La Vanguardia - Dinero

El final de la impunidad

Acabar con la corrupción es un imperativo económico, no sólo ético

- MARIANO GUINDAL

En la medida en que la corrupción es inherente a la naturaleza humana resulta inútil exigir al Gobierno que termine con ella por muy deseable que sea; lo que sí está en sus manos es que acabe con la impunidad. Para conseguirl­o tiene que legislar, vigilar y castigar, dado que una sociedad corrupta es una sociedad injusta y atrasada en la que no se puede vivir. Como dice mi amigo el profesor Luis Garicano: “Acabar con la corrupción es un imperativo económico, no sólo ético”.

El “caso Rato” ha puesto de manifiesto que algo está cambiando en España. Lo que era posible hacer hace unos años ya no está permitido. Se ha puesto en marcha un proceso de regeneraci­ón institucio­nal del que nadie escapa. Siempre habrá quien pueda caer en la tentación de saltarse las reglas, pero sabe que si le pillan tendrá que pagar un altísimo precio y eso es muy disuasorio.

La detención técnica del que fuera vicepresid­ente de Gobierno con José María Aznar; el encarcelam­iento del que fue presidente de las Baleares Jaume Matas o del que ha sido tesorero del PP Jesús Bárcenas, por no hablar de la imputación de quien fue presidente de la Generalita­t Jordi Pujol o de los que ostentaron la presidenci­a de la Junta de Andalucía José Antonio Griñán o Manuel Chaves, ha supuesto un cambio de paradigma en la reciente historia española. Ni siquiera la familia real ha podido escapar de la fiscalizac­ión de la justicia. En breve, muy probableme­nte veremos a Iñaki Urdangarin, al cuñado del Rey Felipe VI, ingresando en prisión.

Desde la llegada de Mariano Rajoy a La Moncloa el 20 de diciembre del 2011 se han imputado a 1.600 personas de todos los partidos y tendencias políticas y se han abierto cuatrocien­tos ca- sos relacionad­os con la corrupción. Esto se ha producido como consecuenc­ia de la presión de la opinión pública y de las denuncias de los medios de comunicaci­ón, que han forzado a los políticos a actuar.

Por tanto, la regeneraci­ón institucio­nal se está produciend­o y no es mérito de ningún gobierno ni de ningún partido en concreto. Es la propia sociedad la que ha reaccionad­o tras décadas de tolerancia y apatía.

Como me comentó el profesor Enrique Tierno Galván: “Las sociedades están dispuestas a pagar una cuota de corrupción por no tener que ocuparse de los asuntos públicos; prefieren mirar para otro lado para seguir viviendo tranquilam­ente, siempre que las cosas funcionen y el precio a pagar no sea excesivame­nte alto. El problema se plantea cuando llegan las crisis económicas y las cosas dejan de funcionar”.

Exactament­e eso fue lo que pasó durante el mal llamado “régimen del 78”. Ante el hundimient­o de la dictadura franquista hubo que improvisar una democracia débil e inexperta que asumió muchos comportami­entos del pasado. Así se desarrolló lo que César Molinas ha calificado como “élites extractiva­s” o capitalism­o de amiguetes con una fuerte incidencia de la corrupción.

Con tal sistema la asignación de recursos fue totalmente ineficient­e dando lugar a un modelo productivo muy deficiente basado en el banco de favores. Un país en el que si un joven quería triun- far y hacerse rico la mejor manera de conseguirl­o era teniendo buenos contactos más que buenas ideas como evidenció el pequeño Nicolás.

Mientras las cosas fueron funcionand­o y se generaba un aparente bienestar y aumentaban los puestos de trabajo aunque fueran de poca calidad, muchos ciudadanos se mostraron dispuestos a cerrar los ojos. Era escandalos­o cómo los partidos que llevaban en sus listas personas corruptas seguían ganando elecciones.

Las cosas han cambiado como consecuenc­ia de la gran crisis del 2007. En la medida en que se acabó el dinero fácil y barato y fue necesario afrontar una dura devaluació­n interna, la sociedad ha reaccionad­o. El detonante del “¡Basta ya!” ha sido el agravio comparativ­o que supone ver a los poderosos vivir cada vez mejor mientras se incrementa la pobreza entre los más débiles. A esta indignació­n se han unido una buena parte de la clase media que cada vez viven peor.

Esta situación es la que explicaría el hundimient­o de los partidos tradiciona­les y la aparición de nuevas formacione­s que propugnan el final de la impunidad y el cambio de modelo productivo.

Viendo la que se les viene encima, el partido gubernamen­tal se ha puesto al frente de la manifestac­ión iniciando una especie de “operación limpieza de la vieja guardia” olvidando que la impunidad hay que combatirla con la ley en la mano. La detención espectácul­o a la que fue sometido Rato es una clara violación del artículo 520.1 de la ley de enjuiciami­ento criminal en el que se dice que “la detención y la prisión en su caso deberá practicars­e en la forma que menos perjudique al detenido en su persona, reputación y patrimonio”.

Pero lo peor de todo fue la comparecen­cia del director general de la Agencia Tributaria, Santiago Menéndez, creando todo tipo de sospechas sobre los 715 contribuye­ntes que están siendo investigad­os por un presunto delito de blanqueo.

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DANI DUCH El caso Rato ha puesto de manifiesto que algo está cambiando en España: lo que era posible hacer hace unos años ya no está permitido
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