Los pactos de la Moncloa
La recuperación actual permite hacer una política económica diferente sin tener que ser radical
Lademocracia está sobrevalorada, dado que quien gana se ve abocado a dimitir y el que pierde gobierna. Parece razonable pensar así viendo estos días aun radiante PedroSánc he z intentando hacer gobierno ya un humillado Mariano R ajo y deshojando la margarita del adiós. Sin embargo, la realidad acabará imponiéndose. Gobierne quien gobierne, tendrá que contar con la derecha política y económica para hacer los cambios institucionales que se pretenden.
A la izquierda en general y a Pablo Iglesias en particular les gustaría poner un cordón sanitario entorno alPPy dejarle en cuarentena, al menos hasta que se sanee. Pero en buenas prácticas democráticas tal pretensión no resulta posible después de que ganado unas elecciones logrando más de siete millones y medio de votos y sacando una enorme ventaja a un PSOE que obtuvo los peores resultados de su historia. Los populares podrían sentirse legítimamente estafados. Una cosa son los pactos postelectorales para facilitar la gobernanz ay otra completamente distinta es tratar de marginar al ganadora pesar de que es el primer partido por votos y afiliados y el que mayor poder territorial sustenta.
Si al final Pedro Sánchez acaba siendo presidente, encabeza- rá un gobierno muy débil. Tanto si pacta con Ciudadanos o como si lo hace con Podemos. Comodicen los castizos, con cuatro manzanas no se puede hacer un banquete medieval y con 90 diputado s no se puede imponer la política que a uno le gustaría hacer. Por tanto, no le queda más remedio que volver a realizar unos nuevos Pactos de la Moncloa, como los que articuló Adolfo Suárez en 1977.
Aquellos acuerdos fueron el andamiaje que permitió construir la Constitución, porque primero había que apuntalar bien la economía antes de comenzar con los cambios institucionales. La situación actual tiene un cierto paralelismo. Si hace 40años era el centro derecha quien necesitaba el concurso de la izquierda, ahora es el centro izquierda quien necesita el apoyo de la derecha.
Sánchez quiere promover unos nuevos Pactos de la Moncloa en tres “frentes esenciales”: reforma constitucional, modernización de la economía y recomposición del Estado del bienestar. En los tres enunciados están de acuerdo todos los partidos del arco parlamentario. Lo difícil, aunque no imposible, será concertar las nuevas reglas de juego que deben regir la democracia española en las próximas décadas.
Adolfo Suárez lo consiguió. Los Pactos de la Moncloa fueron firmados por todos. Desde la derecha más conservadora representada por la Alianza Popular (AP) de Manuel Fraga hasta el Partido Comunista (PCE) dirigido por Santiago Carrillo. ¿Es posible ahora un nuevo acuerdo que sea aceptado por el PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos?
Sánchez puede conseguir el consenso porque, comoél mismoreconoce en privado, es un líder en construcción como lo era Suárez cuando llegó al poder. Eso le permite ser muy flexible ala horade conciliar, dado que no tiene una ideología definida. Es un social demócrata pragmático y en esa calificación cabe casi todo. A Pablo Iglesias simplemente con tener un lugar bajo el sol que le legitime ante la opinión pública comounpolítico responsable le debería resultar másquesufi- ciente. Lo mismo sucede con Albert Rivera, que aún tiene que demostrar que Ciudadanos sirve para algo y que es un auténtico partido capaz de contribuir a la reconciliación y no sólo al enfrentamiento. Para Mariano Rajoy la situación resulta más compleja. Ante sus bases aparece como el líder que se ha dejado arrebatar la victoria por los socialistas, sin embargo sus convicciones le impiden convertirse en el hombre que hizo fracasar la concertación.
Para lograr la modernización de la economía y recomponer el Esta- do del bienestar no necesariamente hay que realizar políticas radicales sino diferentes alas que se han hecho hasta ahora. La situación actual no tiene nada que ver con la que dejó José Luis Rodríguez Zapatero a finales del 2011. Entonces no quedaba más remedio que hacer un duro ajuste social y una profunda devaluación interna, como la que él mismo se vio obligado a realizar. Rajoy simplemente siguió las directrices del Banco Central Europeo para evitar que España fuera formalmente intervenida.
La fortaleza del crecimiento, sumada a una reducida inflación y a una serie de factores exteriores muy favorables dejan margen para hacer una política moderadamente expansiva sin poner en peligro el objetivo del déficit público. Se puede lograr el equilibrio presupuestario al final de esta legislatura sin tener que mantener una rígida política de austeridad. El ajuste y las grandes reformas ya se han hecho, por lo que no parecen necesarios grandes sacrificios.
Ahora lo que toca es impulsar la productividad y evitar la exclusión social. Se trata de medidas a medio plazo y que van desde la formación a un nuevo marco laboral que reduzca las elevadas tasas de temporalidad en el empleo. En cuanto a la reforma de la Constitución, su principal objetivo debería ser construir una pista de aterrizaje que permita a los independentistas encontrar su espacio, como pasó en Euskadi. Ya se hizo una vez y no hay razón para que no se pueda volver a repetir, aunque será tremendamente complicado.