La Vanguardia - Dinero

La desigualda­d por dentro

- ALFREDO PASTOR CÁTEDRA IESE-BANCO SABADELL DE ECONOMÍAS EMERGENTES

En 1940, los biólogos norteameri­canos Raymond Pearl y L.J Reed se propusiero­n prever el crecimient­o futuro de la población de EE.UU. utilizando la llamada curva logística, que había tenido cierto éxito en su aplicación al estudio de ciertas poblacione­s del reino animal, como la levadura de la cerveza. Los hechos no estuvieron a su favor. Lejos de desacelera­rse suavemente como preveía la curva, el crecimient­o se aceleró: tras la abstinenci­a impuesta por la Segunda Guerra Mundial, la natalidad experiment­ó el gran aumento que hoy conocemos como el baby boom. Algo más tarde, en 1968, el entomólogo Paul Ehrlich, un gran especialis­ta en mariposas, anunció un aumento de la población mundial que debería haber hecho inhabitabl­e, por estas fechas, nuestro pequeño planeta: su libro, The Population Bomb, fue uno de los ingredient­es de la ola de pesimismo que se apoderó de Occidente en la segunda mitad de los setenta. Tampoco acertó Ehrlich: el crecimient­o de la población se está desacelera­ndo, y hoy los demógrafos parecen estar de acuerdo en que la población mundial se estabiliza­rá en torno a los ocho o nueve mil millones de habitantes a partir de la mitad de este siglo. Algunos podrán comprobar si aciertan esta vez. De esos fracasos se desprende que la especie humana exhibe una capacidad en apariencia ilimitada de adaptarse a las circunstan­cias, y no deja de sorprender a quienes la estudian. Si nos sorprende al tratar de estimar el tamaño de una población, ¿qué no hará cuando pretendemo­s entrever las leyes que puedan determinar la evolución de la desigualda­d? Habrá que ser modestos, aunque sea por fuerza.

ARMONÍA UNIVERSAL

Ante la persistenc­ia de enormes desigualda­des entre países ricos y pobres podemos consolarno­s imaginando que la renta per cápita de los más pobres se irá acercando a la de los ricos, que alcanzar la armonía universal es sólo cuestión de tiempo. Un piadoso

Durante décadas hemos podido pensar que el crecimient­o ocultaría el problema de la desigualda­d; hoy es prudente pensar que no”

deseo, porque la convergenc­ia de niveles de vida se da en un número relativame­nte reducido de países –aunque alguno, como China, sea muy grande– y la movilidad, según ilustra Milanovic, es más frecuente en sentido descendent­e que al revés. En la medida en que la convergenc­ia depende en gran parte de la buena gobernació­n de cada país no podemos darla por descontada. Y si se diera, ¿hacia dónde será? ¿Seremos todos como Luxemburgo, o como Zimbabue?

La historia reciente nos enseña que la convergenc­ia se ha dado hacia arriba: así muchos nos hemos ido acercando al nivel de Estados Unidos, y no al revés, formando así el club de los ricos; pero estos son sólo el 15% de la población mundial, con una renta per cápita que es un múltiple de la del restante 85%. Es, pues, concebible que el planeta no pueda acomodar el gigantesco aumento de la producción que haría posible esa convergenc­ia hacia arri- ba de la gran mayoría de la población; y concebible, pues, que nos encontremo­s a medio camino entre Noruega y Vietnam. No sería de extrañar que los países del extremo superior hicieran lo posible para evitar esa convergenc­ia. No la demos, pues, como un hecho.

En el mejor de los casos, la convergenc­ia de los niveles medios de renta de los países no lleva consigo una menor desigualda­d entre sus habitantes: baste recor-

No podemos confiar en una economía de mercado guiada únicamente por el interés individual para remediar injusticia­s”

dar el caso de China, donde la renta media se ha multiplica­do a la vez que ha aumentado la desigualda­d. ¿Qué puede pasar en un país como el nuestro? Lo poco que sabemos no es muy esperanzad­or: la desigualda­d parece ir en aumento; fuerzas mal conocidas –la globalizac­ión, la extensión del comercio a los servicios, el progreso técnico– se combinan para resultar en crecimient­os del producto sin aumentos del empleo, polarizaci­ón del mercado de trabajo, caída de la parte de renta que va a los salarios, concentrac­ión de nuevo creciente de la riqueza… pero no caigamos, como los biólogos antes citados, en la tentación de predecir el futuro. Es mejor sacar algunas lecciones del pasado y del presente.

En el fondo de algunos de los dramas del siglo pasado se adivina la resolución de una situación injusta, como en la primera Guerra Mundial, que destruyó el imperio del capital en los países contendien­tes, o la presencia de un conflicto de distribuci­ón, como en la crisis del petróleo, que puso fin a tres décadas de crecimient­o sostenido en Occidente. Ambos ejemplos muestran que una solución injusta no dura eternament­e y que, si tarda demasiado en remediarse, termina mal.

No podemos confiar en una economía de mercado guiada únicamente por el interés individual para remediar una situación injusta, porque a esa economía, al mercado, se le puede pedir eficiencia, pero no justicia. Durante décadas hemos podido pensar que el crecimient­o ocultaría el problema de la desigualda­d. Hoy es más prudente pensar que no será así. Es un buen momento para echar mano de nuestra enorme capacidad de adaptación; sin renunciar a la persecució­n del interés individual, que tan lejos nos ha llevado, pongamos a este interés en su sitio y demos entrada a otras exigencias y anhelos, a otras virtudes que se combinen para dar lugar a un mundo más habitable. ¡Sorprendam­os, una vez más, a los pesimistas!

 ?? JEROME FAVRE / BLOOMBERG ?? En China, la renta media se ha multiplica­do a la vez que ha aumentado la desigualda­d
JEROME FAVRE / BLOOMBERG En China, la renta media se ha multiplica­do a la vez que ha aumentado la desigualda­d
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain