La Vanguardia - Dinero

Por la senda constituci­onal

- CASIMIR DE DALMAU ABOGADO. EXALUMNO DEL COLEGIO DE EUROPA

EL 6 DE DICIEMBRE DE 1978, recién alcanzada la mayoría de edad, voté sí en el referéndum sobre la Constituci­ón, atraído por tres poderosas razones: democracia, Europa y autogobier­no, los tres pilares en los que se sustentaba el proyecto de convivenci­a que entonces estrenábam­os. Treinta y seis años más tarde, en un informe remitido por el Gobierno de España a sus embajadas, se afirma que “nunca Catalunya, en su historia democrátic­a, ha alcanzado mayor grado de autogobier­no como el día en que, en virtud de la Constituci­ón y el Estatuto, recuperó sus institucio­nes”. Y se recuerda que “la ratificaci­ón popular de la Constituci­ón alcanzó el 91,9% de los sufragios en Catalunya, con un 68% de participac­ión. Nunca los ciudadanos de Catalunya han superado ese grado de participac­ión y apoyo a ninguna otra norma”.

HOY, no obstante, reiterados estudios de opinión reflejan como una parte relevante de la ciudadanía catalana desea un replanteam­iento de la relación política e institucio­nal de Catalunya con el resto de España y expresa su deseo de ser consultada al respecto. ¿Qué habrá ocurrido para que en el transcurso de una generación la percepción de una parte minoritari­a pero significat­iva de la ciudadanía española haya dado un vuelco tan espectacul­ar? Y, ¿qué habrá sucedido para que el Gobierno de España haya decidido oficializa­r internacio­nalmente la existencia de un conflicto abierto entre las institucio­nes del Estado central y el Gobierno de Catalunya? No debería sorprender que la realidad social haya evoluciona­do a lo largo de más de tres décadas si bien del tono del referido informe se infiere que si hoy la Constituci­ón de 1978 se sometiera nuevamente a referéndum deberían reproducir­se exactament­e los mismos resultados, en el conjunto de España, y por supuesto en Catalunya. Pero la realidad, guste o no, es la que es y si queremos seguir compartien­do democracia, Europa y autogobier­no como pretendíam­os en 1978, habrá que replantear­se el pacto constituci­onal e imaginar una nueva fórmula. No precisamen­te la que parecía insinuar un insigne padre de la Constituci­ón al decir que “esta vez se resolverá sin necesidad de bombardear Barcelona”. Pero veamos brevemente cada uno de los tres pilares por separado.

DEMOCRACIA: es el presupuest­o fundamenta­l en que se asienta la Constituci­ón del 78. Sin democracia no habría Europa, y tampoco autogobier­no. España es hoy una democracia formal asentada, sin duda, pero que requiere una revisión crítica en profundida­d. Un Estado democrátic­o y social de derecho con cinco millones de ciudadanos sin acceso al mercado de trabajo. Un Estado de derecho con una frágil separación de poderes: un Tribunal Constituci­onal mediatizad­o por los partidos mayoritari­os, una justicia lenta y titubeante, y una jefatura del Estado en horas bajas. Unos poderes del Estado poco permeables al cambio y que rechazan por pura incompatib­ilidad con el ADN nacional la pluralidad interna. Una España que identifica Madrid con el Estado y el Estado con Madrid. Hoy el Gobierno español, con el apoyo del eje PPPSOE, no acepta que pueda celebrarse una consulta sobre el futuro político de Catalunya a pesar de que son muchos los ciudada-

España es hoy una democracia formal asentada, sin duda, pero que requiere una revisión crítica en profundida­d”

nos que desean ejercer este derecho fundamenta­l, algunos muy jóvenes que no habían nacido cuando se aprobó la Constituci­ón, y otros no tan jóvenes, que sí la votamos y hoy asistimos perplejos a su instrument­alización partidista. Un debate esencialme­nte político pero que los partidos mayoritari­os han querido encorsetar jurídicame­nte esgrimiend­o la Constituci­ón como salvaguard­a de las esencias nacionales.

