Apreciada ciudadanía
Mientras Malta ofrece pasaportes a cambio de dinero, Suiza impone cuotas a la inmigración
Hubo un tiempo en el que se fabricaban las camisetas de las selecciones nacionales o de los equipos locales para el exclusivo uso de los jugadores que tuvieron el honor de vestirlas. Ahora parecen el uniforme, no ya únicamente de los niños –y no tan niños– del primer mundo, sino también de los chavales que pululen por los escenarios más conflictivos del planeta.
Pero tanto las camisetas del Barça o de la Roja que lucen en Dafur o París son muy probablemente inmundas imitaciones confeccionadas por niños esclavos en fábricas bengalíes. Los colores nacionales han devenido una mera cuestión de merchandising. Y lo mismo puede decirse de la ciudadanía.
Es curioso cómo la lengua se las ingenió para distinguir entre árabes –los jeques forrados de petrodólares– y moros –los inmigrantes magrebíes sin blanca–. Pero una cosa es el lenguaje popular, y otra, bastante más preocupante, el que los gobernantes pongan un precio a la ciudadanía del país que gobiernan. Ya no se es español o irlandés –pongamos por caso– sólo por nacimiento, o bien en reconocimiento de otros méritos, servicios prestados a la patria o por razones históricas (verbigracia los sefardíes), sino que es una posibilidad abierta a cualquiera dispuesto a pagar el precio concertado para adquirirla y por las razones que sean.
El Gobierno maltés, en un programa que llama con cristalina claridad cash-for-passport, ha anunciado que pone su ciudadanía a la venta. La Oposición ha protestado. Estrasburgo y Bruselas han puesto el grito en el cielo. Londres, en vista de los muchos y estrechos lazos que mantiene con su ex colonia insular, se ha puesto de los nervios. Es más, se detectó, en pleno bullicio diplomático desatado tras el anuncio de Malta, un error en una de las dos versiones de la propuesta –en maltés e inglés, las dos lenguas oficiales–, ya que, en un principio, la adquisición del pasaporte salía bastante más económica si se cursaba en maltés.
Lo realmente inaceptable de la propuesta maltesa, según cómo se mire, reside en que venda a precio de saldo –alrededor de un millón de euros– su ciudadanía, que además viene, cual coche de lujo, con atractivas prestaciones; a saber: el por- tador del pasaporte, además de poder moverse a sus anchas por toda la Unión Europea, podrá viajar a Estados Unidos sin necesidad de solicitar un visado.
Malta hace peligrar el sistema vigente en una veintena de países de permisos de residencia a cambio de inversiones y la eventual obtención de ciudadanía. La gran mayoría de solicitantes son nacionales chinos o rusos; en todo caso, inversores a los que les podría interesar más la oferta maltesa.
Eso de adquirir –o que a uno se le otorgue– otra nacionalidad, siempre resulta algo más fácil –o factible– para artistas, científicos o deportistas de élite. También existe la vía de los matrimonios de conveniencia, por no hablar de la de los pasaportes falsificados. Incluso existen pasaportes falsos perfectamente legales (¿o es al revés?): en algunos países no tienen correlación los registros de nacimientos y defunciones, de suerte que cualquiera puede legalmente solicitar como suyo el pasaporte de un individuo ya fallecido –a ser posible en su infancia y en fecha próxima a la de nacimiento del falso solicitante–, pues es improbable que nadie antes lo haya solicitado.
En la Europa de los 28, y ya no digamos en el mundo globalizado, tener doble, triple o más nacionalidades es cada vez más frecuente. Con todo, en vista de la gran cantidad de personas dispuestas a jugarse la vida a fin de
Obama busca una solución para los 11 millones de indocumentados que viven en EE.UU.
conseguir una ciudadanía determinada, parece que sigue siendo un bien que se cotiza muy alto.
Aún queda por ver si Barack Obama logra legalizar a los 11 millones de indocumentados que viven y trabajan en Estados Unidos, pero a buen seguro que lo que les encantaría a estos sería convertirse en ciudadanos de ple- no derecho. Y todos saldrían ganando. La alternativa es un Immigration Investor Visa abierto a quien pueda invertir un millón de dólares y crear en sus primeros dos años de residencia diez puestos de trabajo de jornada completa para ciudadanos norteamericanos. Una vez cumplidos estos requisitos, se adquiere el permiso de residencia permanente, y, al cabo de otros tres años, se puede optar por la ciudadanía.
Parece un proceso costoso y complicado, máxime si se compara con la oferta maltesa, que ni siquiera obliga a los inversores a vivir en la isla. Una vez concedida la ciudadanía, tampoco se les exigirá adicionales inversiones en la economía. Si finalmente el Gobierno maltés se sale con la suya, espera expedir este año unos 40 pasaportes y en torno a 300 en el 2015.
El líder de la Oposición, Simon Busuttil, del Partido Nacionalista Maltés, ha prometido revocar estos pasaportes si gana las próximas elecciones. En el caso de que esto sucediera, no lo va a tener fá- cil a la hora de expulsar a los portadores de dichos documentos, pues lo más seguro es que no encuentre ni uno solo en suelo nacional.
Los suizos acaban de aprobar en referéndum –eso sí, por los pelos– imponer cuotas a los inmigrantes comunitarios. Es una mala noticia, por muchas razones. Pero baste una: ¿Qué sería de Suiza sin inmigrantes? Un poema de Konstantinos Kavafis, poeta griego de Alejandría, Egipto, concluye que, en la antigüedad, fue un error esperar con pavor durante tanto tiempo la llegada de los bárbaros, porque a fin de cuentas cabe dudar de si quizá no hubiesen sido ellos la solución.
Europa ha conquistado, poblado y expoliado medio mundo a lo largo de los últimos 500 años. Pero si ahora pretende encerrarse en casa y sólo abrir la puerta a cuatro millonarios de dudosa procedencia, no tardará en redescubrir que es inútil, pues los bárbaros nunca llegarán, que lo que pasa es que la barbarie siempre crece de adentro hacia afuera.