En busca del empleo perdido
Mercader retrata los problemas de dualidad y formación del mercado laboral español
Durante la gran recesión muchas economías occidentales han sufrido perturbaciones de todo tipo, pero en España el hecho diferencial más obvio es una destrucción de empleo mucho más intensa que en los países de su entorno, aunque sufrieran burbujas inmobiliarias. Si España había sido el motor de la creación de empleo en la UE hasta 2007 –aunque fuera de muy baja calidad–, en los últimos años ha sido el artífice de su mayor destrucción. Aunque la crisis, afirma el autor de Se busca... El mercado de trabajo en España, el catedrático de Derecho del Trabajo de la Carlos III de Madrid Jesús R. Mercader, sólo ha puesto de relieve problemas estructurales.
Tradicionalmente, recuerda, el sistema productivo español se ha caracterizado por una limitada capacidad para crear empleo debido a su estructura y al marco regulatorio. Una economía basada en la construcción y el turismo refleja de manera muy acusada los cambios de ciclo. A eso se le ha añadido rigidez salarial, baja productividad, segmentación del mercado de trabajo y el modelo de negociación colectiva. Amén de otros factores, como el desequilibrio de las cualificaciones: los miembros de la UE, señala, tienen de media un 23,2% de la población con nivel educativo bajo, y en España hay un 42,4%. En cambio, en Europa hay un 48,9% de la población en los decisivos niveles educativos intermedios, y en España sólo el 23,1%. No es extraño que sea un debate recurrente la necesidad de copiar el modelo alemán de formación profesional dual, que combina desde el primer día la capacidad teórica con la formación directa en un centro de trabajo. En Alemania un 60,5% de la población tiene cualificaciones intermedias muy sólidas y eso mantiene una de las economías más po- tentes del mundo. Por ahora sólo 2.100 jóvenes reciben esta formación en España.
Se busca... intenta retratar el mercado laboral español y, como su situación es catastrófica, quiere provocar debate. Por un lado, rompe tópicos como que el desempleo juvenil sea anormal en España: es el doble que el del resto de la población, como en todas partes. El problema es el desempleo general. Sobre todo, el autor ataca la elevada tasa de tempora- lidad en España, que no se debe al peso de la construcción o la hostelería: en la agricultura o la minería también es mucho más elevada que en el resto de Europa. El problema es la dualidad del mercado de trabajo, en el que hay un uso elevadísimo de contratos temporales que generan empleos de poco valor añadido. Y eso se debe, dice, a un modelo que ha combinado una enorme permisividad legal en este tipo de contratación con mucha protec- ción a los trabajadores fijos. Entre los muchos problemas que eso origina, recuerda que las empresas de alto crecimiento en el mundo utilizan sobre todo contratos permanentes, lo que cuestiona ese modelo de crecimiento.
La flexiseguridad –poder despedir fácilmente, pero con gran protección y formación para los desempleados– le ha ido bien a Dinamarca, pero es difícil de financiar en un periodo de ajustes. En cuanto al contrato único para acabar con la dualidad del mercado, reemplazando la maraña de contratos temporales e indefinidos por uno único para todas las nuevas contrataciones –con indemnización por despido suavemente creciente con la antigüedad–, cree que podría ayudar a resolver la grave desigualdad de oportunidades de jóvenes, mujeres e inmigrantes, los más afectados por la excesiva rotación laboral. Contribuiría a la estabilidad laboral y a una mayor protección por desempleo y mayores indemnizaciones para los ahora temporales. Pero, dice, pasar de la maraña contractual actual al otro extremo es un cambio tan drástico que debería implantarse de forma gradual y con amplio consenso, que no existe. Además, muchos sectores necesitan trabajos temporales para funcionar. Por último, no hay experiencias comparables en países similares a España, aunque, concluye, tampoco su situación actual es comparable a ningún otro país.