesidad. El incremento de ingresos que producirían estas medidas proporcionarían los recursos suficientes para rebajar cotizaciones a la Seguridad Social. Y, por supuesto, habría que replantearse la fiscalidad de la vivienda y del ahorro.
Por una parte es fundamental bajar los impuestos para intentar ganar las próximas elecciones, pero por otra es vital incrementar los ingresos para controlar el déficit público y hacer frente a nuestra abultada deuda. Soplar y absorber, esta es la cuestión, que diría Shakespeare”