Asunto de todos
El Foro de Davos alerta por primera vez en el 2012 de la creciente desigualdad existente en el planeta, una brecha cada vez más grande entre ricos y pobres, y cómo esta circunstancia se convierte en uno de los mayores riesgos de la economía global.
Sin pretender desvelar nada nuevo, pero a raíz de todo lo que se ha publicado sobre este tema en las últimas semanas, me gustaría hacer una reflexión en voz alta.
Van pasando los años y este distanciamiento entre ricos y pobres se ha ido acentuando. Lo que antes pensábamos que estaba fuera de nuestro espacio de confort, ahora lo tenemos cada vez más cerca, y el fenómeno migratorio ha acrecentado este distanciamiento. Quizás por ello es necesario empezar a concienciarnos de que debemos hacer algo para frenar esta gran fisura social que se está estableciendo de forma perpetua y creciente en nuestra sociedad.
Se habla de la desigualdad como la enfermedad del siglo XXI, pero la verdad es que viendo el tamaño que está alcanzando en nuestra sociedad, podríamos decir que se trata ya de una epidemia. Antes era una circunstancia que se podía entender, que no por ello justificar, pero había oportunidades que permitían con esfuerzo, trabajo y educación salir de ese ámbito y mejorar, no pudiendo olvidar que, afortunadamente, el entorno familiar también ayudada en la mayoría de los casos. Pero en las últimas décadas el modelo familiar también ha cambiado. Han aparecido nuevas formas de convivencia y no todos pueden soportar y afrontar la presión del modelo económico en el que nos encontramos actualmente.
El problema del siglo XXI es que el sistema político-económico-financiero en el que se desarrolla nuestra sociedad no dispone hoy de oportunidades para aquellos que nacieron en la desigualdad. Y la clase media que antes “tiraba del carro”, presionada por esa gran disparidad entre ricos y pobres, se ha visto disminuida descomponiéndose en múltiples fragmentos. A esto hay que añadir la gran debilidad política frente a la económica en la que nos hemos visto inmersos. No es ningún secreto que los gobiernos, nuestros gobiernos, han perdido poder frente a los poderes económicos globales y esto ha acentuado aún más los elevados niveles de desigualdad.
Me preocupan especialmente los jóvenes, porque el desempleo juvenil está alcanzado cuotas extremas que no podrán ser corregidas en los próximos años y que generan y generarán enormes frustraciones. Me preocupan todavía más los mayores de 50 años que, por causas, en muchos casos, ajenas a su voluntad, se ven incapaces de tener acceso a un puesto de trabajo digno que les permita alcanzar una jubilación razonable. Me preocupa que el sistema educativo actual no esté adecuado para frenar que más del 50% de los jóvenes estén en el paro y que se requiera una formación específica para afrontar el futuro, a la que no tienen fácil acceso. Me preocupa que sólo una parte muy pequeña de la sociedad esté preparada para la revolución tecnológica que ya tenemos aquí y la que vendrá.
La tecnología está cambiando los procesos productivos, así como los estándares de vida de los ciudadanos. ¿Qué pasará, por ejemplo, con los empleados de Banca y de empresas de servicios cuando la tecnología haga innecesarias cientos de oficinas? ¿Qué pasará cuando las industrias y las empresas productivas en general con el ánimo de mejorar su competitividad automaticen más aún sus procesos y se destruyan más puestos de trabajo? Es obvio que estamos a las puertas de escenarios como el descrito y otros que vendrán. Y en ese contexto, ¿qué podemos hacer?
LA SOLUCIÓN
No sé cuál es la solución, pero lo que sí sé es que no podemos quedarnos al margen ni como personas ni como instituciones o empresas, y debemos involucrarnos más en la búsqueda de soluciones. En el ínterin no hay otra alternativa que la solidaridad e implicación de las personas y de las entidades privadas que trabajan desinteresadamente para paliar el problema social.
Hay que mejorar el sistema educativo dirigiéndolo hacia las nuevas tecnologías que deberían permitir el acceso a los nuevos puestos de trabajo que se crearán, como consecuencia de la propia revolución tecnológica.
Hay que repensar como la sociedad reparte el trabajo (riqueza) que haya en el mercado entre sus miembros, y hay que crear nuevos servicios que la tecnología no puede atender (tercera edad, discapacitados, exclusión social, etcétera) y que den ocupación a gente que ahora no la tiene. Y todo esto no se soluciona sin una planificación y una inversión por parte de gobiernos e instituciones públicas y empresas privadas, si queremos que pueda tener repercusión favorable a medio plazo.
Además, creo que aquellos que hemos tenido la suerte de disfrutar de buenas oportunidades profesionales debemos devolver o reinvertir una parte de este privilegio conseguido a la sociedad a la que pertenecemos, y colaborar con organismos e instituciones que trabajan desinteresadamente para que la brecha de la desigualdad no siga creciendo.
Por suerte son numerosas las entidades que en un país tan solidario como el nuestro trabajan para los más desfavorecidos, para aquellos que no tienen tantas oportunidades. Están desarrollando una labor impresionante. Si todos ofrecemos nuestra implicación y solidaridad de forma proactiva podremos al menos desacelerar la brecha de la desigualdad y mejorar la sociedad a la que pertenecemos.
El sistema políticoeconómico-financiero no dispone de oportunidades para aquellos que nacieron en la desigualdad” Los gobiernos han perdido poder frente a los poderes económicos y esto ha acentuado aún más los elevados niveles de desigualdad”