Tintín entre los banqueros
El antropólogo Loris Luyendijk ha dedicado dos años a explorar el funcionamiento de la City
Un avión con el motor en llamas, las azafatas tranquilas asegurando que ha habido un problema técnico pero todo está bajo control y... nadie a los mandos en la cabina. Es la imagen del actual mundo de las finanzas a la que Joris Luyendijk hallegado tras dosañosy más de doscientas entrevistas con trabajadores de la City de Londres. Periodista holandés con cinco años de experiencia en Oriente Medio y licenciado en Antropología, Luyendijk (Amsterdam, 1971) acabó de detective accidental para The Guardian en el corazón de las finanzas: un Tintín entre los banqueros, ironiza él mismo, que ha reunido su experiencia en el demoledor libro Entre tiburones.
Con un conocimiento del mundo de las finanzas como el de cualquier lector medio, Luyendijk se adentró en un mundo quetrasunacrisisdemoledorase comportaba como si no hubiera pasado nada. Partiendo de una pregunta: ¿cómo es posible que toda esta gente viva con la conciencia tranquila tras todo lo que ha pasado? Se la formularía a los interesados de manera más sutil.
En el sector financiero de Londres trabajan, recuerda, entre 250.000 y 300.000 personas, pero le costó encontrar a alguien para hablar. Lo logró a partir de una fiesta donde conoció a un treintañero hijo de emigrantes quetras hacer carrera comooperador de bolsa en bancos importantes montó con unos colegas una agencia de corredores de bolsa. La entrada a sus oficinas es esclarecedora. Montones de pantallas llenas de datos, un aluvión de teléfonos y televisores con los canales económicos. Yunaconcentrada expectación, como en la previa de un partido de fútbol, una hora antes de abrir los mercados. Abren y durante media hora los brókers se comunican a gritos. Una joven cuyo trabajo es meterse en el mercado y encontrar comprador para lo que los clientes quieran vender, y al revés, le pregunta: “¿Qué diferencia hay entre un bróker y su cliente?”. Le responde: “Un bróker sólo dice ¡jódete! después decolgar el teléfono”. A su lado, otros se dedican al análisis técnico mirando cuatro pantallas. Hayreflexionessobreloshorarios terribles. Ysobrequelaretribución puedeserlo también por largos períodos. “Tienes que ser muyduro e insensatamente optimista ante la vida para pasar por todo esto sin caer en demasiadas crisis nerviosas o acabar alcoholizado”, le confía uno.
Será algo más tarde de esta experiencia cuando consiga romper la ley de silencio que pesa para los empleados de bancos y otras compañías. Hablarán muchos. Una tasadora de bonos, un banquero involucrado en fusiones, una recaudadora de fondos en una compañía de capital riesgo regida por la ley islámica... o la directora de mercadotecnia de un banco europeo, que cuenta el alcohol que ha de ingerir en las salidas con clientes y las concesiones que hace cuando sale con alguien para que no se vea inferior a su sueldo de 200.000 a 400.000 libras.
Todos coinciden en que hay mucha jerga en el mundillo pero basta ser mínimamente listo para hacer sus trabajos. Tampoco todos son millonarios, aunque un 5% de ellos gana muchísimo. Eso hace que los demás sigan en la carrera de resistencia. Todos hablan del terror, pánico cerval, que vivieron en los días posteriores a la caída de Lehman. Como pánico viven al recibir la llamada de recursos humanos. Hablandelosincentivosperversosque tienen, premios a cambio de conductas indeseables. Y hablan de la imposibilidad de que alguien controle de verdad lo que sucede en sus negocios por la imposibilidad de entender muchas veces lo que se hace y lo que se negocia.
Al final el autor concluye que puede haber mucha avaricia, pero los fallos en las finanzas globales no son de carácter individual. Los incentivos son los que son. Eliminarlos exige leyes mejores. Dividir los bancos demasiado grandes. Prohibir los productos demasiado complejos. O que los responsables del bonus sean responsables también de lo malus. Tras la crisis no ha ido así. Lospolíticos, dice el autor, están capturados por la visión del mundo de los banqueros. Los que no, dicen que nada puede hacer un Estado ante bancos que operan globalmente. Pero, si un gobierno global no es deseable, ¿lo son instituciones financieras globales cuyo poder sobrepasaaldelosestados? Porahora, la cabina de mando sigue vacía.