Palancas privadas para la ciencia pública
El G-8, y muy especialmente el primer ministro británico, David Cameron, apuesta por la eclosión de una nueva era en el mundo financiero, inversión privada en proyectos comprometidos con necesidades de la sociedad y a la vez rentables para el inversor. ¿Posible o utópico? Las mayores economías del planeta quieren demostrar que es posible y preparan, junto con la Unión Europea y Australia, una estrategia conjunta para favorecer el rápido crecimiento de este sector en el 2014.
El mundo de la banca de inversión también parece apostar por este nuevo segmento de negocio con espíritu de servicio. En Estados Unidos Goldman Sachs lanza un fondo de inversión de 250 millones de dólares para proyectos de impacto social. Merryl Lynch y Bank of America hacen lo pro-
Goldman Sachs ha lanzado un fondo de inversión de 250 millones de dólares para proyectos de impacto social
pio con una iniciativa de 13.5 millones de dólares en una emisión de bonos para actividades sociales centradas en Nueva York. Morgan Stanley funda el Instituto para la Inversión Sostenible y la Fundación Calvert, con dilatada trayectoria en el sector, lleva invertidos 800 millones de dólares desde 1995.
¿Podrían ser los fondos de inversión de impacto social una fuente de recursos privados para que la ciencia catalana, catapultada en los últimos años con recursos públicos hacia la excelencia académica, afronte con éxito su nuevo reto: la transferencia tecnológica, el flujo de conocimiento desde el mundo académico hacia la economía productiva?
Las estrategias que el G-8 explora para conseguir simultáneamente impacto social y ren- tabilidad para el inversor privado incorporan aspectos muy originales y prometedores.
Aunque en un ámbito muy distinto al de la transferencia tecnológica, el sector público en Gran Bretaña ha sido pionero movilizando inversores privados con los llamados bonos de impacto social de pago por éxito. En el proyecto piloto del centro penitenciario de Peterborough el sector privado invierte cinco millones de libras con el objetivo de disminuir la reincidencia mediante actividades de reinserción llevadas a cabo por organizaciones (también privadas) con experiencia en ese ámbito. Los inversores reciben del Ministerio de Justicia británico el 100% de su inversión más una rentabilidad atractiva, pero únicamente en el supuesto de que se consigan las cifras de reinserción y no reincidencia fijadas como objetivo al inicio del proyecto. El riesgo lo asume totalmente el sector privado, pues son los inversores privados, y sólo ellos, los que perderán el capital invertido en caso de no culminar el proyecto con éxito. El sector público es un mero observador que remunera al inversor únicamente cuando considera que el objetivo se ha cumplido.
La simbiosis entre los sectores público y privado en Peterborough es clara. Las acciones de interés social las llevan a cabo proveedores privados con recursos de inversores también privados pero con objetivos cuantificables y fijados por el sector público. Este actúa sin riesgo financiero, destinando recursos económicos únicamente cuando el resultado del proyecto es satisfactorio.
Con este modelo los inversores, en colaboración con proveedores de servicios cualificados, impactan positivamente en la sociedad a la vez que obtienen rentabilidad. Un concepto que bien podría aplicarse a financiar organizaciones de transferencia tecnológica, donde el inversor privado obtendría un retorno del sector público únicamente cuando la traslación de ciencia pública a crecimiento económico se demuestre objetivamente.
Otros casos de inversión de impacto social en los que podemos inspirarnos actúan sin ayuda del ámbito público. La Fundación Calverts, por ejemplo, financió D.light, una compañía de tecnología de iluminación con energía solar para países en vías de desarrollo, o Envirofit International, dedicada a tecnología de cocción sostenible. El de la Fundación Calverts es un modelo de inversión con reminiscencias del capital riesgo, aunque sin la presión sobre el receptor de la inversión
El Gobierno británico ha sido pionero movilizando inversores privados con los llamados bonos de impacto social de pago por éxito
que el mercado suele imponer.
Puede sofisticarse el partenariado público-privado, con la participación de filántropos junto a inversores más convencionales. Para las primeras etapas –las más arriesgadas– de compañías de base científica sería muy apropiado. Inversores privados apostarían por fondos de inversión de base científica en los que, además, entidades filantrópicas actuarían como avaladoras de parte de la inversión o bien como resortes que incrementan la rentabilidad efectiva unos puntos porcentuales, disminuyendo el riesgo percibido por el inversor privado y haciendo la inversión atractiva con parámetros de mercado.
Si David Cameron se sale con la suya, veremos en los próximos años un nuevo estilo en las finanzas y del cual podrían surgir oportunidades para nuestro sistema de ciencia.