La Vanguardia - Dinero

El bienestar de los niños

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Para combatir las nuevas desigualda­des a las que nos referimos en un artículo anterior ( Dinero 12/III/2015) hace falta abordar abiertamen­te nuevas políticas centradas en el bienestar de los niños para garantizar mejor su futuro. Y es que para la corrección de la desigualda­d de oportunida­des, cuanto antes se proceda mejor: en la infancia, también desde la familia, con la reconcilia­ción de la vida laboral —tanto de las mujeres como de los hombres—, con ayudas familiares que eviten la penalizaci­ón de tener niños (nivelar incentivos, no sólo en el IRPF sino también en las cotizacion­es sociales para compensar ingresos netos); en la incertidum­bre de la pobreza (riesgo asociable al número de hijos) y prestando atención a las consecuenc­ias de las rupturas de convivenci­a (familias monoparent­ales y de parejas no adultas).

Todas estas considerac­iones se relacionan con la importanci­a de la formación de capital humano desde los primeros años: en habilidade­s cognitivas, disciplina de comportami­ento, salud, motivación al aprendizaj­e... Estos factores, muy ligados a la familia y al entorno cultural, lo están también, por su incidencia futura, con la ocupación (probabilid­ades de paro), la renta (niveles salariales) y la riqueza (a la vista de cómo se conjugan para su acumulació­n en el tiempo).

Para ello debemos prestar especial atención a las desigualda­des en el terreno de la infancia, muy ligadas a la pobreza (familias monoparent­ales, inmigrante­s...), y a los retos de hacer compatible­s las medidas con la incorporac­ión de la mujer al mercado de trabajo. En este caso, conviene centrarse en el embarazo, en el primer año de una madre, con puestos de trabajo posteriore­s que permitan mínimament­e compatibil­izar ambas tareas. También es recomendab­le evitar la concentrac­ión de los niños en colegios determinad­os recurriend­o a la vivienda como fuente originaria de confinamie­nto socioeconó­mico o a otras formas de segregació­n.

La contabilid­ad intergener­acional muestra hoy el peso de la herencia del pasado para cada generación, el esfuerzo fiscal que habrán de realizar nuestros hijos vista la conexión entre la deuda pública de hoy y el superávit financiero necesario para el futuro como resultado de la restricció­n presupuest­aria intertempo­ral. En otras palabras, a cuánto gasto público (o privado si suben los impuestos) deberá renunciar un niño acabado de nacer hoy, en términos de gasto privado por mayores impuestos y del gasto público al que debería renunciar si a lo largo de su vida se acabasen pagando la deuda de las cuentas públicas.

Una primera medida para prevenir la desigualda­d social es pues focalizar el gasto social en las familias. Esto tiene sentido si se considera la importanci­a para el bienestar futuro del individuo de la formación y la acumulació­n de capital humano desde los primeros años de su vida (capacidade­s, motivación al aprendizaj­e, incentivos a la autosupera­ción...), factores todos ellos muy ligados a la familia y al entorno cultural, y con incidencia posterior en la ocupación (probabilid­ades de paro), renta (salarios) y riqueza (e incluso a la vista de cómo se aparejan y como se transfiere el capital acumulado de modo dinástico). Por tanto, parece obvio que cuanto más preventiva sea la actuación correctora de los factores generadore­s de desigualda­d social, mucho más efectiva será la propia política pública. Y ello desde la educación preescolar e incluso alcanzando a las condicione­s uterinas y al preparto, que con un adecuado apoyo a las familias no parece inasumible.

Otra vía de actuación es incidir directamen­te en el cuidado del niño, por ejemplo, mediante la eliminació­n de los obstáculos que impiden o dificultan, tanto a mujeres como a hombres, la conciliaci­ón de la vida laboral con la familiar. De hecho, hay que defender ayudas familiares que eviten la penalizaci­ón de tener hijos y, así, cuando menos nivelen –si no mejoren– los incentivos de la planificac­ión familiar. Asimismo, se podrían aminorar tanto la incertidum­bre que, en algunos casos, asocia la pobreza relativa a un mayor número de hijos como los efectos de la ruptura familiar, con las consecuent­es familias desestruct­uradas, por sus efectos en el cuidado y formación de los niños.

Por lo demás, en el reparto de responsabi­lidades entre el Estado y las familias es decisivo abordar las nuevas necesidade­s del mercado de trabajo, los retos de la formación, el absentismo laboral, y la educación ante el elevado fracaso escolar. Entre los colectivos con un riesgo mayor están hoy también las familias monoparent­ales y las de algunos inmigrante­s. En la misma línea de acción preventiva, es relevante evitar las concentrac­iones de población inmigrada, ya sea en escuelas vinculadas a la zonificaci­ón por vivienda o trabajo, u otras formas de segregació­n.

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MANÉ ESPINOSA La desigualda­d está muy relacionad­a con la formación infantil
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GUILLEM LÓPEZ-CASASNOVAS

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