La torre Agbar
La torre Agbar ha protagonizado la principal polémica sobre el conjunto de proyectos hoteleros frenados temporalmente por la moratoria sobre nuevos alojamientos turísticos impuesta por el Ayuntamiento de Barcelona. Una moratoria que debería tener como objeto declarado repensar el crecimiento deesta oferta para no incrementar la carga turística que soportan determinadas zonas de la ciudad y para extender los efectos beneficiosos del tu- rismo a otros lugares. Si a pesar de todos los esfuerzos, sobre todo a corto plazo, es muy difícil redistribuir por la ciudad los lugares que merecen el interés de los turistas, es másfácil y tenemos más margen para esponjar los puntos donde se alojan estos turistas.
Aunque es difícil objetivar cuando una zona está saturada de presencia turística, hay que encontrar una metodología que no deje este criterio a impresiones personales, siempre subjetivas, que son fácilmente cuestionables cuando se trata de casos menos obvios. ¿Está saturada la zona del cruce entre paseo de Gràcia y la Diagonal? ¿Aparte de la barbaridad que representa hacer recrecer el rascacielos del Deutsche Bank, sería razonable transformar el uso actual de oficinas del inmueble en oferta hotelera?
A pesar de la evidente urgencia para evaluar la máxima carga turística que pueden soportar los diferentes sectores de la ciudad y, por lo tanto, si hay margen y qué margen hay para que puedan acoger nuevos alojamientos, no se ha hecho público aunque no haya ningún estudio en curso ni qué criterios y qué metodología se aplicará para elaborarlo. Esperemos que los servicios técnicos del Ayuntamiento se estén apresurando y, una vez acabado el estudio, sus resultados y recomendaciones sean discutidos y consensuados con todo el mundo, siguiendo la doctrina que el actual gobierno proclama continuamente.
En todo caso, el comportamiento del fondo de inversión propietario de la torre Agbar durante las últimas semanas desgraciadamente parece que da la razón a todos aque- llos que reprochan a los anteriores gobiernos municipales una complacencia exagerada con todos aquellos que quieren hacer negocio con Barcelona. Agbar ahora dice quesólo es una compañía de aguas y que, pasados sólo diez años, considera que no le hace falta un inmue- ble tan singular como la torre de Jean Nouvel. Quizás la tendencia de los últimos años de municipalizar el servicio de aguas en las grandes capitales europeas comporta la necesidad de un perfil más discreto y de menor ostentación por parte de las compañías concesionarias de este servicio público.
Pero si con las plusvalías obtenidas la operación es redonda para los propietarios de la torre, es Emin Capital quien hace el principal negocio. Porque quien ha comprado la torre no es un operador turístico que quiera ganarse la vida explotando la nueva oferta de alojamiento, sino un simple intermediario financiero que promueve el cambio de usos, compra, remodela y vende o alquila el edificio a una de las pocas y selectas grandes cadenas hoteleras internacionales que toda---
Más que una inversión hotelera, la compraventa y el cambio de uso de la torre Agbar de Barcelona es una operación especulativa”
vía no están presentes en la ciudad.
Aunque los tipos de interés sean bajos, el retraso del proyecto disminuye la rentabilidad –el lucro cesante– de la operación para este intermediario financiero y de aquí los juegos de manos y las amenazas. Porque no puede tildarse de otra forma la advertencia de que la torre dejaría de iluminarse para que, en una operación de centenares de millones, no se pueda asumir el coste demantenimiento queesocompor-
El retraso del proyecto disminuye la rentabilidad de la operación para el intermediario financiero y de aquí los juegos de manos y las amenazas”
ta durante los meses de moratoria. Todo, con las plusvalías de los unos, la intermediación financiera de los otros y la reducida oferta potencial de edificios que reúnan la doble condición de icono de alta capacidad, más que de una inversión hotelera, estamos hablando de una operación especulativa.
Todo eso, sin embargo, no cuestiona necesariamente la idoneidad de una oferta hotelera singular en la plaza de las Glòries, aunque funcionalmente –y los de Agbar ya lo saben– una planta de un diámetro tan pequeño para unedificio tan alto no sea la mejor manera de optimizar el espacio y articular los flujos internos. Jean Nouvel se ha quejado repetidamente del insuficiente mantenimiento que se hacía de la cubierta exterior de la emblemática torre. Espera que los nuevos ocupantes tengan al menos la sensibilidad suficiente para mantener el edificio en las condiciones que su carácter de icono de Barcelona requiere.