La Vanguardia - Dinero

Arabia Saudí, tierra de oportunida­des

El Gobierno español se ha comprometi­do a poner en funcionami­ento el tren de pruebas del AVE del desierto antes de que haya acabado este 2014

- SERGIO HEREDIA RIAD. ENVIADO ESPECIAL

“Arabia Saudí tiene la segunda tasa de accidental­idad viaria más alta del mundo”, cuenta José Antonio Hernández, responsabl­e de recursos humanos de las obras de la línea de tren La Meca-Medina, el AVE del desierto o el AVE de los peregrinos, como se le quiera llamar. La conversaci­ón se desarrolla en el autobús que recorre las calles de Riad, la capital.

Es más allá de medianoche, es fin de semana y un tráfico mayúsculo bulle en las avenidas. “Los saudíes se aburren. No hay bares ni lugares de ocio. No hay nada que hacer en estas ciudades. Y como la gasolina está a diez céntimos el litro, se entretiene­n conduciend­o. A veces, incluso organizan carreras clandestin­as”.

Está bajo construcci­ón el país del petrodólar, farragoso en sus trámites burocrátic­os y extraordin­ariamente discrimina­torio en el trato a las mujeres (ellas son invisibles, jamás se ofrecen a la vista del occidental; y desde luego no participan en las carreras clandestin­as: no están autorizada­s a conducir).

La historia del petróleo en el Golfo Pérsico es reciente. Los pozos apareciero­n en escena alrededor de los años sesenta, y ese he-

Arabia Saudí ha proyectado grandes infraestru­cturas por 72.000 millones de euros en diez años

cho ha convertido a Arabia Saudí en una suerte de nuevo rico. Hace cincuenta años, aquí había pastores y nómadas. Hoy, Riad cuenta con el mayor centro comercial del mundo, y Yida presume de tener la mayor pantalla publicitar­ia del planeta: desproporc­ionada, envuelve por ambas caras un edi- ficio de decenas de plantas. Todo esto suena kitsch. Lo es... Mientras las grúas y los andamios afean el skyline de las ciudades, el Gobierno saudí se involucra en decenas de proyectos colosales. Se trata de desarrolla­r un país desperdiga­do por el desierto. Seis veces España en lo geográfico, apenas 30 millones de habitantes, el escenario está vacío, pero bajo la arena y las rocas fluye el petróleo.

“Arabia Saudí ha proyectado grandes infraestru­cturas por valor de 100.000 millones de dólares (unos 72.000 millones de euros) para los próximos diez años. Se están planifican­do hospitales, escuelas, líneas ferroviari­as y reformas en puertos y aeropuerto­s. Y nosotros queremos estar allí”, dice Ana Pastor, ministra de Fomento, que estos días ha visitado las obras del AVE La Meca-Medina (la línea, de 450 kilómetros entre ambas ciudades santas, debería estar lista en diciembre del 2016; el primer tren de pruebas podría surcar el desierto antes de que haya acabado este 2014).

Detrás de esta obra, adjudicada en octubre del 2011, se encuentra un consorcio formado por doce empresas españolas (entre ellas Renfe, Adif, Talgo, OHL, Indra o Copasa) y otras dos saudíes: el consorcio percibirá 6.736 millones de euros –el mayor contrato internacio­nal conseguido por empresas españolas– por diseñar y construir las vías y los sistemas, por aportar 35 trenes y

El país se aburre, la presencia de mujeres es inexistent­e y los jóvenes salen a conducir por diversión

por operar y mantener la línea durante doce años, ampliables a 17.

Pero hay más planes. FCC (por ahora, ha enviado cuarenta empleados al país) lidera el proyecto del metro de Riad, otra de las grandes obras de España en el extranjero. Y el 25 de marzo, el Gobierno saudí cerrará el periodo de licitación por las obras del metro de La Meca y Yida, la línea de tren norte-sur (2.400 kilómetros) y otra línea de tren este-oeste, del Golfo Pérsico al Mar Rojo (unos mil kilómetros). Adif, Renfe y CAF ya se han mostrado interesada­s en las dos últimas, que son líneas convencion­ales, nada que ver con las complejida­des de una vía de alta velocidad.

“Aquí estarán las empresas y los tecnólogos españoles”, ha dicho Pastor en estos días, obviando toda referencia a los problemas de Sacyr y el canal de Panamá: buena parte de las contrataci­ones en territorio saudí se apoyan en razones de confianza, de modo que más vale pasar de puntillas sobre contratiem­pos ajenos. El resto de interlocut­ores también opta por obviar hipotético­s obstáculos. Tan sólo Juan Miguel Villar Mir, presidente de OHL, desliza una queja: el consorcio chino se ha retrasado en la entrega de las plataforma­s sobre las que se tiene que construir el ferrocarri­l de alta velocidad. “Sólo eso podría prolongar nuestros plazos”, dice.

Mientras reza –en la habitación del hotel, una flecha indica dónde está La Meca; la alfombra del fiel espera en el armario–, Arabia Saudí se prepara para el futuro inminente. El país crece a la carrera, pero lo hace de forma desproporc­ionada, a la manera de los gigantes emergentes. En los aledaños de un palacio se tienden solares yermos y sucios. Neumáticos y bolsas de plástico comparten el paisaje con colosales hoteles de cinco estrellas. Los coches pasan pitando, a la carrera, junto al autocar.

Es de noche. Y los saudíes han salido a conducir.

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CHEMA MOYA / EFE Unos operarios trabajan sobre la línea del AVE La Meca-Medina, en un punto del desierto a cien kilómetros de Yida
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