La Vanguardia - Dinero

OK Corral en el patio trasero

EE.UU. y China temen conflictos en países vecinos a la vez que no dejan de mirarse de reojo

- JOHN WILLIAM WILKINSON

Cada vez que una bomba estalla en Peshawar o Kabul la onda expansiva vuela con las alas del efecto mariposa. Antes de notarse la explosión en Pekín, ya ha sacudido la revoltosa región de Xinjiang, terruño de la etnia uigur, que en su mayoría son musulmanes y a cuyos oídos llega con nitidez la llamada a la oración de los talibanes afganos y pakistaníe­s.

Por si la ocupación soviética de Afganistán no fuera suficiente­mente desastrosa, la guerra montada por Bush y sus aliados tras los atentados del 11-S lograron convertir tanto a Afganistán como al vecino Pakistán en un auténtico nido de avispas. Y lo que es peor, algunos de los aguijones pakistaníe­s tienen cabezas nucleares.

En el 2008, el gigante chino Chinese Metalurgic Group y Jiang Copper Co. pagaron 3.000 millones de dólares a cambio de un contrato que les permitiera explotar durante 30 años la mina de cobre afgana Mes Aynak, uno de los depósitos de este metal más grandes del mundo. Hasta la fecha, bien poca cosa ha salido de esa mina, por culpa de los talibanes, quienes, sospecha Pekín, son formados en Pakistán, adonde también acuden para recibir instrucció­n los más aguerridos de los insurgente­s de Xinjiang.

La preocupaci­ón de Pekín en vista de la creciente radicaliza­ción de Pakistán, su aliado durante el último medio siglo, es de tal envergadur­a que se ha visto obligado a estrechar lazos con India, su rival de toda la vida. Tanto es así que India ya se ha convertido en uno de los mayores socios comerciale­s de China. Aun así, el gran aliado de India sigue siendo Estados Unidos, y tanto Wáshington como Pekín y Delhi dan su apoyo al Gobierno de Kabul. Sea como sea, los conflictos en Asia central no paran de producir daños colaterale­s y extrañas carambolas, que ni siquiera han menguado luego de la retirada de Afganistán en el 2014 de Estados Unidos y la OTAN.

No es fácil delimitar las fronteras geográfica­s, étnicas o políticas de Asia central, pero se podría decir que dentro de ellas caben todas las repúblicas –o al menos gran parte de su territorio– cuyo nombre acaba en el sufijo –stán. Además de los mentados Afganis- tán y Pakistán, estarían las cinco repúblicas a las que Boris Yeltsin devolvió su independen­cia en 1991. Son Tayikistán, que desde entonces ha sobrevivid­o a una guerra civil; Kirguistán, plagado de protestas y brotes de violencia, con una renqueante economía en declive; y Uzbekistán, donde la situación es igual de desoladora. Sólo han prosperado un poquito Turkmenist­án y Kazajstán, gracias principalm­ente a la exportació­n de energía.

La inesperada independen­cia concedida por Yeltsin a estas repúblicas cogió por sorpresa a los dirigentes de las mismas, acostumbra­dos como estaban a medrar bajo el ala protectora de la todopodero­sa URRS, que de mil y una maneras condiciona­ba la existencia de los más de 50 millones de personas que poblaban la región. Hallándose de pronto a la intemperie, no sabían qué hacer.

Tras el susto inicial, cada república ha ido encontrand­o la manera de atraer ayudas e inversione­s de las tres grandes potencias (una desunida Unión Europea en plena crisis pinta bien poco en el patio trasero de China). Washington, siempre con un ojo puesto en Afganistán, es decir, en la lucha contra los talibanes y los otros movimiento­s islámicos surgidos después del 11-S; Pekín, obsesionad­o con la disidencia de los uigures y la creciente influencia que ejercen los talibanes entre ellos; y, por último, Moscú y sus renovados esfuerzos para recuperar algo de la gloria perdida (o regalada).

A estos tres gigantes se podría añadir India, ya que también le interesan las materias primas de esta región –gas, petróleo, hierro, cobre, litio, oro…; pero también algodón y trigo–, sin nada más para hacer frente a la ingente demanda de una población que dentro de poco sobrepasar­á la de China.

Muchos son los intereses conflictiv­os que se concentran en Asia central. La amenaza de los movimiento­s islamistas es tan real como impredecib­le. Podría producirse en cualquier momen- to una especie de primavera árabe, pero mucho más violenta y radical, probableme­nte con su base de operacione­s en Pakistán, que se extendería por toda la región hasta inflamar la insurgenci­a uigur en China, que contaría sin duda con el apoyo de los miles de uigures chinos que se asentaron en Asia central huyendo de la represión maoísta.

Consciente de los peligros que amenacen quebrar la precaria estabilida­d en su patio trasero, Pekín lo inunda con inversione­s. El volumen del comercio chino en la región en el 2002 no pasaba de 1.000 millones de dólares; al término de la década, rozaba los 30.000 millones, el doble del de Rusia. Gran parte del petróleo y gas que antes fluía hacia Rusia, ahora lo hace hacia China.

Tanto Washington como Pekín saben que, de verse algún día enfrentado­s, el más probable escenario de la guerra será el Pacífico. De ahí el reciente aumento de movimiento­s tácticos de ambos en este océano. Llegada la hora de la verdad, si es que llega, China quiere asegurarse de que tendrá las espaldas bien cubiertas. Obama, con la reabertura de relaciones con Cuba, intenta hacer lo mismo, dado que, empezando por Venezuela, La Habana es algo así como la capital, si no espiritual, sí ideológica, de casi todos los países que conforman el patio trasero de EE.UU.

Como demuestran las turbulenci­as en la bolsa China, Pekín ha cometido errores. Pero pese a eso y su egoísmo y la falta de libertades, China cuenta con una ventaja: puede planificar a largo plazo sin rendir cuentas a nadie. En EE.UU., por el contrario, todo puede cambiar de golpe a partir de las presidenci­ales del 2016.

Mientras Pekín y Wáshington se contemplan como un par de pistoleros que saben que algún día tendrán que comprobar cuál de los dos es el más rápido, ambos corren el riesgo de que se les monten un OK Corral en el patio trasero.

La Habana es algo así como la capital de casi todos los países que conforman el patio trasero de EE.UU. Pekín ha inundado con inversione­s a Asia central por temor a la quiebra de la precaria estabilida­d actual

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P. PARKS / AFP China teme que se produzca una especie de primavera árabe, más violenta y radical, probableme­nte con su base de operacione­s en Pakistán, que se extendería por toda la región hasta inflamar la insurgenci­a uigur en China (en la imagen), y contaría con el...
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