La Europa económica y el dilema de la bicicleta
Europa tiene dificultades para avanzar. La lucha contra la crisis ha supuesto un proceso de mayor integración y, a su vez, sacrificios. Ambas cosas se han identificado, confundido. Ahora que entramos en crecimiento, Europa precisa una nueva narrativa y actuar más abiertamente”
Desde hace 70 años, nunca como ahora Europa había estado en el centro del debate político. Según José María de Areilza, titular de la cátedra Jean Monnet-Esade, “vivimos un momento en que el futuro de Europa, sus países y su economía se confunden”.
Pues bien, en esta hora crucial de Europa, la confusión es enorme. Basta con mirar el panorama general. El Frente Nacional puede ganar en Francia, el bufón Beppe Grillo rivaliza en Italia con Matteo Renzi y en Gran Bretaña los euroescépticos de Ukip avanzan mientras los holandeses retroceden. Al frente del rechazo, se suma una expectativa de abstención que podría batir récords. Y mientras, Rusia se asoma a las fronteras europeas del Báltico.
“Europa está en el momento Tocqueville, que exige transformar un proyecto supranacional llevado a cabo por unos pocos en un proyecto sugestivo para la mayoría”, apunta Areilza.
Para muchos europeos, ante la pérdida del empleo, la congelación del sueldo o el ajuste de la pensión porque presuntamente lo exigía Bruselas, no cabe apelación posible. Que la UE haya servido de chivo expiatorio de los daños derivados de la gran recesión originada en EE.UU. o de políticas nacionales erradas no cambia las cosas. Y para algunos tampoco lo que dice Jean-Claude Trichet, expatrón del BCE: “Lo que se aplicó no fueron políticas de austeridad, sino la corrección de desequilibrios”. Es el desapego.
Pero detengámonos en España. Si el BCE no hubiera parado la alocada política de gasto de Zapatero e inyectado confianza al mercado y si, al tiempo, Bruselas no hubiera monitorizado el regreso paulatino de la economía española al equilibrio, con la aplica- ción de reformas, el país hubiera ido a la bancarrota. De cabeza.
Ahora bien, para Areilza, el modelo de resolución de la crisis del euro, basado en un gobierno de expertos centralizado, ha tenido éxito pero ya no sirve. “Falta una nueva narrativa, de cómo conservar el Estado de bienestar o hacer de Europa un actor global”.
De hecho, el debate de fondo en estas elecciones entre federalismo y y renacionalización de Europa está empantanado. En las encuestas se da por ganador al Grupo Popular Europeo, que es profederal, pero por un margen tan escaso que no permite distinguir una dirección clara, aunque sea en coalición.
Y es que la dinámica que ha creado la unión monetaria es difícil de seguir. En un país clave, Francia, no es sólo mme. Le Pen quien reclama la salida del euro sino que hasta el centro político se opone a completar el programa europeo porque desea conservar la política fiscal, la supervisión de su banca o la política industrial bajo control.
O en Italia, donde la estrategia de Renzi de “oponer la esperanza a la rabia” tiene dificultades ante Beppe Grillo y su “Piazza contra el Palazzo” ante un pueblo italiano en plena mutación.
España se ha sumado a la línea federalista alemana, donde Merkel se reserva el dossier europeo. Para ella la primera piedra del nuevo edificio, la unión bancaria, exige una unión fiscal, disciplina presupuestaria y reformas. También quiere un Parlamento europeo fuerte para subsanar el déficit democrático. Después vendrá una fase de mutualizar y abordar conjuntamente las deudas como quiere García-Margallo. Pero el plan alemán está pendiente de los comicios y probablemente deberá esperar y mezclarse.
Dado el cúmulo de recelos en amplias franjas de la opinión, de las posiciones francesas y el euroescepticismo británico, cabe pensar en una vía pragmática como salida. La vía europea es lenta.
Para Areilza, “la política de la bicicleta, según la cual cada vez que se aprobaba una nueva competencia europea era buena porque si no se pedaleaba se caía, está agotada. Hay que bajar de la bicicleta y buscar una Europa que compatibilice el avance de la integración con los proyectos nacionales de sus Estados miembros”. Según los seguidores de Monnet, “tanta tensión anticipa un gran salto hacia adelante”. Que así sea.