Un BCE preocupado
La baja inflación registrada en la UE intranquiliza a los asesores: el inversor sólo puede refugiarse en la renta fija
Desde principios de año, un fantasma enturbia la mente de Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo (BCE). Se llama deflación, y lleva trampa: significa que los precios de las cosas van a bajar, y no a subir (cuando suben, hay inflación). Y ese hecho, si se prolonga en el tiempo, tiene más contraindicaciones que beneficios. Los expertos lo conocen como el círculo vicioso.
Que es un círculo vicioso, se explica de forma simple. Cuando intuye que los precios van a bajar, el consumidor se guarda el dinero en el bolsillo: sólo comprará cuando considere que el precio ha bajado lo suficiente. Como el consumidor no compra, los beneficios de las empresas se reducen. Si tienen menos ganancias, las compañías tienen que recortar gastos: o bajarán sueldos o adelgazarán las plantillas. Si hay más desempleados, hay menos ciudadanos en condiciones de consumir. De manera que los precios seguirán cayendo...
No se ha llegado aún a ese escenario. Aunque ahora mismo la UE –y también España– registra tasas de inflación bajas (inferior al 0,2% en marzo en España), sus parámetros siguen sin caer en la deflación.
Aun así, el BCE ya sopesa la posibilidad de intervenir. Las opciones son múltiples. Y entre ellas, se plantea una suerte de quantitative easing (QE), plan de estímulos extraordinarios que ya se encuentra bajo estudio: hay en marcha una prueba piloto, de unos 80.000 millones de dólares mensuales, muy en la línea del QE que aún tiene en pie la Reserva Federal estadounidense o del plan Abenomics, en Japón.
Se trata de poner en marcha la tostadora e inyectar miles de millones de euros en la economía europea.
“Creo que es precipitado descontar el escenario deflacionista –dice Álex Fusté, jefe del área económica de Andbank–. Pero si se produjera, no debemos olvidarnos de que la deflación es buena para el consumidor. Y los sectores que se verían más favorecidos serían aquellos con una función de demanda muy elástica al precio, como las empresas de moda, automóviles, medios de comunicación y empresas de publicidad, servicios bancarios, electrónica o tecnología”.
El hipotético escenario conlleva sus cautelas. Los asesores financieros proponen un cambio de tercio, una reestructuración del plan económico del inversor particular: interpretan que la deflación es muy negativa para la renta variable, negativa para la divisa propia (el euro, en el caso europeo) y también incómoda para valores refugio como el oro o las materias primas.
“En deflación sólo gana la renta fija”, dice Marián Fernández, directora de estrategia de Inversis Banco. “Le explicaré el porqué: la deflación lleva aparejada un escenario de caída de precios generalizada y sostenida. No es algo que vaya a durar un mes: es una tendencia”.
En esa tendencia, el refugio se encuentra en la renta fija. Los bonos de renta fija cotizan según las perspectivas de crecimiento e inflación. Si hay inflación, entonces se generarán unos tipos muy bajos. Si la economía tiende a desacelerarse, entonces el tipo del bono a diez años –por ejemplo– puede bajar del 3% al 2,5%. Ese descenso en los tipos es ganancia para la economía española, pero supone pérdidas para el inversor particular. La deflación, por contra, tiene el efecto contrario. Provoca que suban los tipos.
“Ahí es donde el inversor puede obtener mejores rendimientos”, dice Fernández. Siguiendo esa estrategia, Inversis ha elevado su posición en renta fija de los bonos periféricos. “Ahora bien, tampoco creemos que vaya a producirse deflación. El BCE actuará antes de que ocurra”.