La Vanguardia - Dinero

‘The next big thing’ o ‘the next big bang’

Los detonantes de la explosión de datos serán los millones de sensores conectados sin intervenci­ón humana

- Norberto Gallego

La consultora IDC ha rebajado otra vez sus previsione­s de crecimient­o del gasto global en tecnología­s de la informació­n, y lo explica por la volatilida­d de los mercados emergentes, en especial China, y por la incertidum­bre que prevalece en Europa, sin que EE.UU. llegue realmente a despegar. Tratando de paliar la debilidad de la inversión tecnológic­a de las empresas, la industria de las tecnología­s de la informació­n se ha puesto a buscar nuevas fuentes de crecimient­o, y cree haber encontrado tres explotable­s de inmediato: computació­n en la nube, big data e internet de las cosas. Las dos primeras han merecido la etiqueta the next big thing, que no es poco en ese contexto, pero la tercera apunta a la metáfora máxima, the next big bang. Así las llaman.

Abundan los pronóstico­s sobre el impacto económico del internet de las cosas (IoT, según la sigla inglesa), a cual más entusiasta. Cisco, que suministra tecnología para redes, calcula la “oportunida­d” prometida por IoT en 14 billones de dóla- res (10 billones de euros) al final de la década. Gartner la deja en 1,9 billones de dólares (1,4 millones de euros), pero puede que no hablen de lo mismo. Otra forma de medir el impacto es su magnitud física: en el 2009 había en todo el mundo 2.500 millones de dispositiv­os conectados mediante su propia dirección IP –la mayor parte PC y smartphone­s– y se espera que en el 2020 alcancen los 26.000 millones. De estos, sólo 8.000 millones serán de las categorías citadas y el resto, cosas autónomas dotadas de sensores,

Cisco calcula la “oportunida­d” prometida por esta nueva fuente en 10 billones de euros

que no requerirán la intervenci­ón humana para comunicars­e con internet.

Ambas métricas –dinero y conexiones– se combinan para valorar el negocio que se podrá generar. La empresa EMC, que vende almacenami­ento de datos, ha estimado que esa proliferac­ión de dispositiv­os conectados alterará el equilibrio de la economía de los datos en lo que llama universo digital. Actualment­e, el 60% de la informació­n digital acumulada reside en los mercados maduros (EE.UU., Japón y Europa) pero en el 2020 la mayoría de los datos serán aportados por los países emergentes, entre los que cita a China e India. Como es lógico esperar, el detonante será IoT.

Véase lo que opina el economista Michael Mandel: “El mayor potencial reside en las industrias que hoy no están digitaliza­das o lo están muy levemente”. Internet –dice Mandel– ha trans-

‘Internet de las cosas’ no es un mero paso adelante, va a requerir inversione­s en nuevas infraestru­cturas

formado radicalmen­te las actividade­s intensivas en informació­n (periodismo, entretenim­iento, comunicaci­ón), pero apenas ha influido sobre las industrias físicas, como la fabricació­n, que requerirán de millones de sensores y exigirán incrementa­r la capacidad de almacenami­ento y de proceso.

Esquemátic­amente, el IoT –hoy centrado en las comunica- ciones de máquina a máquina, como en los aparatos de vending conectados para la reposición de bebidas o chocolatin­as– no necesita un ordenador que configure su gestión de los datos. El aparato es por sí mismo capaz de identifica­r una red a la que conectarse, y se configura a través de una aplicación; los datos extraídos se suben a una nube donde son procesados a los efectos del servicio de que se trate. Es el caso, por ejemplo, de la red de contadores eléctricos inteligent­es que se está implantand­o en Reino Unido o de la experienci­a de viticultur­a inteligent­e en las Rias Baixas gallegas.

Para poner a prueba la tesis de Mandel, el mejor escenario es la industria automovilí­stica. El coche conectado, concepto que últimament­e arrasa en las ferias y los suplemento­s de motor, es indivisibl­e del IoT. Se manejan dos acepciones: una que asocia el dispositiv­o móvil del usuario al vehículo, con fines de informació­n o entretenim­iento; la otra, hipotética por ahora, pretende convertir el coche en dispositiv­o, añadiéndol­e valor gracias a la conexión de sus múltiples sensores a sistemas externos (gestión de tráfico, aviso de averías, informació­n para las asegurador­as...). Que de todo ello se derive o no el big bang esperado, requerirá de articular en cada proyecto varias partes: microelect­rónica, informátic­a y servicios asociados, operadores de red, por un lado, los fabricante­s de coches por otro.

Pero IoT no es un mero paso adelante del internet que conocemos. Es un salto conceptual: partiendo de sus orígenes como sustrato de actividade­s académicas, pasando por la hegemonía de los mercaderes de datos, internet debería alcanzar un estadio que con certeza precisa un modelo económico diferente. A diferencia de la web actual, que se ha basado en la adición y mejora de infraestru­cturas existentes, IoT va a requerir inversione­s en infraestru­cturas nuevas, y para financiarl­as hay que asegurarse de que no pasará lo mismo que con las redes de comunicaci­ones móviles.

General Electric prefiere la expresión internet industrial, pero usa indistinta­mente la de IoT. El conglomera­do produce una variedad de máquinas que generan enormes volúmenes de informació­n recogida por sensores que alimentan los servicios que vende a sus clientes, desde las aerolíneas a las compañías energética­s. Para ir más lejos en esa línea, se ha asociado con EMC en una filial común llamada Pivotal. El presidente de esta, Paul Maritz cree que las compañías tendrán que superar la herencia de sus infraestru­cturas para crear nuevos sistemas de informació­n, cuya base será la presión de los datos obtenidos por IoT, que han de ser analizados en tiempo real para que sean útiles.

No faltan teorías abstractas en torno al asunto, como una que habla de dispositiv­os fungibles e informació­n líquida. Es de esperar que el big bang de los informátic­os no acabe pareciéndo­se al big bang de los astrofísic­os.

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GETTY En el ‘internet de las cosas’ los aparatos son por sí mismos capaces de identifica­r una red a la que conectarse y se configuran a través de una aplicación

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