La incertidumbre inversora de las petroleras
La toma de decisiones sobre el momento y el monto de las inversiones que realizar en exploración y producción no resulta hoy tarea fácil” La industria reajusta sus inversiones, priorizando la producción de bajo coste y retrasando o cancelando proyectos”
La industria del petróleo y del gas afronta una combinación de tres factores que confieren un elevado grado de incertidumbre a sus perspectivas de inversión: la volatilidad de los precios del crudo, el cambiante ambiente financiero y el inminente fortalecimiento de las políticas de mitigación del cambio climático. Esta situación implica que la toma de decisiones sobre el momento y el monto de las inversiones que realizar en exploración y producción no resulte tarea fácil. Cualquier error, por exceso o por defecto, podría tener serias repercusiones negativas en las estrategias de las petroleras.
Esta incertidumbre afecta a las cien primeras compañías de capital privado, conocidas como International Oil Companies (IOC’s) la mayoría de las cuales cotizan en bolsa. En- tre estas destacan las grandes superpetroleras o supermajors (BP, Chevron, ExxonMobil, Shell y Total) que en conjunto controlan el 10% del suministro global de petróleo. Asimismo, las dudas también planean sobre los planes y expectativas de las compañías de propiedad estatal conocidas como NOC (National Oil Companies) que en total contabilizan cerca del 60% de la producción global de petróleo y de cuyos beneficios depende la estabilidad económica, política y social de no pocos países.
Por lo que respecta al primero de tres los factores arriba citados, cabe recordar que tras la dramática caída de los precios del cru- do, iniciada en la segunda mitad de 2014 y reactivada con mayor ímpetu si cabe a partir de julio de este año, la industria está recortando gastos (las noticias hablan de la pérdida de 100.000 puestos de trabajo) y reajustando sus inversiones, priorizando la producción de bajo coste y retrasando o cancelando proyectos. Ello se traduce en inversiones por valor de cientos de miles de millones de dólares que han sido aplazadas a la espera de una futura evolución al alza del precio del crudo. Algo que a corto-medio plazo puede considerarse más un deseo que una hipótesis probable: no existe consenso sobre si los actuales precios bajos persistirán debido al exceso de oferta, ni sobre si esta última se verá finalmente equilibrada por un aumento de la demanda. En cualquier caso, lo que sí parece verosímil es que, tras la renuncia de Arabia Saudí a seguir ejerciendo su tradicional papel de árbitro del mercado, los precios entren a medio plazo en una dinámica de volatilidad, lo que demandará de una creciente resiliencia financiera por parte de las petroleras y de muchos gobiernos.
En relación a la incidencia de los cambios en el ambiente financiero, hay que considerar las implicaciones de la reciente implementación de nuevas normativas que imponen limitaciones a los préstamos bancarios, incluidos los relacionados con el desarrollo de proyectos de petróleo y gas. Y, también, las consecuencias del incremento de las exigencias y regulaciones en el ámbito de la transparencia, así como de las crecientes presiones para la adopción de compromisos voluntarios en el marco de la Iniciativa para la Transparencia de las Industrias Extractivas ( Extractive Industries Transparency Initiative o EITI) y del proyecto PublicaLo-Que-Pagas (Publish-What- You-Pay). Y, en cualquier caso, conviene no olvidar que incluso antes del episodio de desplome de los precios del crudo iniciado hace un año, parte de la industria del petróleo y del gas, especialmente las IOC focalizadas en exploración, tenía ya dificultades de financiación pese a la excelente coyuntura de liquidez global.
Este no ha sido el caso de las superpetroleras, capaces de obtener préstamos en muy buenas condiciones, aunque, sin embargo, a la postre estas no han podido evitar un descenso del valor de sus acciones, reflejando el desencanto de los inversores ante la decepcionante rentabilidad de un buen número de los proyectos de alto coste y de las adquisiciones emprendidas (tal vez con excesiva frecuencia desde la óptica de los accionistas). Por otra parte, algunas áreas de negocio que han experimentado un fuerte crecimiento, como es el caso de las
shales en EE.UU., se han visto beneficiadas por la búsqueda de incentivos por parte de los inversores frente al ambiente general de baja rentabilidad generado por el programa de expansión cuantitativa ( quantitave easing). Habrá que ver qué sucede cuando este programa y otros similares lleguen a su fin.
En cuanto al tema de la mitigación del cambio climático, si en la cumbre de diciembre en París, un buen número de gobiernos se comprometen a la adopción de medidas rigurosas para reducir a menos del 50% la probabilidad de que el calentamiento global exceda los 2ºC, está claro que las oportunidades inversoras para el desarrollo de proyectos de exploración y producción de petróleo (y en menor medida de gas) podrían verse seriamente afectadas. Las incertidumbres a propósito del alcance y la inmediatez de la adopción de medidas por parte de la comunidad internacional genera el denominado riesgo de Jano (en la mitología romana Janus es el dios de las puertas, los comienzos y los finales).
La adopción inmediata por parte de una mayoría de países de medidas de mitigación extremas puede comportar que un porcentaje significativo de las reservas probadas y probables de petróleo y gas deban quedarse en el subsuelo, lo que, de rebote, implicaría que las inversiones realizadas en su exploración y desarrollo deberían darse por pérdidas. Por el contrario, si la cumbre de París concluye sin un amplio acuerdo internacional o con medidas poco radicales, que en la práctica certifiquen la continuidad del actual modelo energético intensivo en carbono, el crecimiento de la economía global demandaría de un renovado esfuerzo inversor para asegurar el suministro de petróleo y gas. En cualquier caso, más allá de París, a medio-largo plazo, la industria del petróleo y del gas sabe que el inevitable impulso de medidas más drásticas y más globales contra el cambio climático tendrá un claro impacto sobre la evolución de la demanda, lo que supone un nuevo riesgo inversor a considerar.