China, en lo más alto del podio
A finales del 2014, cinco años antes de lo previsto, el país ya será la primera potencia mundial
Que China iba camino de convertirse en la primera potencia económica mundial lo sabía hasta el futbolero borderline del bar de la esquina. Lo que nadie sabía, empero, es que iba a ser tan rápido.
Cuando a principios de mes el Banco Mundial difundió un informe en el que afirmaba que a final del año, cinco antes de lo previsto, China habrá destronado a Estados Unidos como primera potencia (puesto que ocupa desde 1872), pilló por sorpresa a propios y extraños. Pekín se apresuró a desmentirlo. Tal vez porque aún no está preparado para asumir tamaña responsabilidad.
Tenga o no razón el Banco Mundial, China seguirá siendo durante algún tiempo un inmenso enigma, incluso para los propios chinos. Todo ha sido tan rápido, falta perspectiva para comprenderlo. Eso sí, existe una floreciente industria editorial basada en publicaciones que pretenden explicar el milagro chino y su lugar en el mundo. Una de las más recientes es The Contest of the Century, del británico Geoff Dyer, que durante años fue el corresponsal del diario Financial Times en Pekín.
Dividido en tres secciones –”Military in Asia, Politics and Nationalism, Economics”–, el libro de Dyer ofrece al lector interesantes datos entremezclados con anécdotas ilustrativas. En algunos capítulos parece estar a punto de resolver el enigma –o al menos parte de él–, pero nunca lo logra, debido a la envergadura y complejidad del tema.
TEMOR A ESTADOS UNIDOS
Pese a su enorme poder y riqueza, China se siente vulnerable. Le inquieta la influencia que ejerce Estados Unidos, no tan sólo en el Pacífico sino más concretamente en el mar de China Meridional. Es en este escenario donde los contenciosos sobre la soberanía de una serie de islas con sus vecinos –Japón, Corea del Sur, Vietnam, Filipinas, Taiwán, Malasia, Indonesia…–, todos en mayor o menor grado protegidos bajo el paraguas de Washington, podría atizar en cualquier momento un conflicto de consecuencias imprevisibles.
Dado que Asia-Pacífico genera la mitad de toda la producción mundial, es evidente lo mucho que hay en juego. Es más: el 90% del comercio internacional se transporta en barco, y el tráfico marítimo en la región es incesante. La lucha por el control de estas aguas podría incluso provocar un enfrentamiento entre las dos superpotencias.
Con sus bases (50.000 soldados sólo en Japón) y sus diez portaaviones (uno nuevo cuesta la friolera de 13.500 millones de dólares) patrullando los mares, la Navy no tiene rival. Esto es precisamente lo que incomoda a los chinos, aunque tal vez más a los militares que a los políticos. China está a punto de ganar la primera prueba, la económica, y lo curioso es que es debido, en gran medida, a la pax americana que le ha permitido medrar en el mercado (libre) global. Pero la próxima podría ser bélica. Por si acaso, China, al igual que sus vecinos, se prepara a marchas forzadas en todos los frentes (incluyendo el cibernético). Hace tiempo que trabaja en unas impresionantes estrategias de defensa, basadas, de momento y que se sepa, en la disuasión.
Con todo, el mar de China no es la única zona caliente. Las enormes inversiones chinas en África, Pakistán, Sri Lanka o Birmania, harán que cobre cada vez más importancia el Índico. Y Pekín, aprovechando que EE.UU. está involucrado en tantos conflictos y con su economía al ralentí, irá a por todas. En este sentido, a China le viene de perlas la debilidad de Europa, el despertar de Rusia y el conflicto en Ucra-
A China le viene de perlas la debilidad de Europa, el despertar de Rusia y el conflicto en Ucrania
nia, por no hablar del de Siria o el interminable lío en todo Oriente Medio.
Según Geoff Dyer, existe en la nueva era de rivalidad geopolítica en Asia una norma inquebrantable que tanto Washington como Pekín harían bien en tener siempre presente: que no pidan nunca a los otros países asiáticos que tengan que escoger entre uno u otro. Se ha establecido un sistema de equilibrios favorable al comercio y la convivencia que sería una temeridad destruir. Pero no va a ser nada fácil mantenerlo, máxime con tantos sentimientos nacionalistas enfrentados, particularmente entre China y Japón. Tampoco hay que perder de vista al alocado comodín que es Corea del Norte, aliado chino con gran capacidad provocadora y destructiva.
Además de contar con los hongkoneses, muchos de los cuales bordan el inglés, se calcula que hay en China unos 300 millones de estudiantes de la lengua de Scott Fitzgerald; y sólo en el periodo 2011-2012 China invirtió 8.700 millones de dólares en cuatro organizaciones mediáticas internacionales propias. Teniendo en cuenta que el presupuesto anual de la BBC no pasa de 400 millones de dólares, queda claro que Pekín también apuesta fuerte por la vía del llamado poder blando. Sin ir más lejos, ya hay más de 400 institutos Confucio esparcidos por el globo impartiendo cursos de chino y promocionando su cultura. A fin de cuentas, educación y cultura reclutan más adeptos que submarinos y misiles.
Si no cae de la balanza geopolítica ninguno de los pesos o contrapesos que sostienen el frágil equilibrio en Asia-Pacífico, todo el mundo saldrá ganando. Por eso mismo, serán más bien los problemas internos los que en todo caso podrían eventualmente provocar un serio conflicto. Las estructuras económicas y políticas que han convertido a China en lo que es empiezan a desmoronarse. Los chinos quieren menos Estado y más libertades y derechos individuales.
Por otro lado, el final del segundo mandato de Obama presagia un incierto porvenir en Estados Unidos. China hace tiempo que cree percibir su declive como potencia militar y económica. Pero cometería un error mayúsculo si infravalorara su poderío. De todas formas, no hay nada ni nadie que les obliga a ser enemigos. Mientras sean capaces de evitar absurdos enfrentamientos provocados por un subidón de testosteronas y al mismo tiempo avanzar en proyectos de cooperación a largo plazo, habrá sitio en el mar de China para todos.