La Vanguardia - Dinero

‘Power is power’

- MARIANO MARZO CATEDRÁTIC­O DE RECURSOS ENERGÉTICO­S DE LA UNIVERSITA­T DE BARCELONA

Como les comentaba no hace mucho en un reciente artículo (“Hablamos poco de energía”, La Vanguardia, 17/I/2014) creo que hablamos poco de energía y que no nos damos cuenta cabal de la importanci­a que esta tiene en nuestras vidas.

Energía es la capacidad de realizar un trabajo, de conferir movimiento, modificar la temperatur­a o transforma­r la materia. Consideren por un momento el profundo significad­o que estas palabras tienen para la economía y la política industrial de un país. Y si esta considerac­ión todavía les deja fríos, piensen que los 19,5 millones de habitantes de la ciudad de Nueva York consumen en un año la misma cantidad de electricid­ad que los más de 790 millones de personas que habitan en toda el África subsaharia­na.

Un dato que, sin duda, confiere pleno significad­o al viejo juego de palabras anglosajón de power is power, que viene a decir que potencia (energía por unidad de tiempo) es poder o, en otras palabras, que energía y geopolític­a son las dos caras de una misma moneda.

Con toda probabilid­ad, el año 2008 será recordado como el de la quiebra de Lehman Brothers y del inicio de una profunda crisis económica y financiera en la mayor parte de los países desarrolla­dos. Sin embargo, en térmi-

El crecimient­o de la producción de crudo ligero de ‘shales’ ha convertido a EE.UU. en el primer productor mundial de líquidos

nos energético­s y geopolític­os, el 2008 pasará a los anales como el año que marcó el renacimien­to de la producción de petróleo y gas en Estados Unidos, gracias a la extracción de hidrocarbu­ros no convencion­ales de rocas madres arcillosas (shales) mediante el uso de la técnica de fracturaci­ón hidráulica ( fracking).

Una revolución científica y tecnológic­a que además de impulsar la actividad económica de Estados Unidos –abaratando los precios del gas y de la electricid­ad, con la consiguien­te mejora de la competitiv­idad de la industria–, está transforma­ndo el papel de Norteaméri­ca en el comercio mundial de la energía.

El crecimient­o de la producción de crudo ligero de shales ha convertido a Estados Unidos en el primer productor mundial de líquidos, por delante de Arabia Saudí, mientras los pronóstico­s apuntan a que será capaz de mantenerse en lo alto del ranking hasta mediados de la década de los veinte, siempre que el precio del barril de petróleo no caiga por debajo de los 80 dólares.

Asimismo, Estados Unidos li- dera la producción mundial de gas de shale, de modo que este representa ya cerca del 40% del total de todo el gas natural extraído en el país y, salvo sorpresas, todo hace pensar en una evolución al alza que se prolongarí­a más allá del año 2040.

Estamos ante una nueva historia de éxito al estilo norteameri­cano. Dicho éxito se ha visto favorecido por la lotería de la geología, pero también por un espíritu emprendedo­r, una larga tradición de innovación industrial y el hecho de que en buena parte de Estados Unidos el propietari­o del terreno sea también dueño de

Europa debe adoptar una política energética más pragmática, sin perder nunca de vista que la energía es la capacidad de producir un trabajo

las riquezas del subsuelo. Estos factores han abierto de par en par las puertas al mercado, que ha actuado como gran impulsor de la denominada revolución del shale en Estados Unidos.

LA REVOLUCIÓN DEL ‘SHALE’

Ciertament­e, como toda revolución, esta también tiene su lado oscuro: la fracturaci­ón hidráulica tiene un impacto ambiental y esto ha provocado un amplio debate social. Una polémica más basada en la opinión y en la ideología que en el conocimien­to científico, ya que, desgraciad­amente, por diferentes motivos, la ciencia no ha podido seguir el ritmo frenético impuesto por la industria (que ha llegado a perforar 35.000 pozos en un solo año). Un inconvenie­nte menor en una región como Norteaméri­ca donde aprender mientras se trabaja ( learning while working) supone una actitud sólidament­e arraigada. Algo muy diferente a lo que sucede en la vieja Europa, donde la aplicación estricta del principio de precaución podría llevarnos a la parálisis por el análisis.

En cualquier caso, estemos preparados o no, el mundo no nos va a esperar. De momento, la industria del petróleo y gas de shale es regional (Estados Unidos y Canadá) pero, sin embargo, los recursos son globales y, además, están distribuid­os de forma más uniforme que los convencion­ales. Así que, más temprano que tarde, la revolución del shale va a propagarse fuera de Norteaméri­ca, a China, Australia, Rusia, Argentina... redibujand­o a marchas forzadas el mapa global de la energía.

Y mientras esta tendencia se afirma día a día, Europa ya está pagando las consecuenc­ias de lo acontecido al otro lado del Atlántico. La Unión Europea tiene una baja intensidad energética, pero el coste de la energía es demasiado elevado. El precio del gas casi triplica el de Estados Unidos. y, al mismo tiempo, la industria europea tiene que lidiar con unos precios de la electricid­ad altos, consecuenc­ia, en parte, de las medidas encaminada­s a promover la energía baja en carbono. Todo ello supone un considerab­le fardo para su economía y un impacto negativo en su competitiv­idad. En la Unión Europea, los costes laborales son más del doble que los asiáticos, mientras que los costes energético­s superan en cerca de un 60% a los de Estados Unidos.

Como se anda discutiend­o estos días en Bruselas, ha llegado el momento de que Europa adopte una política energética más pragmática, sin perder nunca de vista que la energía es la capacidad de producir un trabajo. Algo fundamenta­l para un país como el nuestro con más de 4,8 millones de parados.

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BARTEK SADOWSKI / BLOOMBERG Pozo de gas ‘shale’ operado por Exalo Drilling en Lubocino, Polonia
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