La Vanguardia - Dinero

Las (malditas) cenas navideñas de empresa

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Nadie lo reconocerá, pero la cena (o comida) de Navidad de la empresa es un suplicio, tanto para quienes lo organizan como para quienes asisten.

Es un secreto a voces, pero nadie lo reconocerá. La cena (o comida) de Navidad de la empresa es un auténtico suplicio, tanto para quienes lo organizan como para quienes asisten.

A la cena de navidad hay que ir sí osí. Esdeaquell­as cosas voluntaria­s de las que si se te ocurre prescindir vas a ser tachado con una cruz durante años. Raro, insolidari­o, maleducado, inadaptado, anti-social… A pocos les apetece asistir pero es obligadame­nte voluntario.

Es imposible que todo el mundo nos caiga bien. Y como asiste toda la plantilla te encuentras cenando con personas con las que no irías a celebrar ni que te tocase la Bono Loto. Por eso hay cenas de navidad paralelas organizada­s subreptici­amente por subgrupos de colegas. Las cenas paralelas darían para otro artículo entero. Causan un profundo malestar a los jefes y a los que no son avisados por no ser “de los nuestros”. Pertenecer o no pertenecer. Esa es la cuestión.

Volviendo a la cena oficial, al tratarse de un evento empresaria­l con tintes de amistad se produce un interesant­ísimo elenco de signos reveladore­s de la cultura empresaria­l y relaciones laborales.

El primero es la disposició­n informal de los comensales. ¿Dónde nos sentamos? Donde queráis. Narices. Tonto el último. Como por arte de magia, se reproduce en la mesa de banquete el organigram­a organizati­vo. En el centro, el director general. A su lado, el director financiero y director comercial, el de marketing y el de recursos humanos. Luego, los mandos intermedio­s y ya en los extremos, administra­tivos y comerciale­s. Claro, el tresbolill­o da para lo que da, así que siempre queda algún sitio vacío para un subalterno despistado que se encuentra de pronto con la última del juego de las sillas: una junto a

Sin darnos cuenta, se encuentra uno sacando a colación las verdades no oficiales que se susurran en corrillos en la máquina de café”

cierto jefe. Mira a los demás y todos ocultan sus risas. “Sois unos…”, murmurará bajo la comisura de los labios.

El siguiente signo es el vestir. ¿Cómo acudir? Demasiado provocativ­a en el caso de las mujeres da que hablar, demasiado trajeado en el de los hombres resulta inadecuado. Las horas previas al evento los mensajes cruzados entre los más amigos darían para un monólogo del Club de la Comedia. Fotos de vestidos, de camisas, de zapatos propios de subasta en eBay.

El tercer signo, los temas de conversaci­ón. Lo último es hablar de trabajo. Pero es inevitable porque es lo único que nos une. Ponerse a repasar el último informe, reporte de ventas o llamadas pendientes es de un mal gusto extraordin­ario. Política y religión ni pensarlo. Yel fútbol da para lo que da. Así que se produce un interesant­ísimo signo cultural que es el del tono de los temas laborales sin referirse al eje de las cuestiones.

Se relatan anécdotas, se comentan errores o situacione­s grotescas, se ironiza sobre los temas espinosos… Hablar del trabajo pareciendo que uno pasa de puntillas. Pero se pisa fuerte. El vino y el cava harán el resto y sin darnos cuenta, se encuentra uno sacando a colación las verdades no oficiales que se susurran en corrillos en la máquina de café de la oficina. Estás muerto. Al día siguiente te maldecirás. El ambiente supues-

Un exceso de opulencia vuelve en contra a los más sindicalis­tas: menos agasajos y más aumentos; un exceso de austeridad desmotiva a la tropa”

tamente informal de un acto oficial es la peor de las trampas. Todos los grandes secretos de estado han sido obtenidos de este modo.

El cuarto signo: el lugar, el menú y el contenido del evento. El quebradero de cabeza del organizado­r, por lo general los de Recursos Humanos.

¿Contratamo­s actuación o pasamos? ¿Un mago? ¿Un humorista? ¿Incluimos discurso del Director General? ¿Y si se le ocurre traer un PowerPoint? ¿Eliminamos el karaoke del año pasado? ¿Solomillo, marisco? ¿Qué ponemos en la cesta de navidad?

Haga lo que haga, estará mal hecho. Porque un exceso de opulencia vuelve en contra a los más sindicalis­tas: menos agasajos y más aumento de sueldos, pensarán. Y un exceso de austeridad desmotiva a la tropa. La cultura organizati­va se detecta en esos detalles.

No puedo concluir sin una mención al maldito juego del amigo invisible cuyo resultado de sorteo es conocido a los cinco minutos de producirse y lo convierte en el “enemigo visible”. El presupuest­o oficial es de 10 euros, máximo, se indica desde Recursos Humanos. ¿Qué le compras con 10 euros a alguien que te cae mal para que no se note? Para eso están los comercios chinos que, junto con los restaurant­es, hacen su agosto este diciembre.

La cena de navidad suele acabar en alguna discoteca o sala de baile. Los jefes suelen haberse retirado ya. Algunos han bebido más de la cuenta. Emerge la auténtica personalid­ad de aquel contable callado y ordenado. Sale el carácter oculto. El responsabl­e de personal se percata. No conozco tan bien como pensaba a ciertas personas. Conciliará mal el sueño. Por fortuna, pasadas las fiestas navideñas, todo volverá a estar en su lugar.

Todo, excepto lo que no se movió de sitio: la cultura empresaria­l.

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XAVIER GÓMEZ La cena (o comida) de Navidad de la empresa es un auténtico suplicio para todos
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FERNANDO TRÍAS DE BES
ESCRITOR Y ECONOMISTA. PROFESOR ASOCIADO DE ESADE FERNANDO TRÍAS DE BES
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