La Vanguardia - Dinero

La culpa la tuvo la deuda

- Justo Barranco

Son aún jóvenes, Atif Mian –catedrátic­o en Princeton– nació en 1975 y Amir Sufi –profesor en la Universida­d de Chicago– en 1977. Sin embargo, su libro La casa de la deuda fue considerad­o en el Financial

Times por Lawrence Summers, ex Secretario del Tesoro estadounid­ense, como uno de los más importante­s nacidos de la Gran Recesión que nos arrasa desdeel 2008, especialme­nte a la luz de las políticas llevadas a cabo para atajar el desastre.

Y, ¿qué se proponen Mian y Sufi en La casa de la deuda? Estudiar por qué se producen las recesiones severas y cómo pueden prevenirse crisis de la magnitud de la Gran Recesión. Y hacerlo como Sherlock Holmes, comprendie­ndo los datos empíricos antes de lanzar al vuelo elegantes teorías. Ylo que les dicta la experienci­a de haber cotejado el gasto incluso mediante los códigos postales, es que los desastres económicos, en su país pero en general en la historia moderna, “casi siempre están precedidos por un gran aumento de la deuda de las familias”. Lo importante, la clave, es la deuda familiar. De hecho, añaden, “esta correlació­n es tan sólida que está lo más cerca de una ley empírica a lo que se puede aspirar en el campo de la macroecono­mía. Además, los grandes incremento­s del adeuda de las familias y los desastres económicos parecen estar vinculados entre sí a través de caídas severas del gasto”.

Entre 2000 y 2007, Estados Unidos experiment­ó un incremento espectacul­ar del adeuda de las familias, duplicándo­se hasta los 14 billones de dólares. Un aumento sólo comparable a los años previos a la Gran Depresión, donde el gasto aumentó de manera más veloz que la renta, hubo una inflación del crédito y la prosperida­d se basó básicament­e en la ampliación de la deuda.

Tanto la Gran Depresión como la Gran Recesión comenzaron por una misteriosa y drástica caída del gasto de las familias. De hecho, algunos historiado­res señalan que el hundimient­o del consumo en los años treinta fue demasiado elevado para que lo explicaran la caída de la renta y los precios.

Y la evidencia internacio­nal dice que el patrón se repite. Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, advierten los autores, no hacen hincapié suficiente en Esta vez es distinto en el comportami­ento de la deuda de las familias que precedió a las crisis bancarias que analizan. Si se hila fi- no, apuntan, se ve que las recesiones originadas por crisis bancarias están precedidas por un aumento de la deuda privada muy superior a las otras recesiones: la expansiónd­e la deuda es cinco veces mayor en el caso de una crisis bancaria. Al revés, las crisis bancarias con niveles bajos de deuda privada son similares a las recesiones normales.

Para los autores, la explicació­n a las recesiones severas no son los

fundamenta­ls ni los animal spirits ni un sector financiero debilitado que ha detenido el flujo del crédito. Esa visión que dice que todo se resolvería si se pudiera conseguir que los bancos reanudaran los préstamos a las familias y a las empresas. Salvados los bancos, todo volvería a la normalidad. Bush apoyó con entusiasmo la idea: la deuda excesiva no es un problema, hay que incentivar a los bancos a prestar más.

Pero si se miran los datos, concluyen, la deuda es peligrosa. Los grandes aumento sen la deuda de las familias generan recesiones graves. Y eso hace que deba replantear­se el sistema financiero desde sus fundamento­s. Si los mercados financiero­s deben ayudar a repartir el riesgo, lo que hacen mediante seguros de vida o carter as de acciones, un sistema financiero que prospera a través de la generaliza­ción del recurso al crédito por parte de las familias hace lo contrario: concentra el riesgo en el deudor, en los propietari­os de inmuebles, que ante una caída importante en el valor de la vivienda son los primeros que pierden, no el banco, amplifican­do la desigualda­d en la distribuci­ón delariquez­a. Ylaminando el gasto. ¿Solución? El sistema bancario debe compartir el riesgo de los imprevisto­s. La deuda contribuye a las burbujas porque hace sentir al prestamist­a de que su dinero está seguro y le lleva a prestar a personas optimistas que presionan los precios aúnmásalal­za. Si los prestamist­as, mediante hipotecas de responsabi­lidad compartida, debieran asumir parte de las pérdidas al estallar la burbuja, sería menos probable que se relajaran.

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ETHAN MILLER/GETTY Posibles compradore­s hacen cola en el 2009 en Las Vegas ante una casa cuyos dueños han sido desahuciad­os

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