Cuando el 1% se apropia del 95%
Las cifras son mareantes, aparentemente surreales. El libro de Piketty es un pozo sin fondo. Desde una perspectiva que cubre tres siglos, los niveles de desigualdades de renta y patrimonio en los países ricos se sitúan hoy en los máximos registrados durante los bulliciosos años veinte del siglo pasado. La extrema concentración de la riqueza sobresalta en Estados Unidos: el 95% del crecimiento del PIB entre 2009 y 2012 fue a parar al 1% más (mega) rico de la población.
Tanto en Europa en 1910 como en Estados Unidos en 2010, el reparto del pastel es muy desigual: el 1% más rico se queda con el 20% del total, el 9% restante, el 30%. La mitad para el 10% más rico. El 40% siguiente se repartió otro 30% – “la clase media” según Piketty– y el 50% inferior a la mediana se las arregló con el 20%. Esta definición sitúa a la mitad de la población de los países ricos en la pobreza, por lo que ha sido criticado con el argumento de que los pobres de hoy disponen de bienes y comodidades innaccesibles para los ricos de hace un siglo.
En 2010, en Europa la desigualdad es “media” según Piketty: el 1% se queda el 10% de la renta total, el 9% restante el 25%. Un 35% para el 10% más rico. El 40% siguiente se lleva un 40% y la mitad más desfavorecida tiene que conformarse con un cuarto del pastel. La aceptación de más o menos desigualdad fluctúa por razones políticas, sociales y culturales. A Reagan le enfurecía pagar el tipo marginal del 90% sobre cada dólar que ganaba por encima del millón de dólares que percibía por sus (prescindibles) apariciones en filmes de serie B. Durante treinta años a nadie le pareció “confiscatorio”. Pero triunfó el individualismo hedonista y hoy parece impensable. Como el impuesto global sobre el capital que promueve Piketty. Como su defensa demócrata y republicana del impuesto sobre la riqueza heredada. Cuánto mayor es el capital
congénito de partida, mayor es su capacidad de multiplicarse.