España, sus catalanes y sus judíos
En lo que concierne a la aspiración de los catalanes de disponer de sí mismos, el punto de no retorno de hecho ya se ha alcanzado: el Gobierno español (su prudencia es por otra parte digna de mención) se vería obligado a asumir más riesgos en caso de oponerse a los que se enfrentaría si optara por admitirlo sin condiciones ni reservas. Se objetará: ¡usted desea que Madrid capitule antes incluso de de negociar con Barcelona! A lo que yo respon- do: la oportuna redefinición del código civil emprendida por Mariano Rajoy de cara a hacer muy fácil la obtención de la nacionalidad española a los descendientes de los judíos expulsados de España en 1492 por la reina Isabel la Católica pretende volver sobre cinco siglos de historia.
He aquí que Catalunya se independiza: ¿cómo cabría interpretar, históricamente, tal acontecimiento? Nada menos, pero nada más, que como la resurrección del Reino de Aragón, donde Catalunya era su vertiente mercantil. Además, su unión, al final del siglo XV, con el Reino de Castilla (sellada por el famoso matrimonio) debía saldarse con el tiempo con la liquidación total aceptada de la constitución aragonesa que databa de la alta Edad Media. Su carácter excepcional- mente democrático provocaba la admiración entre otros de Spinoza.
Es una quimera imaginar para una España recompuesta un destino redentor fuera de lo común: reconstruir en el siglo XXI una democracia ejemplar donde, sobre el modelo spinozista, habría varias ciudades –en todo caso, las dos metrópolis: Madrid y Barcelona– para cumplir los papeles propios de la función de capital nacional. Paralelamente, una economía catalana dinamizada por el orgullo beneficiaría a toda España. La presencia por fin recuperada de un importante núcleo judío estimularía la actividad tanto intelectual como económica y aportaría al país esa ventaja imponderable: un red de conexión con los centros vitales de la economía mundial. ¿Qué diría Spinoza hoy de esto?