La vida según Jean Prouvé
El galerista Miquel Alzueta ha conseguido el receptáculo perfecto para su colección de muebles de los años cincuenta
Cuando uno está enamorado de la arquitectura y el arte, es difícil que conciba su propio hogar sin un discurso pensado y estructurado. En el caso de Miquel Alzueta (Barcelona, 1956) los trabajos sobrios, concisos y espectaculares aunque siempre desprovistos de elementos innecesarios que vistieron los mejores interiores de la década de los cincuenta con los Jean Prouvé y Charlotte Perriand conforman su sintaxis, su gramática y prácticamente su religión.
Durante muchos años, treinta (o quizá más, ya ha perdido la cuenta), el editor fundador de Columna, que en su día apostó por la traducción al catalán de voces autorizadas de la narrativa de los noventa como Sharpe o Leavitt, ha reunido piezas de un valor incontestable de esa época y ese discurso que le fascina. Y tras varios pasos por los diversos pisos que ha ocupado aquí, en París o en Nueva York, Alzueta ha encontrado al fin el mejor contenedor posible para su colección en la que destacan con luz propia piezas auténticas de Jean Prouvé, por supuesto, pero también el mobiliario de hierro y los afortunados toques de color de Mathieu Matégot o los obje- tos de Alexander Noll, que intentó hacer con madera todo aquello que puede fabricarse con lana.
También, cómo no, la manera única de entender la luz de Serge Mouille, según Alzueta (el galerista catalán que pasó de editor a marchante), el más grande creador de lámparas. El Prouvé de la luz. Por ello, más allá de una fastuosa lámpara del XVIII que reina en su vestidor y una concesión a Magnusson Grosman, prácticamente toda la iluminación que habita su piso de 200 metros cuadrados (pero ese “es un dato que en realidad no tiene importancia, lo importante es lo que explica la
Los Prouvé y Perriand conforman su sintaxis, su gramática y prácticamente su religión
casa”, cuenta su propietario), suelo de roble sin pulir, techos altos con las molduras originales y paredes de un blanco impoluto, es del conocido diseñador industrial nacido en 1922 y fallecido en 1988 que se formó como orfebre en la Escuela de Artes Aplicadas de París.
“Todas sus piezas se basan en la articulación y el giro con objeto de encontrar ambientaciones diferenciadas según su momento y su uso. Sus arañas negras, esos Calder sin color que proyectan luz, reviven de nuevo, son para verlos y disfrutarlos”, narra Alzueta.
En convivencia todas las piezas que conforman este aire tan francés, tan auténtico, tan fiel a lo que podría haber sido un (buen) piso parisino de los años cincuenta, le ayudan en su necesidad cada vez más acusada de “simplificarlo todo en mi vida”. Las piezas que le rodean de estos arquitectos del siglo XX, todas ellas originales, responden a este estilo depurado y limpio que es también el del momento vital con el que se identifica.
“Son tan extraordinariamente simples que resulta muy fácil convivir con ellas”, asegura, aunque ahora, Alzueta está ya encaminando otra fase y revela que “me fascinan los muebles de plástico de los sesenta y he comenzado una nueva colección con la idea de hacer algún día una casa toda de plástico”.
No es que tenga intención de cambiar sus Prouvé (los auténticos sólo se encuentran en subastas de Christie’s, Sotheby’s y Phillips de Pury), por los diseñadores que transformaron la industria con su aire pop y su predilección por este materia, pero sabe que es el nuevo discurso que tiene por escribir. Y hace ya un tiempo que ha comenzado a hacerlo con entusiasmo.