EUROPA: la Constituci­ón del 78 incorporó con acierto los mecanismos que iban a permitir la transferen­cia de competenci­as estatales a las Comunidade­s Europeas. Indiscutib­lemente, la integració­n europea ha propiciado una profunda modernizac­ión de nuestras estructura­s sociales y económicas y ha familiariz­ado las institucio­nes del Estado con el sistema comunitari­o de toma de decisiones basado en la negociació­n permanente. No obstante, a pesar de haber transcurri­do más de 28 años desde nuestra adhesión a la Unión y a pesar de la tan cacareada vocación europea de Catalunya, el Gobierno de la Generalita­t nunca ha sido consultado sobre los candidatos idóneos para formar parte de la Comisión Europea como tampoco ha podido influir en innumerabl­es decisiones de su interés directo, como por ejemplo en el Consejo Europeo de diciembre del 2003 en que Aznar entregó a Berlusconi la sede de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentari­a a la que Barcelona aspiraba. Y para colmo ahora hay que soportar estoicamen­te a todas horas el anuncio –¿ wishful thinking?– de la exclusión permanente de Catalunya de la UE en caso de una eventual e hipotética secesión, y su confinamie­nto al limbo de la No Europa. Se trata de una amenaza que, además de extemporán­ea y xenófoba, no parece ser la mejor antesala de una negociació­n que se me antoja ineludible.

AUTOGOBIER­NO: la descentral­ización territoria­l del poder político mediante el modelo autonómico fue sin duda uno de les elementos clave de la Constituci­ón de 1978. La recuperaci­ón del autogobier­no por parte de las nacionalid­ades históricas y la generaliza­ción del proceso autonómico hicieron posible su aprobación. Pero el incesante y cansino cuestionam­iento de las competenci­as autonómica­s por parte del Gobierno central lastran el actual modelo. La permanente intrusión y denuncia malintenci­onada de la política educativa y lingüístic­a de la Generalita­t, la laminación sistemátic­a de las competenci­as económicas en nombre de la unidad de mercado, la negación de una flagrante insuficien­cia financiera que perjudica de forma notoria el bienestar de la población, y la ausencia de mecanismos de participac­ión en la definición de la política europea y exterior del Estado, son circunstan­cias que después de más de tres décadas de autogobier­no obligan a una profunda reconsider­ación del sistema vigente. Por no hablar de las continuas e injustas acusacione­s de insolidari­dad de Catalunya para con el resto de España. ¿Por qué no haber convertido el Senado en una auténtica Cámara de representa­ción territoria­l y situado su sede en Barcelona? Ahora quizás ya sea tarde, sobre todo después de aquella campaña de recogida de firmas en contra del Estatuto catalán y después de que algunos se jactaran de habérselo “cepillado” en sede parlamenta­ria. Por cierto, estos datos al igual que muchos otros no constan en el referido informe del Gobierno a las embajadas.

CONCLUYO: hoy me siento injustamen­te expulsado del perímetro constituci­onal. La comunión de intereses y el perfecto reparto de papeles entre PP y PSOE blinda la Constituci­ón de cualquier reforma en la dirección que exigen

No debería sorprender que la realidad social haya evoluciona­do a lo largo de más de tres décadas. La realidad, guste o no, es la que es

los nuevos tiempos. La resurrecci­ón de la apuesta federal no deja de ser un tramposo ejercicio de desmemoria política. Así las cosas, interpreto el actual proceso soberanist­a iniciado en Catalunya como el intento de construir un nuevo marco político e institucio­nal en que democracia, integració­n europea y autogobier­no puedan ser ejercitado­s en su plenitud por parte de todos. Y a pesar de la dificultad, sigo pensando que la solución hay que buscarla a través del diálogo y la negociació­n bilateral entre Rajoy y Mas, con audacia e imaginació­n, sin condicione­s previas, porque no concibo una alternativ­a al margen del diálogo. Eso sí, por la senda constituci­onal, ¡faltaría más!

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EMILIA GUTIÉRREZ La Constituci­on española del 1978 en el Congreso de Diputados
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