Entramos en la quinta fase de la crisis
La experiencia histórica nos ha enseñado que las crisis económicas pasan por cinco fases: la negación, la sorpresa, la indignación, la resignación y la reivindicación. Ahora estaríamos en la cuarta, en la que hemos aceptado que ya nada volverá a ser como antes y que tendremos que convivir durante mucho tiempo con una alta tasa de paro. Pero muy pronto comenzaremos la etapa reivindicativa. En la medida en que se vaya consolidando la salida de la recesión y se empiece a crear riqueza de una manera estable, la sociedad comenzará a reclamar su trozo de la tarta, lo que generará fuertes tensiones sociales.
La incógnita es si tales tiranteces se producirán antes o después de las próximas elecciones generales. Lo que parece claro es que hoy, con los comicios al Parlamento Europeo, se cierra una etapa y comienza la recta final de la legislatura.
Probablemente hasta después del verano viviremos un periodo de calma chicha, que es la que precede a las grandes tormentas. El tsunami tiene fecha fija, el 9 de noviembre, cuando el presidente Artur Mas decida si mantiene el referéndum soberanista o si convoca unas elecciones plebiscitarias. En cualquiera de los dos escenarios será el pistoletazo de salida de un otoño caliente. Este hecho podría abrir el proceso reivindicativo que se iría retroalimentando en la medida en que otras comunidades autónomas o grupos sociales se vayan sumando.
El precedente más cercano a un proceso similar fue la huelga general del 14 de diciembre de 1988. Aquel día en España se pararon hasta los relojes. La protesta tuvo lugar en plena fase expansiva, dos años después de haber salido de una de las mayores crisis económicas del siglo XX. Una crisis que duró trece años, en la que no se creó ni un solo puesto de trabajo y que se inició tras el shock petrolero del año 1973. Aquella, como esta, fue una crisis que transformó el modelo de crecimiento económico español y produjo un fuerte sufrimiento social.
Resulta ilustrativo que la huelga general de 1988 se produjera cuando la economía estaba creciendo a tasas superiores al 5%, la deuda pública representaba el 41% del producto interior bruto (PIB) y el déficit del conjunto de las administraciones públicas apenas llegaba al 3,5%. Con este cuadro macroeconómico y las empresas ganando mucho dinero, el gobierno socialista de Felipe Gonzá- lez tenía margen para repartir, aunque fuese endeudándose. De hecho, fue lo que sucedió: en aquellos años se desarrolló intensamente el Estado de bienestar.
LA PRIORIDAD: REBAJAR EL DÉFICIT
En esta ocasión las cosas son totalmente distintas. La economía española al final de este ejercicio estará creciendo como mucho un 2%; la deuda se situará cerca del entorno del 100% del PIB y el déficit público no bajará del 6%. Es decir, Mariano Rajoy aunque quisiera no podrá hacer una política redistributiva. Su prioridad, como me comentó recientemente el ministro de Industria José Manuel Soria, es reducir el déficit público, muy por encima de cualquier otra cosa. Es la clave de bóveda, la pieza que soporta toda la cúpula de la política económica.
Y no va a ser fácil rebajar el déficit en el 2015 del 5,8%, que es el compromiso asumido en el plan de estabilidad, hasta el 4,2%. En términos monetarios supone un ajuste de más de 16.000 millones de euros, que no deja casi ningún margen para redistribuir, por mucho que se incremente la recaudación fiscal. Por tanto, el gasto en pensiones, sanidad, desempleo y salarios públicos va a tener que seguir congelado. Esto va a poner al rojo vivo el conflicto social porque se agudizarán los agravios comparativos. Mientras las rentas salariales siguen perdiendo poder de compra, las rentas financieras no han dejado de crecer.
En este contexto es interesante reflexionar sobre las propuestas realizadas por Thomas Piketty en su aclamado libro El capitalismo en el siglo XXI. En él, Piketty propone un nuevo contrato social que evite el estallido social, es decir la quinta fase de las crisis.
Pronto empezará la quinta y última etapa de la que consta una crisis: la reivindicativa. En la medida en que se vaya consolidando la salida de la recesión y se empiece a crear riqueza de una manera estable, la sociedad comenzará a reclamar su trozo de la tarta, lo que generará fuertes tensiones sociales”