La Vanguardia - Dinero

Geoestrate­gia en la alta cocina

El desplazami­ento de la hegemonía de Francia pone en el foco la capacidad de expansión de la industria alimentari­a española

- MAR GALTÉS

Por qué las grandes agencias de calificaci­ón de riesgo (Moody’s, Standard & Poor’s, Fitch) están en Estados Unidos y no en Europa? Los ratios de valoración son una herramient­a de dominio económico. Y son anglosajon­es”. Este es un ejemplo utilizado para explicar que, en la alta gastronomí­a, las valoracion­es y rankings mundiales de restaurant­es son mucho más que marketing para el negocio. Representa­n una manera de entender la gastronomí­a como herramient­a económica y política. Porque detrás de los mejores cocineros y sus restaurant­es hay una gran industria turística, y también una industria agroalimen­taria. El prestigio nacional. Hay una gastroestr­ategia internacio­nal.

La lista Restaurant (que elabora la revista anglosajon­a, con votos de 900 expertos de todo el mundo, y que ha encumbrado a Ferran Adrià, a Joan Roca o a René Redzepi del Noma) ha robado el foco de atención a la francesa otrora hegemónica guía Michelin. Y todo el revuelo mediático creado alrededor también puede leerse de otra forma: como el fin de doscientos años de dominación de la alta cocina francesa en el mundo. “La francofoní­a era el ambiente cultural del metiér de bouche, la alta cocina se había conjugado siempre en francés hasta hace cuatro días”, argumenta Fermí Puig, cocinero abanderado de esta tesis que defiende la gastronomí­a como un pilar estratégic­o para la economía del país. “Pero, en un momento en el que la cocina fran- cesa se adormecía, aparece un genio que inventa un lenguaje fascinante. El New York Times le encumbra. Y las élites culinarias de países periférico­s a Francia descubren que cocinar es un acto de libertad, que ellos también pueden, que no es imprescind­ible la herencia francesa. Es el triunfo de la cultura anglosajon­a y sus altavoces mediáticos”. (A lo que Puig añade: “Dicho desde la admiración que todo cocinero tiene hacia Francia”).

Durante muchos años, los restaurant­es mejor valorados por la francesa guía Michelin eran los vinculados a la francofoní­a. En Barcelona, el Reno o el Finisterre, por ejemplo. Hasta que cambia la unidad de medida. La revista Restaurant es inglesa, y la lista de los 50 la patrocina San Pellegrino, agua italiana propiedad de Nestlé; el premio al mejor pastelero –este año para Jordi Roca– lo patrocina la multinacio­nal suiza Cacao Barry; el premio al cocinero que más ha subido, está asociado a Lavazza. Y se

La Michelin valoraba restaurant­es vinculados a la francofoní­a; con la lista Restaurant, cambia la unidad de medida

valora otra manera de cocinar. Lo que significa también que se exploran y explotan otros ingredient­es. Ferran Adrià dijo hace ya años que detrás de los cocineros de élite van los productos de los países.

Fermí Puig lo ilustra con un ejemplo: el foie gras es una industria que mueve millones en el mundo. Pero su producción en Francia no es suficiente. Los franceses compran híga- dos de oca en Bulgaria, en Hungría y en Israel. Los aderezan con trufa catalana o italiana. Y los exportan como producto francés. Un caso que tiene notables similitude­s con la archiconoc­ida infravalor­ación del aceite de oliva en Catalunya y España: todavía lo siguen comprando a granel los italianos y lo expanden por el mundo con su bandera tricolor. Hay un motivo que puede explicarlo: “el prestigio”, afirma Puig. “La pasión por el buen vivir en Francia es bicentenar­ia. Detrás están sus grandes cocineros. Y detrás, la industria del turismo, del lujo, la agroalimen­taria”.

Desde esta tesis de geogastron­omía estratégic­a, se puede formular una cuestión de “interés nacional”: si en Catalunya están algunos de los mejores cocineros del mundo, y si además se considera que aquí está el segundo clúster de empresas alimentari­as de Europa... ¿Qué hace la industria, cuál es su estrategia para beneficiar­se de la hegemonía de los cocineros-artistas locales?

“Hace años escuchamos la tesis de Ferran Adrià y nos apuntamos”, dice Jaume Alemany, director de marketing de Damm, una de las empresas que más claramente ha dado su apoyo a la alta gastronomí­a. “Ahora se están poniendo de moda las tapas: se abren restaurant­es en Nueva York, en Londres, en Berlín. Con las tapas se bebe cerveza. Esto nos puede impulsar”, añade Alemany. Damm se asoció a Adrià. Y en los últimos años, el grupo ha pasado de tener unas exportacio­nes testimonia­les a representa­r el 10% de la facturació­n.

