La necesaria reinvención de las industrias culturales
Cuando a mediados del siglo XV Gutenberg creó la imprenta y publicó la Biblia, por primera vez un producto cultural, como es el libro, entró en una dinámica de producción industrial y de difusión masiva. Los copistas de los monasterios y de las universidades se fueron quedando sin trabajo y fueron desapareciendo los textos iluminados de los códices, verdaderas obras de arte. Después de la imprenta, nuevos sistemas de reproducción y distribución convirtieron buena parte de las expresiones culturales –pintura, música, teatro– en productos industriales de difusión cada vez más masiva. Nunca como hasta ahora había existido un número tan elevado de creadores y de consumidores de productos culturales a menudo, eso sí, injertados de los conceptos de ocio y de espectáculo. Ahora, la transmisión digital de este tipo de contenidos comporta un nuevo cambio de paradigma de la producción y difusión cultural sólo equiparable al de la imprenta de Gutenberg.
A diferencia del siglo XV, hoy existe un gran número de empresas comerciales que durante las últimas décadas habían construido verdaderos imperios de alcance mundial a partir de la producción y difusión de contenidos culturales, como las mayores de Hollywood, las grandes discográficas o los grupos editoriales, para no hablar de los grupos de comunicación. Además, hay multitud de creadores –estrellas cinematográficas y del rock, grandes comunicadores...– que se vuelven ricos, tanto por el fruto directo de su trabajo como por las rentas que obtienen en el mundo del marketing. A los productos culturales se han añadido los acontecimientos deportivos de masas, donde volvemos a encontrar grandes empresas –en forma de clubs– y deportistas de proyección mundial y de ingresos astronómicos. Precisamente, la transmisión televisiva de estos acontecimientos se ha convertido en un negocio a través de los canales de TV de pago.
Todo este entramado de grandes empresas y de protagonistas privilegiados se ve cuestionado cuando las TIC consiguen multiplicar hasta extremos casi inimaginables la difusión de este tipo de contenidos. Nuevos operadores se vuelven hegemónicos porque ahora el núcleo del negocio se ha desplazado desde la elaboración y la distribución tradicional del producto a los nuevos canales de difusión. Los creadores privilegiados y los operadores tradicionales intentan retener la fracción mayoritaria de los ingresos del negocio, pero las facilidades tecnológicas de reproducción de calidad y de difusión lo hacen cada vez más difícil y la parte del león se la llevan las gran- des operadoras de telecomunicaciones.
Las grandes empresas tradicionales, todavía muy importantes e influyentes, intentan condicionar los gobiernos e imponer severas medidas de control para que los consumidores paguen también por los contenidos, pero las innovaciones tecnológicas y el mercado global hacen fracasar cada nuevo intento. Los consumidores están dispuestos a volver a utilizar, aunque no de forma exclusiva, los canales de difusión tradicionales y cuando, por ejemplo, se ofrecen proyecciones cinematográficas por un tercio de su precio habitual, inundan los cines. Hay quien intenta vender los contenidos a través de los nuevos canales, pero cuando bajar todas las canciones de un disco desde una plataforma digital te cuesta lo mismo que comprarlo en la tienda, no es extraño que el negocio sea limitado y que la mayoría no tenga ninguna mala conciencia para utilizar un P2P para escuchar las canciones de moda.
El cambio de paradigma de la difusión de la cultura y el espectáculo obliga a las empresas del sector a reinventarse o a desaparecer. Una reinvención que pasa ineludiblemente por disminuir los elevados márgenes de negocio de los grandes operadores tradicionales y devolver los costes de producción a dimensiones mucho más razonables. Los artistas, creadores y deportistas tendrán que rebajar sus expectativas de hacerse inmensamente ricos y confiar la difusión retribuida de su trabajo a su presencia en vivo, sea en teatros, conciertos o estadios. El conjunto del sector también se tendrá que desinflar y comprimir. Y los gobiernos, más que tratar de poner puertas al campo, tendrán que asegurar la viabilidad de la creación de aquellos más preocupados por el arte y el goce personal que por el negocio.
Como los grandes beneficiarios de todas estas transformaciones son las empresas de telecomunicaciones, bueno será que contribuyan a mantener la creatividad de base que es la que, en última instancia, acabará generando contenidos susceptibles de ser difundidos a través de sus redes. En Catalunya, la iniciativa de imponer una fiscalidad específica a estas operadoras para ayudar a la creación de base ha chocado otra vez con el Gobierno español. Como en tantos otros casos, la realidad del interés general se acabará imponiendo delante de aquellos que defienden los intereses de unos pocos.
La reinversión implica disminuir los elevados márgenes de negocio y recolocar los costes de producción a unos niveles más razonables” Los artistas, creadores y deportistas tendrán que rebajar las expectativas salariales y confiar la difusión retribuida a su presencia en vivo”