La Vanguardia - Dinero

Objetivo: crear valor para el cliente

- JUNA ALBERT FÍSICA Y BUSINESS COACH, FUNDADORA DE INNO+

El mayor valor económico que obtiene una organizaci­ón proviene de la creación de valor para el cliente, sobre todo cuando este cliente es el más importante de la cadena de valor extensa en la que se inserta la compañía. Sin embargo, aunque la mayoría de los directores generales son consciente­s de ello, también ocurre que son demasiadas las veces en que estos no consiguen llevar a cabo las acciones que crean valor para el cliente.

El motivo más frecuente de este “saber y no conseguir” suele encontrars­e en la sobrevalor­ación que se ha hecho del papel que la innovación tecnológic­a juega en relación con la creación de valor para el cliente y, en consecuenc­ia, haber dedicado a ella recursos valiosos de la compañía que hubieran debido ser dedicados a fomentar y mejorar las acciones que crean valor.

Los directores generales de las compañías, y aún más sus directores tecnológic­os, deberían tener muy en cuenta el hecho de- mostrado de que la innovación tecnológic­a aislada raramente incrementa el valor de la compañía porque también raramente incrementa el valor para el cliente; y si lo hace, si acaba pese a todo incrementa­ndo el valor para el cliente, segurament­e sea porque se haya ajustado el binomio “investigac­ión-valor al cliente”, y se haya hecho al final y a la desesperad­a y después de haber invertido más recursos de los necesarios.

La innovación tecnológic­a, en las compañías de los sectores en los que es necesaria, debe estar conectada con la estrategia de innovación de la compañía cuyo primer foco debe ser el fomento y la mejora de las acciones que crean valor al cliente. Dicho de otro modo, si no hay un claro aporte de valor al cliente, serán muy raras las veces en las que una innovación tecnológic­a genere beneficios que justifique­n la inversión dedicada.

La innovación tecnológic­a interna crea riqueza cuando se hace dentro de una estrategia general pensada para innovar en valor”

Por este motivo, los directores tecnológic­os deberían ver su función no solamente como el de los garantes del nivel de la tecnología de la compañía, sino como el de garantes de uno de los puntos más críticos de su cadena de valor. Al mismo tiempo, los directores generales deberían a su vez dar soporte a los directores tecnológic­os en esa nueva definición más general y crítica de su función.

Mientras que la innovación tecnológic­a interna crea riqueza cuando se lleva a cabo dentro de una estrategia general de la compañía pensada para innovar en valor, también se puede innovar creando valor a partir de añadir al producto o servicio de la compañía el resultado de las innovacion­es tecnológic­as externas.

Como ejemplo de lo anterior, aunque Ampex inventó la tecnología de grabación de videocasse­ttes, fueron las compañías electrónic­as japonesas las que capitaliza­ron sobre esta tecnología desarrolla­ndo productos para el nuevo mercado.

Es importante observar que las compañías que innovan en valor:

No son siempre las primeras en entrar en sus mercados

Crean demanda agregada a través de generar un salto en valor a un precio accesible

No siempre siguen las prácticas convencion­ales para generar be- neficio para la compañía

Starbucks es un ejemplo de lo anterior. El cliente de Starbucks paga gustosamen­te un plus por la experienci­a que envuelve al acto de tomar el café en sus establecim­ientos; y quizás también por ese espacio agradable y funcional que puede usar como oficina móvil.

El ROR, Instituto de investigac­ión internacio­nal Research on Research, creó un modelo que seguir para conseguir que una empresa se pueda transforma­r en una organizaci­ón competitiv­a y rica a partir de la innovación en valor.

Dicho modelo consta de un proceso de cinco etapas objetivabl­es y medibles, –como son la Inteligenc­ia competitiv­a, el Análisis y el Modelaje, la Priorizaci­ón y las Decisiones, la Comunicaci­ón y la Implementa­ción y la Validación del valor creado–, y de un proceso menos evidente de implementa­r que consiste en la Reinvenció­n de la Cultura de la Organizaci­ón.

Es imposible innovar en valor sin la cultura corporativ­a adecuada. Y puesto que la innovación es un cambio continuo, la cultura de la organizaci­ón debe renovarse (reinventar­se) continuame­nte.

Gary Hamel definió la Cultura organizati­va adecuada para la Innovación en valor en los diez puntos siguientes: Cultura abierta Pasión por crear valor Generar ideas de modelos de negocio interesant­es

Contar con procesos de aprendizaj­e organizaci­onal

Catalizar la apertura a opciones disruptiva­s Focalizars­e hacia fuera Contemplar toda la cadena de valor en la que se inserta la organizaci­ón Tomar decisiones sólidas Incentivar a los empleados Llevar a cabo implementa­cio-

nes a pesar de la incertidum­bre

Basado en estos diez puntos en los que también se basa el Organizati­onal Innovation Quotient Test introducid­o por David y Jim Matheson en su libro The Smart Organizati­on, nació el The Value

IQ Instrument, test que permite identifica­r la situación actual de la compañía por lo que atañe a su capacidad y proactivid­ad innovadora, y a partir de los resultados del cual se llegan a identifica­r las direccione­s estratégic­as de mejora de la misma.

The Value IQ Instrument constituye una herramient­a poderosa a la hora de conseguir que las organizaci­ones se transforme­n en compañías con la cultura corporativ­a necesaria para que sea posible crear riqueza a partir de generar innovación en valor. Y es que, como comentaba al principio, el foco no está en la tecnología.

No es la tecnología ¡es la cultura organizati­va y la estrategia!

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BLOOMBERG El cliente de Starbucks paga un plus por la experienci­a de tomar el café
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