Nubes sobre la economía turca
La inestabilidad política y el déficit por cuenta corriente agravan las expectativas del país euroasiático
Donde lo normal es lo impredecible. En apariencia, si nos atenemos a los datos de la superficie, la economía turca goza de una salud de hierro: nada menos que un robusto 3,8% se expandió su PIB en el periodo de abril a junio, en datos que fueron dados a conocer este mes. Empero, hace tiempo que todas las alarmas están encendidas. La razón principal de tanto semáforo rojo la supo resumir muy bien el propio ministro de Finanzas, Mehmet Simsek, que también se espera para el tercer trimestre una potente expansión. “El riesgo más importante para la economía turca es una incertidumbre política a largo plazo”, dijo Simsek a principios de este mes en Estambul. “Sería una receta para déficits tanto presupuestarios como por cuenta corriente”, añadió.
En concreto, Simsek se referió a una fecha: el uno de noviembre, el día en el que están previstas las elecciones generales anticipadas. Si las urnas no son capaces entonces de producir un gobierno fuerte y terminar así con meses de inestabilidad, dice el economista, las cosas irán a peor.
Y las cosas, de hecho, no van bien. “Sin lugar a dudas, se divisa más inestabilidad en el horizonte. Además de los problemas internos económicos, hay otros factores que hacen aumentar la presión sobre la economía turca: la incertidumbre política en el país, la amenaza de Estado Islámico en las regiones fronterizas, el aumento del número de refugiados, la frágil situación en los mercados emergentes como China y la incertidumbre sobre el calendario de actuaciones de la Fed”, enumera desde Washington en un correo electrónico Cenk Sidar, presidente y consejero delegado de Sidar Global Advisors, una firma especializada en asesoría estratégica.
Efectivamente, como si al dejar de llover y caminando por un sendero oscuro y campestre no pudiera sino pisar caracoles, Turquía no sienta cabeza. “La lira turca ha perdido casi el 30% de su valor en el último año. Y a pesar de esta disminución, las exportaciones han caído un 2,1% en el último trimestre”, prosigue Sidar.
Todo ello en paralelo a una inestabilidad social que tiene cifras: desde el 7 de junio, fecha de las pasadas generales, el coste de los ataques protagonizados por militantes kurdos asciende ya a al menos 44,3 millones de euros. Otro conflicto de actualidad, emplazado en el país vecino, Siria, está también resultando otra sangria para la economía turca: los 2,2 millones de refugiados sirios que se localizan o han pasado por Turquía han costado ya unos 6.800 millones de euros al presupuesto de Ankara, según Reuters.
A todo ello se suma el problema endémico y verdadero talón de Aquiles de la economía turca: el déficit por cuenta corriente. “El aumento de las importaciones ha sido un factor determinante de la desaceleración ya que las cifras de crecimiento han demostrado que la demanda externa aumenta la dependencia de los recursos externos de la economía”, admite a La Vanguardia el catedrático de Economía por la Universidad Comercial de Es- tambul Murat Yülek. Sobre el PIB el déficit por cuenta corriente en 2014 fue del 5,7% –el más elevado en países de la OCDE— y este año se espera que sea del orden del 5%.
Así, con todos estos datos, no es de extrañar que el actual índice de confianza de los consumidores haya caído a niveles de 2009, cuando se percibía ya la crisis económica global en todo su apogeo. En una reciente encuesta (Metropoll) hasta un 65% de los encuestados llegó a calificar de mala la situación económica del país.
¿Serán las generales del 1 de noviembre el remedio a tantos males? El presidente Recep T. Erdogan tiene una respuesta bien clara: “Si un partido hubiera conseguido 400 escaños en las elecciones [del pasado junio] y [con ello] el número de votos necesario en el parlamento para cambiar la Constitución, la situación sería distinta”.
Se sobreentiende, en Turquía, que esa reforma de la Carta Magna expandiría aún más los poderes del jefe de Estado, y transformaría el país en un régimen presidencialista. De hecho, como confesó Erdogan este verano, el cambio ya ha tenido lugar y solo necesita ser confirmado por el Parlamento. Esto significaría que el delfín de Erdogan, el premier Ahmet Davutoglu, se desempeña en sus funciones —desde que fuera elegido en agosto de 2014— como “primer ministro en prácticas”, en afortunada expresión acuñada por el diario Sözcü, crítico con el Gobierno.
Erdogan ha sido sin duda el estadista turco que ha dominado la escena política de su país desde al menos una década. Un animal político, una auténtica bestia. Entre sus muchos logros, ha conseguido un hecho histórico en su país: dar voz y representación políticas a una periferia marginalizada. Y más allá: desde el 2002 hasta 2006, en el primer mandato del que fuera (ahora se supone que es imparcial) su partido –el de la Justicia y Desarrollo (AKP)– el crecimiento económico mantuvo un promedio del 7,2%.
Sin embargo, ahora, los turcos no se llevan a engaño. En una reciente encuesta (Gezici, 12-13 de septiembre del 2015) un 63,6% de los entrevistados contestó que “sí, creo que el presidente Erdogan ha incurrido en prácticas corruptas”. Además, un 58,8% lo veía como el principal responsable del caos que llegó a vivir el país por esas fechas.
A principios de este mes y tan solo en 24 horas se contabilizaron 128 ataques –organizados mayoritariamente a través de las redes sociales– contra oficinas del prokurdo y de izquierdas Partido de los Pueblos Democráticos, el HDP. Su lema, en la campaña electoral del mes de junio, fue precisamente: “No te convertiremos en (un) presidente (con más poderes)”. Tres meses después la tónica sigue igual: mientras Erdogan se aferra al poder y desea más, la inestabilidad política va creciendo en Turquía.
La lira turca ha perdido casi el 30% de su valor en el último año, pero las exportaciones bajan