OK Corral en el patio trasero
EE.UU. y China temen conflictos en países vecinos a la vez que no dejan de mirarse de reojo
Cada vez que una bomba estalla en Peshawar o Kabul la onda expansiva vuela con las alas del efecto mariposa. Antes de notarse la explosión en Pekín, ya ha sacudido la revoltosa región de Xinjiang, terruño de la etnia uigur, que en su mayoría son musulmanes y a cuyos oídos llega con nitidez la llamada a la oración de los talibanes afganos y pakistaníes.
Por si la ocupación soviética de Afganistán no fuera suficientemente desastrosa, la guerra montada por Bush y sus aliados tras los atentados del 11-S lograron convertir tanto a Afganistán como al vecino Pakistán en un auténtico nido de avispas. Y lo que es peor, algunos de los aguijones pakistaníes tienen cabezas nucleares.
En el 2008, el gigante chino Chinese Metalurgic Group y Jiang Copper Co. pagaron 3.000 millones de dólares a cambio de un contrato que les permitiera explotar durante 30 años la mina de cobre afgana Mes Aynak, uno de los depósitos de este metal más grandes del mundo. Hasta la fecha, bien poca cosa ha salido de esa mina, por culpa de los talibanes, quienes, sospecha Pekín, son formados en Pakistán, adonde también acuden para recibir instrucción los más aguerridos de los insurgentes de Xinjiang.
La preocupación de Pekín en vista de la creciente radicalización de Pakistán, su aliado durante el último medio siglo, es de tal envergadura que se ha visto obligado a estrechar lazos con India, su rival de toda la vida. Tanto es así que India ya se ha convertido en uno de los mayores socios comerciales de China. Aun así, el gran aliado de India sigue siendo Estados Unidos, y tanto Wáshington como Pekín y Delhi dan su apoyo al Gobierno de Kabul. Sea como sea, los conflictos en Asia central no paran de producir daños colaterales y extrañas carambolas, que ni siquiera han menguado luego de la retirada de Afganistán en el 2014 de Estados Unidos y la OTAN.
No es fácil delimitar las fronteras geográficas, étnicas o políticas de Asia central, pero se podría decir que dentro de ellas caben todas las repúblicas –o al menos gran parte de su territorio– cuyo nombre acaba en el sufijo –stán. Además de los mentados Afganis- tán y Pakistán, estarían las cinco repúblicas a las que Boris Yeltsin devolvió su independencia en 1991. Son Tayikistán, que desde entonces ha sobrevivido a una guerra civil; Kirguistán, plagado de protestas y brotes de violencia, con una renqueante economía en declive; y Uzbekistán, donde la situación es igual de desoladora. Sólo han prosperado un poquito Turkmenistán y Kazajstán, gracias principalmente a la exportación de energía.
La inesperada independencia concedida por Yeltsin a estas repúblicas cogió por sorpresa a los dirigentes de las mismas, acostumbrados como estaban a medrar bajo el ala protectora de la todopoderosa URRS, que de mil y una maneras condicionaba la existencia de los más de 50 millones de personas que poblaban la región. Hallándose de pronto a la intemperie, no sabían qué hacer.
Tras el susto inicial, cada república ha ido encontrando la manera de atraer ayudas e inversiones de las tres grandes potencias (una desunida Unión Europea en plena crisis pinta bien poco en el patio trasero de China). Washington, siempre con un ojo puesto en Afganistán, es decir, en la lucha contra los talibanes y los otros movimientos islámicos surgidos después del 11-S; Pekín, obsesionado con la disidencia de los uigures y la creciente influencia que ejercen los talibanes entre ellos; y, por último, Moscú y sus renovados esfuerzos para recuperar algo de la gloria perdida (o regalada).
A estos tres gigantes se podría añadir India, ya que también le interesan las materias primas de esta región –gas, petróleo, hierro, cobre, litio, oro…; pero también algodón y trigo–, sin nada más para hacer frente a la ingente demanda de una población que dentro de poco sobrepasará la de China.
Muchos son los intereses conflictivos que se concentran en Asia central. La amenaza de los movimientos islamistas es tan real como impredecible. Podría producirse en cualquier momen- to una especie de primavera árabe, pero mucho más violenta y radical, probablemente con su base de operaciones en Pakistán, que se extendería por toda la región hasta inflamar la insurgencia uigur en China, que contaría sin duda con el apoyo de los miles de uigures chinos que se asentaron en Asia central huyendo de la represión maoísta.
Consciente de los peligros que amenacen quebrar la precaria estabilidad en su patio trasero, Pekín lo inunda con inversiones. El volumen del comercio chino en la región en el 2002 no pasaba de 1.000 millones de dólares; al término de la década, rozaba los 30.000 millones, el doble del de Rusia. Gran parte del petróleo y gas que antes fluía hacia Rusia, ahora lo hace hacia China.
Tanto Washington como Pekín saben que, de verse algún día enfrentados, el más probable escenario de la guerra será el Pacífico. De ahí el reciente aumento de movimientos tácticos de ambos en este océano. Llegada la hora de la verdad, si es que llega, China quiere asegurarse de que tendrá las espaldas bien cubiertas. Obama, con la reabertura de relaciones con Cuba, intenta hacer lo mismo, dado que, empezando por Venezuela, La Habana es algo así como la capital, si no espiritual, sí ideológica, de casi todos los países que conforman el patio trasero de EE.UU.
Como demuestran las turbulencias en la bolsa China, Pekín ha cometido errores. Pero pese a eso y su egoísmo y la falta de libertades, China cuenta con una ventaja: puede planificar a largo plazo sin rendir cuentas a nadie. En EE.UU., por el contrario, todo puede cambiar de golpe a partir de las presidenciales del 2016.
Mientras Pekín y Wáshington se contemplan como un par de pistoleros que saben que algún día tendrán que comprobar cuál de los dos es el más rápido, ambos corren el riesgo de que se les monten un OK Corral en el patio trasero.
La Habana es algo así como la capital de casi todos los países que conforman el patio trasero de EE.UU. Pekín ha inundado con inversiones a Asia central por temor a la quiebra de la precaria estabilidad actual