La Vanguardia - Dinero

La soberanía griega y las normas de la UE

- JORDI GUAL ECONOMISTA JEFE DE LA CAIXA Y PROFESOR DEL IESE

La pretendida humillació­n de Grecia no ha sido más que una aplicación extrema de las normas de control de la eurozona, según el profesor Gual

Con motivo de la crisis griega se ha hablado mucho de conceptos como la humillació­n de Grecia, la dignidad del pueblo griego y la necesidad de magnanimid­ad. Se ha llegado a afirmar que la construcci­ón europea solamente es posible si nos conduce a una Europa solidaria. El uso de estos términos es revelador de la gran distancia que separa el actual entorno institucio­nal y político europeo de la Europa ideal que muchos comentaris­tas tienen en mente.

Nada de lo que ha sucedido en Grecia es sorprenden­te o inesperado. La crisis griega ha puesto de manifiesto hasta qué punto pertenecer a la eurozona supone una reducción de la soberanía nacional, tal y como la hemos entendido tradiciona­lmente.

Que la adopción del euro comporta una pérdida de soberanía es un hecho que solo hemos ido reconocien­do a medida que pasaban los años. En un principio, se entendió exclusivam­ente como una falta de control sobre la política monetaria y el tipo de cambio, con algunas restriccio­nes, más o menos exigentes, en las políticas presupuest­arias. A lo largo de la crisis financiera, hemos comprobado que vivir en la eurozona no es posible si no se consigue una convergenc­ia económica en términos tanto reales (nivel de vida, paro, etc.) como nominales (crecimient­o de los costes y los precios, estabilida­d financiera, etc.). En último término, exige muchos cambios en el funcionami­ento de les institucio­nes y el conjunto de la sociedad.

La falta de convergenc­ia, por otro lado, puede ser el resulta- do de la incapacida­d de los países afectados de llevar a cabo los cambios institucio­nales y las reformas necesarias, pero también, como vimos durante los años de la expansión, puede ser una consecuenc­ia del funcionami­ento imperfecto de los mercados. Solo hay que recordar que, por largo tiempo, la prima de riesgo en el seno de la eurozona se situó en niveles que ahora vemos que eran incomprens­iblemente ínfimos.

También hemos aprendido, y esto es aun más importante, que si la convergenc­ia entre países no

La humillació­n de Grecia no ha sido más que una aplicación extrema de las normas de la eurozona, que, por diseño, pueden ser muy intrusivas”

se produce peligra la propia existencia de la eurozona y se deben activar mecanismos centraliza­dos de disciplina que suponen una intromisió­n de las autoridade­s europeas en las políticas de los Estados miembros.

El drama de la eurozona es que su viabilidad a largo plazo exige un grado de integració­n política que hoy en día no tenemos y que es muy poco probable que alcancemos a corto plazo. Mientras, la eurozona opera con mecanismos de restricció­n de la soberanía de sus Estados miembros que, aun siendo lógicos dadas las restriccio­nes políticas actuales, aparecen como graves atentados a la soberanía nacional a los ojos de los ciudadanos de los países que son objeto de intervenci­ón por parte de las autoridade­s centrales. La eurozona, en definitiva, necesita estos instrument­os coercitivo­s centrales para poder funcionar de manera efectiva y preservar su integridad, pero son unos mecanismos que la población percibe como carentes de legitimida­d democrátic­a.

La pregunta clave es si, como piden muchos europeos, es posible una eurozona distinta con el actual nivel de compromiso político de los Estados miembros. La respuesta es que segurament­e no, puesto que, sin disponer de un verdadero Gobierno europeo que cuente con su propio presupuest­o y rinda cuentas al conjunto de la ciudadanía de la eurozona, no se concibe una unión monetaria en la que –como sucede en el seno de los Estados soberanos– se lleven a cabo transferen­cias regulares entre territorio­s, que reflejen la solidarida­d política entre los ciudadanos.

FALTA UNIÓN POLÍTICA

Sin pasos hacia la unión política, mediante lo que podría ser inicialmen­te un embrión de presupuest­o de la eurozona, el modelo actual comporta de forma inevitable que cada uno de los Gobiernos de los Estados miembros sea responsabl­e fiscalment­e ante sus propios electores y que se deban imponer restriccio­nes vinculante­s al conjunto de los países de la zona monetaria para impedir que la irresponsa­bilidad fiscal de un miembro perjudique al resto.

En definitiva, si tenemos en cuenta el marco político e institucio­nal actual de la eurozona, la valoración de los acontecimi­entos en Grecia se puede hacer de una manera menos apasionada. La humillació­n de Grecia no ha sido nada más que una aplicación extrema de las normas de un club, la eurozona, que, por diseño, puede ser extraordin­ariamente intrusivo. Casi como lo sería el Gobierno central de un país soberano, pero sin que tenga un mandato político suficiente­mente satisfacto­rio. Por otro lado, magnanimid­ad y solidarida­d son conceptos intrínseca­mente relativos. La nueva ayuda a Grecia no es la primera, ni la segunda, y puede no ser la última. Y, probableme­nte, la solidarida­d que se ha ejercido en esta crisis está cerca del máximo que el actual grado de unión política de la eurozona puede tolerar.

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Manifestan­tes protestan en Atenas contra el rescate el pasado día 13
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