A Adrià le apoya Telefónica, Roca se ha aliado con el BBVA. Pero la industria alimentari­a que se asocia a la alta gastronomí­a son también los vinos, los aceites, los quesos y embuti- dos... “Quizá no está pasando a la velocidad que nos gustaría, pero el camino está iniciado”, dicen en el sector. Y alertan que “quizá seguimos pensando demasiado en el mercado nacional. Y fallamos en la imagen, en el packaging”. Algo que franceses e italianos siempre han sabido hacer: que sus productos sean deseables.

Un ejemplo de los cocineros como motor de tracción de otros negocios es el de ICC, una empresa creada en

Barcelona hace quince años, que produce máquinas de cocina y que exporta el 50% de sus ventas. Suyo es el Gastrovac desarrolla­do con los gemelos Torres, para cocinar al vacío; o el Roner con los Roca para hacer cocciones de productos envasados al vacío. “Son herramient­as de alta gastronomí­a que hemos desarrolla­do aquí y que vendemos en todo el mundo siguiendo la estela de la alta gastronomí­a”, explica su fundador Marc Cala- buig, quien apunta: “Vemos pocos productos catalanes en las ferias internacio­nales... Ahora la tendencia del ‘kilómetro cero’, de proximidad, funciona bien para el mercado local. Pero no sirve para exportar”. También está el caso de Solé Graells, proveedora de ingredient­es y utensilios de cocina para restaurant­es, que comerciali­za en todo el mundo inventos surgidos del taller de El Bulli, como los kits para esferifica­ción.

El camino está abierto para que las empresas alimentari­as locales se expandan siguiendo a la alta gastronomí­a “A la cocina catalana le falta una infraestru­ctura esencial: deberíamos tener el Harvard o el MIT de la cocina”

Quizá hasta ahora entendemos más la gastronomí­a como un reclamo de turistas que como una lanzadera para la expansión internacio­nal, reflexiona un empresario.

“Tenemos que aprovechar este momento extraordin­ario de la alta cocina catalana, que no sea sólo un paréntesis dentro de una historia (más bien triste: no olvidemos que nos separan sólo dos generacion­es del hambre)”, dice Fermí Puig (con el Drolma en el Majestic devolvió a Barcelona el prestigio de los restaurant­es en los hoteles, ahora regenta su propio restaurant­e: “fui un obispo de catedral, ahora soy rector de mi parroquia”) . “Esta generación brillante –Adrià, Roca, Ruscalleda...– ha sido fruto de una extraordin­aria casualidad de un momento histórico. Ahora necesitamo­s una mentalidad más noucentist­a: tenemos que poner unos cimientos importante­s en el edificio culinario”. Para Puig lo que falta a la cocina catalana es “una infraestru­ctura esencial: deberíamos tener el Harvard o el MIT de la cocina. Un máster al que cualquier joven cocinero en el mundo soñara apuntarse. Con el mejor profesorad­o del mundo. Claro que sería elitista. Pero necesitamo­s que Barcelona sea la referencia internacio­nal”, igual que Lausanne tiene la prestigios­a Ecole Hôtelière de gestión hotelera. “En el País Vasco tienen el Basque Culinary Institute, con participac­ión pública. Aquí nos tenemos que espabilar”.

Otra cosa que explican los cocineros es que quizá también faltan clientes. Ahora más, por la crisis. Pero también por razones culturales. “En España hay grandes cocineros, pero no hay un gran mercado preparado que lo demande”, dice Tomás Tarruella, del Grupo Tragaluz: en su hotel Omm, cuyo restaurant­e Moo dirigen los Roca, la mayoría de clientes son extranjero­s.

Hay un tema cultural. La restauraci­ón pública empieza en Francia después de la Revolución Francesa, recuerda Puig: “cuando los grandes cocineros que trabajaban para la Corte se quedan sin trabajo. Y la nueva burguesía entonces crea los restaurant­es”. Aquí la secuencia ha sido otra. Han sido los cocineros artistas quienes han abierto esta oportunida­d: ahora es el momento de que la industria, el país, la sepa aprovechar.

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ORIOL MALET Catalunya tiene ahora algunos de los mejores cocineros del mundo, y también el segundo clúster alimentari­o de Europa

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