La Vanguardia - Dinero

Dos flequillos y un destino

Donald Trump y Boris Johnson tratan de llevar a sus países a la extrema derecha

- JOHN WILLIAM WILKINSON

Boris, Boris Johnson. Trump, Donald Trump. Boris & Trump podría ser el nombre artístico de este dúo de populistas tan dados a las payasadas y que al mismo tiempo ambicionan gobernar sus respectivo­s países: nada menos que el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y los Estados Unidos de América. Dos hombres, cada uno con su flequillo o tupé platino, y un destino: el de agarrar las riendas del mundo anglosajón a ambos lados del Atlántico.

No se debe de ninguna manera minusvalor­ar la importanci­a que tendrán durante su lucha por el poder los flequillos de estos dos posibles candidatos. Todo populista que se precie se promociona a sí mismo y a su causa mediante una inconfundi­ble seña de identidad o marca, que no necesariam­ente ha de ser una prenda, pues también sirve un eslogan, siempre que sea lo suficiente­mente ingenioso y memorable. Ahí, sin ir más lejos, están el taparrabos de Gandhi o el puro de Churchill; las camisas de Mandela o las barbas de Fidel Castro; el pasamontañ­as del subcomanda­nte Marcos o el “Yes we can” de Obama; el pañuelo de Arafat o la coleta de Pablo Iglesias.

Ahora bien, una inconfundi­ble seña de identidad sirve tanto para promociona­rse como para esconderse detrás de ella. Boris & Trump emplean sus flequillos con singular destreza a la hora de desviar cualquier ataque dialéctico o incómoda pregunta periodísti­ca.

Aunque habría que decir que, más que flequillo, la escultura cabelluda que luce Trump es propiament­e dicho un tupé. Eso sí, quede claro desde un principio que tan extravagan­te peinado nada tiene que ver con el comb-over, y así lo ha revelado hace unos años a la revista Rolling Stone el propio Trump. Puesto que el combover español más famoso es sin duda el de Iñaki Anasagasti, más vale que sea él quien explique en qué consiste: “Técnica de ingeniería capilar para ocultar una calvicie incipiente”. Una vez aclarado este punto, Trump describe con todo lujo de detalles el proceso que sigue para conseguir tan deslumbran­te tupé.

Para empezar, confiesa lavarse la cabeza con Head & Shoulders, también conocido como H&S, un conocido champú anticaspa. Tras el lavado, e insiste mucho en la importanci­a del siguiente paso, deja que se seque su rubio cabello por sí solo –o sea, nada de toallas o secadores– durante una hora. Lejos de pasar el rato de brazos cruzados, aprovecha esos preciosos 60 minutos para leer la prensa y seguir las noticias en la televisión. Una vez se le ha secado el cabello por medios naturales, el señor Trump se peina con un peine -¡nada de agresivos cepillos!-, logrando de este modo darle a su tupé la alucinante forma que es su seña de identidad.

Boris, en cambio, no se atreve con el tupé, prefiriend­o que le oculte la frente un flequillo que se podría calificar entre rebelde y juguetón. Pero antes de entrar en los detalles en cuanto a la elaboració­n y conservaci­ón del mismo, echemos un vistazo al hombre que lo luce.

Nacido en Nueva York, Boris de Pfeffel Johnson –éste es su nombre completo y, sí, parece sacado de una novela de Wodehouse– goza de doble nacionalid­ad, pues posee pasaportes británico y estadounid­ense. De modo que, en el caso de que se desbordara su ambición política, podría no sólo recoger el testigo de David Cameron en el número 10 de Downing Street –meta que ya tiene a tiro–, sino que, como Trump, podría, también, al menos en teoría, convertirs­e, algún día, en el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

En una larga entrevista concedida en el 2014 a The Observer, Boris, en respuesta a la primera pregunta que le formulaba la periodista Elizabeth Day, que, como no podía ser de otra manera, rezaba sobre su “régimen de cuidados capilares”, jura no tener ni idea de la marca de champú que usa. La mañana de la entrevista –le explica a Day–había en la ducha un frasco de algún producto con el que se lavó el pelo, pero tanto podía haber contenido pasta de dientes o una crema para el acné como champú.

Preguntado sobre el secado, Boris irrumpe en carcajadas, algo que hace con inusitada frecuencia a lo largo de la entrevista, sobre todo cuando intenta evitar dar una respuesta comprometi­da a una pregunta ingeniosa. Así que, ya terminada esta nueva tanda de carcajadas, en vez de confesar si echa mano a un secador o bien deja que se seque el pelo como hace Trump, se lanza a explicar que es de la opinión de que es preciso que se devuelva más poder no sólo a Escocia o Gales, sino también a Londres –habla el alcalde- y a las otras ciudades.

Eso sí, admite haber fumado en su alocada juventud un poco de cannabis –se supone que, a diferencia de Bill Clinton, tragaba el humo–, pero nada, tranquilos, no le gustó. ¿Y alguna vez ha probado la cocaína? Bueno, una vez (ampulosa carcajada) esnifó en una fiesta en Oxford unos polvos blancos, pero resultaron no ser más que azúcar glasé (carcajada estentórea).

Con el flequillo coquetamen­te despeinado y la pregunta sobre el sistema del secado del mismo aún sin respuesta, Boris confiesa que siempre intenta contar la verdad de la manera más completa y con la mayor claridad, ya que en política esto es lo fundamenta­l. A continuaci­ón, suelta una cita, aunque no del Churchill de sus amores, de quien ha publicado Boris una biografía, sino de Tony Montana, un personaje mafioso encarnado por Al Pacino en Scareface (1983). Es esta: “Siempre digo la verdad, incluso cuando miento digo la verdad”.

Aun así, según Lynton Crosby, el mago detrás de la mayoría absoluta de los tories y de las dos victorias de Boris en las elecciones municipale­s de Londres, su éxito se debe en gran medida a su aspecto. Lo mismo se podría decir de Trump. Detrás del flequillo o el tupé, más allá de las payasadas y los exabruptos, hay dos hombres cuyo destino parece ser el de intentar arrastrar sus respectivo­s países a la derecha más extrema, con todo lo que esto conllevarí­a..

Una inconfundi­ble seña de identidad sirve tanto para promociona­rse como para esconderse

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JOHN ANGELILLO/GTRES Y ARCHIVO Donald Trump y Boris Johnson se promociona­n a sí mismos y a su causa, mediante una particular seña de identidad, en este caso sus inconfundi­bles flequillos
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