‘Power is power’
Como les comentaba no hace mucho en un reciente artículo (“Hablamos poco de energía”, La Vanguardia, 17/I/2014) creo que hablamos poco de energía y que no nos damos cuenta cabal de la importancia que esta tiene en nuestras vidas.
Energía es la capacidad de realizar un trabajo, de conferir movimiento, modificar la temperatura o transformar la materia. Consideren por un momento el profundo significado que estas palabras tienen para la economía y la política industrial de un país. Y si esta consideración todavía les deja fríos, piensen que los 19,5 millones de habitantes de la ciudad de Nueva York consumen en un año la misma cantidad de electricidad que los más de 790 millones de personas que habitan en toda el África subsahariana.
Un dato que, sin duda, confiere pleno significado al viejo juego de palabras anglosajón de power is power, que viene a decir que potencia (energía por unidad de tiempo) es poder o, en otras palabras, que energía y geopolítica son las dos caras de una misma moneda.
Con toda probabilidad, el año 2008 será recordado como el de la quiebra de Lehman Brothers y del inicio de una profunda crisis económica y financiera en la mayor parte de los países desarrollados. Sin embargo, en térmi-
El crecimiento de la producción de crudo ligero de ‘shales’ ha convertido a EE.UU. en el primer productor mundial de líquidos
nos energéticos y geopolíticos, el 2008 pasará a los anales como el año que marcó el renacimiento de la producción de petróleo y gas en Estados Unidos, gracias a la extracción de hidrocarburos no convencionales de rocas madres arcillosas (shales) mediante el uso de la técnica de fracturación hidráulica ( fracking).
Una revolución científica y tecnológica que además de impulsar la actividad económica de Estados Unidos –abaratando los precios del gas y de la electricidad, con la consiguiente mejora de la competitividad de la industria–, está transformando el papel de Norteamérica en el comercio mundial de la energía.
El crecimiento de la producción de crudo ligero de shales ha convertido a Estados Unidos en el primer productor mundial de líquidos, por delante de Arabia Saudí, mientras los pronósticos apuntan a que será capaz de mantenerse en lo alto del ranking hasta mediados de la década de los veinte, siempre que el precio del barril de petróleo no caiga por debajo de los 80 dólares.
Asimismo, Estados Unidos li- dera la producción mundial de gas de shale, de modo que este representa ya cerca del 40% del total de todo el gas natural extraído en el país y, salvo sorpresas, todo hace pensar en una evolución al alza que se prolongaría más allá del año 2040.
Estamos ante una nueva historia de éxito al estilo norteamericano. Dicho éxito se ha visto favorecido por la lotería de la geología, pero también por un espíritu emprendedor, una larga tradición de innovación industrial y el hecho de que en buena parte de Estados Unidos el propietario del terreno sea también dueño de
Europa debe adoptar una política energética más pragmática, sin perder nunca de vista que la energía es la capacidad de producir un trabajo
las riquezas del subsuelo. Estos factores han abierto de par en par las puertas al mercado, que ha actuado como gran impulsor de la denominada revolución del shale en Estados Unidos.
LA REVOLUCIÓN DEL ‘SHALE’
Ciertamente, como toda revolución, esta también tiene su lado oscuro: la fracturación hidráulica tiene un impacto ambiental y esto ha provocado un amplio debate social. Una polémica más basada en la opinión y en la ideología que en el conocimiento científico, ya que, desgraciadamente, por diferentes motivos, la ciencia no ha podido seguir el ritmo frenético impuesto por la industria (que ha llegado a perforar 35.000 pozos en un solo año). Un inconveniente menor en una región como Norteamérica donde aprender mientras se trabaja ( learning while working) supone una actitud sólidamente arraigada. Algo muy diferente a lo que sucede en la vieja Europa, donde la aplicación estricta del principio de precaución podría llevarnos a la parálisis por el análisis.
En cualquier caso, estemos preparados o no, el mundo no nos va a esperar. De momento, la industria del petróleo y gas de shale es regional (Estados Unidos y Canadá) pero, sin embargo, los recursos son globales y, además, están distribuidos de forma más uniforme que los convencionales. Así que, más temprano que tarde, la revolución del shale va a propagarse fuera de Norteamérica, a China, Australia, Rusia, Argentina... redibujando a marchas forzadas el mapa global de la energía.
Y mientras esta tendencia se afirma día a día, Europa ya está pagando las consecuencias de lo acontecido al otro lado del Atlántico. La Unión Europea tiene una baja intensidad energética, pero el coste de la energía es demasiado elevado. El precio del gas casi triplica el de Estados Unidos. y, al mismo tiempo, la industria europea tiene que lidiar con unos precios de la electricidad altos, consecuencia, en parte, de las medidas encaminadas a promover la energía baja en carbono. Todo ello supone un considerable fardo para su economía y un impacto negativo en su competitividad. En la Unión Europea, los costes laborales son más del doble que los asiáticos, mientras que los costes energéticos superan en cerca de un 60% a los de Estados Unidos.
Como se anda discutiendo estos días en Bruselas, ha llegado el momento de que Europa adopte una política energética más pragmática, sin perder nunca de vista que la energía es la capacidad de producir un trabajo. Algo fundamental para un país como el nuestro con más de 4,8 millones de parados.