Galaxias metálicas
Las primeras obras de Pablo Bruera (Montevideo, 1972) las vi en la recientemente desaparecida galería Alfama de Madrid hace algunos años y ya entonces había encontrado un alfabeto personal que se alimentaba de la geometría en sus más variadas acepciones con la iluminación semperiana y los móviles de Calder como influencia, aunque estos artilugios también nos recuerdan artefactos espaciales que han sido lanzados desde el final del siglo XX hasta nuestros días con la intención de hallar vida en otros planetas.
El creador uruguayo, que reside en Barcelona desde 2001 y que antes vivió en Venezuela, celebra su segunda individual en la sala Dalmau hasta el 26 de marzo, con una quincena de esculturas elaboradas en hierro, aluminio y acero corten, definiendo con estas estructuras metálicas con- formadas por elementos móviles una imagen cinética que invita al espectador a “leer” a través del tacto la versatilidad que producen estas chapas tan tenues como la brisa proyectándose trabajos diferentes a partir de una pieza única.
En las obras últimas ha incorporado el color como una especie de pátina brillante que trata de valorar más los aspectos plásticos, sin obviar el ludismo de las composiciones que marca con títulos tan jocosos como Arturito o Arturita que es como son nombrados en América Latina algunos personajes de La guerra de las galaxias.
El aire se conforma, tal como explicaba Eduardo Chillida en sus esculturas glosando los versos del cántico de Jorge Guillén, como una parte básica de los objetos tridimensionales que no renuncian, en su levedad, a una expresión rotunda que se complementa con los vacíos como límite del lirismo.